Las personas somos capaces de perfeccionarnos en proporción y como consecuencia directa del amor que nos dan: avanzamos velozmente cuando nos quieren mucho y es casi imposible que mejoremos si nadie nos ama de veras.
Lejos de ser ciego, el amor auténtico resulta clarividente, permite ver lo realmente real.
A la luz de esta convicción, no es difícil advertir lo que el amor lleva a cabo con los defectos de aquel a quien se ama.
En concreto, con los del cónyuge, que son posiblemente los que más problemas causen.
1) ¿Para fastidiarnos?
Medio en broma, medio en serio, me decía un amigo que, con ellos, ocurre algo bien curioso.
- Durante la época de noviazgo, podemos llegar al ingenuo convencimiento de que la persona amada no tiene defectos.
- O, más bien, es posible que partamos de semejante convicción y que nos mantengamos firmes en ella.
Y no porque nuestro novio o nuestra novia haga ningún esfuerzo particular para ocultarlos o, simplemente, los disimule.
Sino porque los ratos que pasamos juntos, precedidos del anhelo por encontrarnos con quien más queremos, son los mejores del día.
De ordinario, nos hallamos especialmente relajados y llenos de júbilo. Y, movidos por auténtico cariño, sin proponérnoslo y a veces sin advertirlo, mostramos lo mejor y más atractivo de nosotros.
- Más adelante, incluso en el mismo viaje de novios, esos defectos se nos muestran con toda su crudeza, tercos y resistentes.
Podrían ser el inesperado ronquido de aquel con quien nos acabamos de casar, su continuo dar vueltas en la cama, la tendencia inadvertida a ocupar en ella el lugar que nos corresponde…
- Y, como no los habíamos descubierto en los meses previos al matrimonio y ni siquiera los imaginábamos, nos desconciertan y tienden a desfigurar la imagen idílica que habíamos forjado de la persona amada.
- Además, como a nosotros nos resulta fácil evitarlos —porque no son los nuestros, los que realmente nos parecen invencibles—, podemos incluso concluir que nuestro cónyuge obra de ese modo ¡precisamente para molestarnos!
Del «no tiene defectos» podríamos pasar al «solo lo hace para fastidiarme».
2) Los defectos “de origen” de la persona
Aunque en el fondo constituya una verdad obvia, a menudo no advertimos que los únicos defectos que a cada uno nos suponen esfuerzo y lucha son los nuestros.
- Los propios se nos presentan como insuperables y fácilmente los disculpamos, justo porque percibimos la dificultad de eliminarlos: ¡vivimos ese conflicto en carne propia!
- Al contrario, los de los demás, si no coinciden con los nuestros, nos parecen sencillísimos de suprimir.
De ahí que, si nos descuidamos, los califiquemos como extravagancias y chiquilladas. Como manías sin justificación, y menos en una persona a quien nos unen los lazos sinceros del amor.
O, dando un paso más, como una manera especialmente hiriente, infundada e inoportuna… de hacernos la vida imposible.
A todo lo anterior habría que agregar que, de ordinario, habremos vivido durante años en el seno de la propia familia de origen, con unos modos de actuar relativamente estables.
Entonces, de manera semiconsciente, puesto que no conocemos otro, concluimos que ese, el de nuestro hogar, es “el” modo de hacer las cosas ¡para todo el mundo!
Como consecuencia, tras la boda, habrá un buen número de comportamientos de nuestro cónyuge —nacido y crecido en un ambiente diverso— que nos desconciertan, nos incomodan o incluso nos parecen inadecuados, erróneos y éticamente reprobables: malos y dignos de ser corregidos… ¡precisamente por amor!
Somos injustos con él o con ella, ¡y sin advertirlo!
3) Distingue y triunfarás en el amor
En definitiva, para salir de este atolladero, habría que distinguir bien entre auténticos defectos, simples limitaciones y meras diferencias en el modo de ser y de obrar de los demás, incluida la persona amada.
¿Qué sucede si no tenemos en cuenta esas distinciones?
Pues que minucias como las de dormir con la ventana abierta o cerrada; leer o no en la cama; disponer la mesa, los cubiertos y la comida de un modo u otro; tener un horario inamovible o una amplia elasticidad en función de las necesidades, de la disponibilidad o incluso de la mera costumbre o de las ganas…
Tales menudencias pueden transformarse en montañas insuperables. En obstáculos casi invencibles, que acaban por dar al traste con un matrimonio, que contaba con todas las posibilidades de salir adelante y hacer muy felices a sus componentes.
Cómo sacarles partido
Es verdad que los defectos pueden transformarse en algo insufrible, en particular para nosotros mismos, que tanto tiempo llevamos aguantándonos.
Pero también, con la experiencia que da el paso de los años y un sereno batallar contra ellos, podemos convertirlos en nuevo y eficacísimo instrumento del amor:
- En primer término, porque deberían hacernos más comprensivos con las manías de los otros.
- Además, porque —con una pizca de buen humor— no es muy difícil utilizarlos como medio para hacer más amable la vida a quienes nos rodean.
Por ejemplo, trayéndolos escandalosamente a colación cuando alguno de nuestros hijos, o nuestro cónyuge, se sienten hundidos o desanimados por caer una y otra vez en sus propias faltas.
Si los dos miembros del matrimonio están dispuestos a luchar de veras, el propio combate sirve casi como. justificación para el del esposo o la esposa, consigo mismo y con cada uno de los hijos.
Cuando los dos cónyuges están decididos a luchar, el propio combate ayuda a comprender mejor el del otro miembro del matrimonio.
¡Y más todavía!
Vuelvo al itinerario “normal” de un matrimonio “normal”, en el que los dos buscan la felicidad del otro, poniendo en juego todos los resortes del amor.
En esos casos, si se continúa alimentando y crece el auténtico cariño, con el tiempo las aguas vuelven a su cauce:
- Movidos por un amor más maduro, marido y mujer se esfuerzan por evitar cuanto pudiera perturbar la paz y la armonía familiar o molestar a la persona amada: al cónyuge y a los hijos.
No cambian de manera radical —excepto en contadas ocasiones—, porque ese cambio es bastante difícil entre los seres humanos.
Pero mejoran: buscan los medios de hacer que aquellos detalles que apenas pueden soslayar sean menos gravosos para el cónyuge.
- Y ese empeño por complacerlo provoca, en el cónyuge, auténtica ternura.
Entonces, como afirmaba Alberoni, logramos amar hasta una herida de él transformada por la dulzura.
En resumen y enlazándolo expresamente con la formación y el desarrollo humano:
las personas somos capaces de perfeccionarnos en proporción y como consecuencia directa del amor que nos dan: avanzamos velozmente cuando nos quieren mucho y es casi imposible que mejoremos si nadie nos ama de veras.
Las personas mejoramos en proporción y como consecuencia directa del amor que nos dan.
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