Cuando algo se ama profundamente y es excelso, se sacrifica lo que sea, hasta toda una vida, para poder tenerlo. Y no habrá obstáculo alguno que lo impida, porque será como una irrefrenable obsesión. Ese fue sin duda el caso del poeta Rainer María Rilke (Praga, 1875-Suiza,1926). Hasta tal extremo fue su deseo de realizar su obra poética que incluso renunció a aprender algún oficio para ganar dinero, ya que estaba convencido de que sería un obstáculo para su ilusionante sueño. Si lo logra es porque lo apoyan mujeres adineradas y cultas, sin que entre en juego ningún motivo sexual.
El resultado de tal pasión intangible pero llena de fuerza se ve en el fruto dado: una poesía y prosa tan excelsas que quienes las conocen bien reconocen que están muy por encima de la media en grandeza descriptiva y profundidad espiritual. Rilke no solo hace buena poesía sino que la recita admirablemente. Con un extraordinario dominio de la lengua alemana es capaz de acuñar nuevos términos o expresiones que la enriquecen. Su purismo a la hora del uso correcto del idioma alemán es vehemente porque según dice, eso es propio de los verdaderos poetas.
Escribió su libro «Cinco cantos/agosto 1914» como respuesta a la primera guerra mundial. Tuvo una enorme repercusión y popularidad, sobre todo entre los jóvenes alemanes, quienes se lo llevaban al frente y muchos morían, incluso, haciendo suyas las palabras de su poesía. El libro dejaba ver perfectamente el estado de ánimo de la Alemania del momento.
Rilke apenas tuvo vida social, ni mil aventuras amorosas; es un solitario convencido que usa la expresión «mi sagrada soledad», aunque tuvo correspondencia con admiradores de todo el mundo, sobre todo mujeres. Su esposa, Clara Westhoff, con quien tuvo una hija, fue una mujer extraordinaria, porque ¿qué mujer enamorada, entendiendo el fuego interior de su marido lo deja marchar para que pueda dedicarse a su causa? Cuando un joven aspirante a poeta le pregunta qué debería hacer para llegar a serlo, Rilke le responde:
«Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Sólo hay un medio. Entre en sí mismo. Investigue el fundamento de lo que usted llama escribir; compruebe si está enraizado en lo más profundo de su corazón; confiésese a sí mismo si se moriría irremisiblemente en el caso de que se le impidiera escribir».
Son muy interesantes los nostálgicos comentarios de Stefan Zweig (1881-1942) sobre la generación de poetas de aquel tiempo y que mantenían el mismo espíritu de Rilke:
«Una generación de poetas que no codiciaba nada de la vida exterior: ni el interés de las masas, ni distinciones, ni honores, ni beneficios; que nada ambicionaban si no era enlazar estrofas una detrás de otra, con la máxima perfección, en un esfuerzo callado y, sin embargo, apasionado, cada verso impregnado de música, resplandeciente de colores, ardiente de imágenes… alejados de lo cotidiano… ¡cuán quieta era la vida que llevaban, cuán falta de apariencias, cuán invisible!… todos compartían una misma patria, porque solo vivían de la poesía, y así, evitando lo efímero con una estricta renuncia y creando obras de arte, convertían en obra de arte su propia vida«.
Y describiendo al propio Rilke:
«Rilke era un hombre poco accesible. No tenía casa ni dirección donde poderlo visitar, ni hogar, ni residencia fija, ni trabajo estable. Estaba siempre de camino por el mundo y nadie, ni él mismo, sabía de antemano hacia dónde se dirigía. Para su alma inmensamente sensible y susceptible a las presiones, el tomar cualquier decisión, el tener que hacer planes o contestar una notificación era una carga molesta… Su forma de andar y de hablar era indescriptiblemente silenciosa. Cuando entraba en una habitación donde estaba gente reunida, lo hacía con tanto sigilo que casi nadie se daba cuenta… Contaba las cosas con sencillez, como cuenta una madre un cuento a su hijo, y con el mismo cariño… La vulgaridad se le antojaba insoportable y, a pesar de vivir con estrecheces, su ropa era siempre el súmmum de la pulcritud, el aseo y el buen gusto… Le resultaba más fácil entablar una conversación con las mujeres. Les escribía a menudo y de buen grado y se sentía mucho más libre en presencia de ellas… a pesar de su parsimonia, se notaba su bondad interior, que irradiaba calor y consuelo hasta lo más íntimo del alma… siempre tenía pocas cosas a su alrededor, pero nunca podían faltar flores en un jarrón o en una taza, quizá regalo de algunas mujeres, quizá traídas por él mismo a casa: un tierno detalle. Siempre lucían libros en la pared, bellamente encuadernados o cuidadosamente forrados con papel, porque los amaba como a animales mudos… su religiosidad no estaba vinculada a ningún dogma concreto… Cuando le prestaban un libro que no conocía, lo devolvía envuelto en papel de seda, sin una sola arruga y atado con cinta de color como un regalo suntuoso… Pero lo mejor de todo era pasear con Rilke por París, porque aquello significaba encontrar un sentido a las cosas de menor apariencia y contemplarlas, se diría, con ojos iluminados… conocer la ciudad única de París, con todos sus rincones y recovecos, era su pasión, la única que le conocí… tras una larga conversación con Rilke, uno era incapaz de cualquier vulgaridad durante horas e incluso días». – Stefan Zweig (1881-1942), «El mundo de Ayer. Memorias de un europeo», págs. 184-192, Acantilado, 2001.
La poesía de Rilke es existencial, es el medio por el que él mismo orienta toda su trascendencia. Sus «Elegías de Duino» (1923) son una muestra de su lucha por el significado de la vida. Sus poemas, llenos de sensibilidad, contemplan tanto la expresividad poética como el pensar filosófico acerca de lo que es el hombre. Su penetración expresiva sobre el ser humano, los animales y la vida es de una profundidad que sorprende y conmueve. El poeta canta a la vida de manera permanente, y antepone el mundo natural al mecánico y al mundo moderno. Cree que el Dios del Antiguo Testamento y Cristo son anticipos del «Dios del futuro» al que Rilke tiene la esperanza de que después de la muerte toda la humanidad podrá contemplar.
La obra de Rilke ha sido catalogada por los expertos como vital en la historia de la literatura universal. Las obras de otros autores, dicen, si no existieran nada pasaría. No sucede así con la de Rilke, hito y referente imprescindible en el bello universo poético de todos los tiempos. Pero además ilustra el deseo del ser humano por la excelencia, la superación personal y la propia trascendencia aunque la muerte tenga que irrumpir tarde o temprano; en el caso de Rilke, el 29 de diciembre de 1926, de leucemia, en el Sanatorio de Valmont, Suiza.
Etty Hillesum (1914-1943), joven holandesa de origen judío moriría en Auschwitz y, al igual que Anna Frank, escribiría su propio diario pero como mujer adulta. Apreciaba mucho los escritos de Rilke y por eso había escrito poco antes de morir:
“Rilke ha sido uno de mis grandes maestros en el año transcurrido, cada instante me lo confirma… Era un hombre frágil, que escribió buena parte de su obra entre los muros de castillos donde era acogido, y si él hubiera tenido que vivir en las condiciones que nosotros conocemos hoy, quizá no hubiese resistido. Pero ¿no es justo y razonable que en épocas de paz y circunstancias favorables, los artistas de mayor sensibilidad dispongan del tiempo necesario para buscar con entera serenidad la forma más bella y la más adecuada a la expresión de sus intuiciones más profundas, para que quienes viven en tiempos turbulentos, devoradores, puedan reconfortarse con sus creaciones, y encontrar así un refugio ya preparado para sus angustias y para las preguntas que no saben ni expresar ni resolver, al tener todas sus energías comprometidas en las miserias de cada día?»
– Leído de «Los aventureros del absoluto» de Tzvetan Todorov.
Suele ser común en muchos autores y poetas el sentido trascendente y el anhelo de eternidad, como fue el caso también de John Keats (1795-1821), importante poeta británico del romanticismo. Murió de tuberculosis con solo 25 años. Es en los últimos años de su vida que su obra se llena de fuerza al ansiar más que nunca la eternidad. Quizá por eso escribió:
«La vida tan sólo es un día, una frágil gota de rocío en su peligroso camino
desde la cima de un árbol».
Pero ¿de dónde viene ese deseo del ser humano por trascender? Un antiguo proverbio dice que «Dios ha puesto la eternidad en el corazón del hombre». Miguel de Unamuno no entendía este existir nuestro como suficiente. Le faltaba trascender incluso más allá de la muerte, decía que le faltaba la eternidad. El fuego de ese deseo le quemaba en su interior; era el mismo fuego que el que tenía Rilke y muchísimas otras personas sensibles y cultivadas. ¿Existiría ese deseo vehemente sin que la eternidad realmente existiera? Si Dios existe, ¿establecería ese anhelo en el corazón humano sin que nunca se realizara? ¿Existiría la sed sin que existiera el agua?
En palabras de Rainer María Rilke
«Los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen siempre demasiado pronto), son experiencias. Para escribir un solo verso, es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hace falta conocer a los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros y saber qué movimiento hacen las florecillas al abrirse por la mañana.»- «Los cuadernos de Malte Laurids Brigge» (1910)
«Aprendo a ver. No sé por qué, todo penetra en mí más profundamente, y no permanece donde, hasta ahora, todo terminaba siempre. Tengo un interior que ignoraba. Así es desde ahora. No sé lo que pasa.»- «Los cuadernos de Malte Laurids Brigge» (1910).
«¡Los versos significan tan poco cuando se han escrito joven! Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida; Y después, por fin, más tarde, quizás se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas.»- «Los cuadernos de Malte Laurids Brigge» (1910).
«¿Es posible que a pesar de las invenciones y progresos, a pesar de la cultura, la religión y el conocimiento del universo, se haya permanecido en la superficie de la vida?»– «Los cuadernos de Malte Laurids Brigge» (1910).
«No hay nada menos apropiado para aproximarse a una obra de arte que las palabras de la crítica: de ellas se derivan siempre malentendidos más o menos desafortunados. Las cosas no son tan comprensibles ni tan formulables como se nos quiere hacer creer casi siempre; la mayor parte de los acontecimientos son indecibles, se desarrollan en un ámbito donde nunca ha penetrado ninguna palabra. Y lo máximamente indecible son las obras de arte, existencias llenas de misterio cuya vida, en contraste con la nuestra, tan efímera, perdura.»- «Cartas a un joven poeta» (1929).
«Si su vida diaria le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que aún no es lo bastante poeta como para convocar su riqueza, pues para el creador no existe pobreza ni lugar pobre o indiferente».- «Cartas a un joven poeta» (1929).
«Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Sólo hay un medio. Entre en sí mismo. Investigue el fundamento de lo que usted llama escribir; compruebe si está enraizado en lo más profundo de su corazón; confiésese a sí mismo si se moriría irremisiblemente en el caso de que se le impidiera escribir».- «Cartas a un joven poeta» (1929).
«Ser artista quiere decir no calcular ni contar: madurar como el árbol, que no apremia a su savia, y se yergue confiado en las tormentas de primavera, sin miedo a que detrás pudiera no venir el verano».- «Cartas a un joven poeta» (1929).
«Amar es una sublime oportunidad para que el individuo madure, para llegar a ser algo en sí mismo. Convertirse en un mundo, transformarse en un mundo para sí por amor a otro, es una pretensión grande y modesta a la vez, algo que elige y que da vocación y amplitud».- «Cartas a un joven poeta» (1929)
«Ama tu soledad y soporta el sufrimiento que te causa».
«Busca la profundidad de las cosas; hasta allí nunca logra descender la ironía». – «Cartas a un joven poeta» (1929)
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