Hay vocaciones que nacen muy pronto. Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008) lo tenía muy claro ya desde el principio de su vida. Quería ser escritor. Cuando con solo dieciocho años pretendía escribir sobre la revolución rusa de octubre y su gloria, poco se imaginaba que años después su obra contribuiría significativamente a la caída del régimen dictatorial y opresor de su país. Y es que ha habido sistemas políticos totalitarios, como el nacionalsocialismo, que han necesitado ser derribados por la fuerza; en cambio otros, como el socialismo soviético, habría de reventar desde dentro gracias a la influencia de escritores disidentes como Aleksandr Solzhenitsyn y su libro «Archipiélago Gulag».
El socialismo soviético llegó a ser para mucha gente la esperanza de una forma de gobierno que pondría fin al despotismo de los zares y a un reparto equitativo de la riqueza entre la población; la meta era establecer algo así como un «paraíso comunista». Muchos llegaron a creer sinceramente en el sistema y a someterse a él, como era al principio el caso de Solzhenitsin. Participó en la Gran Guerra Patria, nombre que los soviéticos habían dado a la guerra librada contra la Alemania nazi. Sin embargo, al final de ésta, se descubrió cierta correspondencia que había mantenido con un amigo en la que criticaba el modo en que Stalin había dirigido la guerra y donde defendía volver a la política de Lenin. Eso le costó caro.
Los regímenes totalitarios son como bestias adormecidas siempre que no se ose criticar a sus dirigentes o al sistema mismo. Entonces es cuando a menudo se ve el «puño de acero en guante de terciopelo». Solzhenitsin fue condenado a ocho años de prisión y confinado en un campo de concentración. Mirando retrospectivamente dijo sobre eso:
«Me detuvieron por culpa de mi ingenuidad. Yo sabía que en las cartas del frente se prohibía hablar de los secretos militares, pero creía que estaba permitido pensar.»
«Si no hubiera estado en la cárcel, habría llegado a ser un escritor más en la Unión Soviética, pero no habría entendido ni mi verdadera misión, ni la situación real de mi país… el escritor que veis ante vosotros se ha hecho en la cárcel y en el campo de trabajos forzados.»
Ahora se da cuenta de que los campos de trabajo son una consecuencia directa de la revolución, que una cosa va con la otra, que un asunto es la apariencia exterior, los «decorados» y otro bien distinto la realidad de los campos de trabajo. Como es de imaginar, a partir de ahora cambia completamente su visión de la revolución y se consagra abnegadamente a desvelar a través de sus escritos la verdad sobre los campos de trabajos forzados. Será esa su permanente lucha, dar a conocer la mentira del régimen y a animar a sus conciudadanos, no a que se rebelen, sino a que dejen de someterse a la mentira en silencio y vivan en la verdad.
Solzhenitsin se siente más apegado que nunca a la verdad. «Lo que cuenta es la verdad», afirma. «Estoy dispuesto a morir para que avance», escribe a la Unión de Escritores Soviéticos. Se ve como el portavoz necesario de millones de víctimas del Gulag. Algo que por otro lado, toda la población del país presiente su existencia, pero no tiene una idea clara de ella. Cree que en un momento dado se le puede ocultar a alguien la verdad, por ejemplo a la hora de ocultar a un amigo que es injustamente perseguido. Otra cosa bien distinta es cuando está envuelto el interés común y están ocultos actos criminales. Para él, dar a conocer esa verdad se convierte en un acto moral. Por eso arriesga su integridad física dando muestra así de gran abnegación. De hecho hace eso la causa de su vida, negándose incluso a tener relación con mujer alguna, incluida su esposa, de la que se divorciaría en 1972.
No cree que la literatura pueda derribar por sí sola un régimen, pero sí puede jugar un papel fundamental al aportar claridad a las mentes ciegas. De hecho afirma que «los escritores y los artistas pueden hacer más que los demás ciudadanos, es decir, abstenerse de mentir. Pueden vencer la mentira… la mentira puede ofrecer resistencia a muchas cosas en el mundo. El arte no». Como también decía un amigo suyo, Korney Chukovski, «Un Estado no tiene grandes posibilidades de mantenerse si sus escritores se ponen a decir la verdad al pueblo».
En 1950, Solzhenitsyn es ingresado en un campo de trabajo donde percibe las condiciones humillantes e inhumanas de los presos, lo que hace que vaya gestando su escrito «Un día en la vida de Iván Denísovich», crónica de cómo era un día normal para un preso allí. El relato muestra minuciosamente no solo del sufrimiento de los detenidos, sino los altos valores que procuraban mantener como solidaridad, dignidad o la auto exigencia de hacer bien el trabajo. Eran presos, detenidos, pero no criminales.
Al principio comparte su manuscrito sólo entre algunos amigos, pero con el tiempo, cansado de tanta clandestinidad envía su manuscrito a la que es en esos momentos la revista más liberal del momento: Novy mir, dirigida por el poeta Tvardovski a quien le entusiasma. Éste lo envía también al comité central del partido y a Nikita Jrushchov, quien al leerlo reconoce que es «un texto fuerte, muy fuerte», pero no ve ningún problema con las posiciones del Partido.
Hay que hacer un alto aquí para explicar que la situación política en esos momentos ha cambiado. En 1956 se había celebrado el XX congreso del partido soviético y Jrushchov propicia las cosas para airear los crímenes de Stalin así como el «culto a la personalidad» de su persona. La idea ahora era distanciarse todo lo posible de todo eso y más apertura.
«Un día en la vida de Iván Denísovich» es todo un éxito. Hay colas de gente para poder adquirirlo. Tvardovski intenta incluso que a su escritor se le conceda el Premio Lenin. Pero sus adversarios se movilizan y al final se le deniega. Parece que se dan cuenta de que el libro no solo se limita para denunciar los excesos de la política de partido, sino que es uno de los golpes más fuertes al régimen que ha creado todo el mundo soviético y que sería decisivo para su hundimiento posterior.
Temeroso de que el acoso político fuera a más, ya que una fiel colaboradora había sido arrestada en posesión de sus escritos y torturada suicidándose más tarde, Solzhenitsyn toma la decisión de enviar a Occidente todos sus escritos en forma de microfilms haciendo que se publiquen. Es de imaginar el efecto devastador en los fieles del sistema y en el mismo gobierno soviético. Para entonces ya ha hecho además pública su fe en Dios. Por si esto fuera poco, emprende una labor de mayor envergadura. Lo llamará «Archipiélago Gulag», un informe exhaustivo del sistema de represión policial y de prisiones en su país. Para ello cuenta con testimonios directos de anteriores presos disidentes que habían sufrido lo indecible. No eran criminales, tal y como el régimen afirmaba, sino personas cuya conciencia las impelía a resistir semejante maldad. Escribe:
«Con el corazón oprimido, durante años me abstuve de publicar este libro, ya terminado. El deber para con los que aún vivían podía más que el deber para con los muertos. Pero ahora, cuando pese a todo, ha caído en manos de la Seguridad del Estado, no me queda más remedio que publicarlo inmediatamente».
Y así lo hizo. Nunca antes había estado disponible para el pueblo ruso un informe tan amplio y detallado sobre los campos de concentración soviéticos. Abría completamente los ojos con respecto a la opresión del sistema político en el que habían estado viviendo durante tantos años. Con plena determinación Solzhenitsyn escribe:
«Nada favorece tanto el espíritu de comprensión como las reflexiones punzantes sobre nuestros propios crímenes…Poco a poco he descubierto que la línea divisoria entre el bien y el mal no separa ni a Estados, ni a clases, ni a partidos, sino que atraviesa el corazón de todo hombre y de toda la humanidad».- Archipiélago Gulag, I, p. 459.
Liberado plenamente de sus temores, ahora se encuentra con un enorme respaldo tanto dentro como fuera de su país, y con la libertad de expresarse sin que vaya a parar a la cárcel de nuevo. Escribe:
«En adelante basta de dudas, basta de fiebre, basta de remordimientos. ¡Dichoso estado! Por fin en conquistado mi espacio singular, mi espacio originario. Podré por fin dejar de alterarme, dejar de buscar, dejar de hacer reverencias y dejar de mentir; existir sin depender de nadie.»
En 1970 Solzhenitsyn es galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1970 «por la fuerza ética con la que ha continuado las tradiciones indispensables de la literatura rusa», y envía mensajes a varios dirigentes soviéticos, incluido Andropov, futuro primer ministro. Pero la situación es insostenible para ellos y deciden expulsarlo del país, privándole de la ciudadanía soviética, siendo acogido por la República Federal de Alemania. «Archipiélago Gulag» se publica primero en Francia en 1973 y después en muchos otros idiomas. La luz de todo aquello se extiende. Es como si la maldad no pudiera estar escondida para siempre; como lo expresa el Evangelio, «nada hay que esté escondido que permanezca sin ser conocido para siempre».
Aleksandr Solzhenitsyn es un ejemplo de dignidad y de valentía moral. Supo identificar el mal allá donde estaba y luchó contra él aún a riesgo de su integridad física. Sabía que en la vida hay asuntos serios con los que hay que tratar, en su caso, la opresión política de un sistema que significó la muerte y el sufrimiento de millones de personas. Muchos estudiosos de su vida y de su obra creen que no se ha entendido todavía suficientemente la importancia y la trascendencia de su labor; de toda su trayectoria ética, de cómo trabajó abnegadamente para mover las conciencias de tantos para que sus conciudadanos se libraran de la injusticia y el abuso injusto, y gozaran finalmente de libertad.
El pensamiento de Solzhenitsyn
“Cuando la vida se teje con estambres legalistas surge una atmósfera de mediocridad moral que paraliza los más nobles impulsos humanos”.
“La justicia es conciencia, no una conciencia personal, sino la conciencia de toda la humanidad. Los que reconocen claramente la voz de su propia conciencia por lo general también reconocen la voz de la justicia“.
“Los fallos de la conciencia humana, privada de su dimensión divina, han sido un factor determinante en todos los grandes crímenes de este siglo”
– Discurso en la concesión del Premio Templeton, 10 de mayo de 1983).
«El escritor ha de estar dispuesto a soportar la injusticia, y en eso está el riesgo de su misión».
«No tengo ninguna esperanza en Occidente, y ningún ruso debería tenerla… La excesiva comodidad y prosperidad han debilitado su voluntad y su razón».
«Sin el toque del aliento de Dios, sin restricciones en la conciencia humana, tanto el capitalismo como el socialismo son repulsivos».
«Sus progresistas llaman dictadura al régimen vigente en España. Hace diez días que yo viajo por España y he quedado asombrado. ¿Saben ustedes lo que es una dictadura? He aquí algunos ejemplos de lo que he visto. Los españoles son absolutamente libres para residir en cualquier parte y de trasladarse a cualquier parte de España. Nosotros, los soviéticos, no podemos hacerlo. Estamos amarrados a nuestro lugar de residencia por la propiska (registro policial). Las autoridades deciden si tengo derecho a marcharme de tal o cual población. También he podido comprobar que los españoles pueden salir libremente al extranjero. Sin duda saben ustedes que, debido a fuertes presiones ejercidas por la opinión mundial y por los Estados Unidos, se ha dejado salir de la Unión Soviética, con no pocas dificultades, a cierto número de judíos. Pero los judíos restantes y las personas de otras nacionalidades no pueden marchar al extranjero. En nuestro país estamos como encarcelados».
«Paseando por Madrid y otras ciudades, he podido ver que se venden en los kioscos los principales periódicos extranjeros. ¡Me pareció increíble! Si en la Unión Soviética se vendiesen libremente periódicos extranjeros, se verían inmediatamente decenas y decenas de manos tendidas, luchando por procurárselos».
«También he observado que en España uno puede utilizar libremente máquinas fotocopiadoras. Cualquier individuo puede fotocopiar cualquier documento depositando cinco pesetas en el aparato. Ningún ciudadano de la Unión Soviética podría hacer una cosa así. Cualquiera que emplee máquinas fotocopiadoras, salvo por necesidades de servicio y por orden superior, es acusado de actividades contrarrevolucionarias».
«En su país —dentro de algunos límites, es cierto— se toleran las huelgas. En el nuestro, y en los sesenta años de existencia del socialismo, jamás se autorizó una sola huelga. Los que participaron en los movimientos de huelga de los primeros años de poder soviético fueron acribillados por ráfagas de ametralladoras, pese a que sólo reclamaban mejores condiciones de trabajo. Si nosotros gozásemos de la libertad que ustedes disfrutan aquí, nos quedaríamos boquiabiertos».
«Hace poco han tenido ustedes una amnistía. La califican de “limitada”. Se ha rebajado la mitad de la pena a los combatientes políticos que habían luchado con las armas en la mano (se refiere a los terroristas). ¡Ojalá a nosotros nos hubiesen concedido, una sola vez en veinte años, una amnistía limitada como la suya! Entramos en la cárcel para morir en ella. Muy pocos hemos salido de ella para contarlo».
– Declaraciones en Televisión Española durante su visita a España, 1976
«El insomnio es un gran medio de tormento y no deja ninguna huella visible, ni siquiera motivos de denuncia si se presentase mañana mismo una improbable inspección. «¿Que no le dejan dormir? ¡Y qué se cree, que está en un balneario ! Los agentes que han estado con usted tampoco han dormido» (pero descansaban de día). Podemos afirmar que el insomnio se convirtió en el procedimiento universal de los órganos, que dejó de ser un tipo de tortura para convertirse en método reglamentario y que se utilizó de la forma más económica, sin recurrir a ninguna clase de centinelas».
«El procedimiento lumínico. Una intensa luz eléctrica las veinticuatro horas del día en la celda o en el box donde está encerrado el detenido, una bombilla de potencia desmedida para una pequeña estancia con paredes blancas (¡La electricidad que economizaban los colegiales y las amas de casa!). Se inflamaban los párpados y resultaba muy doloroso. Después, en el despacho del juez de instrucción, le enfocaban de nuevo lámparas domésticas».
«La persona que no está interiormente preparada para la violencia es siempre más débil que el opresor».
«Los calabozos tenían sus variantes: los había con humedad y con agua. En la cárcel de Chernovitsi, después de la guerra, tuvieron a Masha G. dos horas descalza con agua helada hasta el tobillo. ¡Confiesa! (Tenía dieciocho años. ¡Cómo lamentaría el mal que sufrieron sus pies, y cuánto debía vivir con ellos aún!)».
«La intimidación acompañada de seducción y mentira es el método fundamental para influir en los parientes del detenido llamados a declarar como testigos. «Si usted no declara tal cosa (lo que ellos exigen) será peor para él…, le va a buscar usted su perdición… (¿Cómo puede escuchar esto una madre?) Sólo firmando este papel (el que le ofrecen) podrá salvarlo (perderlo)»
«Procedimiento sonoro. Se sienta al acusado a una distancia de seis u ocho metros y se le obliga a decir todo en voz bien alta y a repetirlo. Para un hombre ya agotado no es nada fácil. O bien se hacen dos trompetillas de cartón y, junto con otro juez de instrucción al que se ha pedido ayuda, se pegan al detenido y le gritan en ambos oídos: «¡Confiesa, canalla!». El detenido queda aturdido y a veces hasta pierde el oído».
«Según las condiciones del lugar, el box puede sustituirse por el foso de la división, como era costumbre en los campos militares de Gorojovets durante la gran guerra patria. A esta fosa, de tres metros de profundidad por unos dos de diámetro, se arrojaba al preso, y lo tenían ahí metido varios días, a cielo abierto, a veces bajo la lluvia. Era a la vez celda y retrete. Y le bajaban con una cuerda trescientos gramos de pan, y agua. Imagínese en esa situación, además recién arrestado, cuando eres un manojo de nervios».
– Archipiélago Gulag, Tusquets Editores, Barcelona, 2002.
“Hemos puesto demasiadas esperanzas en la política y en las reformas sociales, sólo para descubrir que terminamos despojados de nuestra posesión más preciada: nuestra vida espiritual, que está siendo pisoteada por la jauría partidaria en el Este y por la jauría comercial en Occidente. Esta es la esencia de la crisis: la escisión del mundo es menos aterradora que la similitud de la enfermedad que ataca a sus miembros principales”.
– Discurso de la ceremonia de graduación en Harvard, 1978.
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: