Elisabeth Vigée Le Brun, pese a ser mujer y plebeya, retrató a reyes, príncipes y aristócratas. Sus pinturas de la reina María Antonieta en Versalles la hicieron famosa… y casi la llevan a la guillotina.
Puede que su nombre no sea conocido, pero Elisabeth Vigée-Le Brun (1755-1842) fue una de las artistas de mayor éxito y sus pinturas son testigos de su época. Logró el mayor reconocimiento profesional en Francia y Europa, algo inimaginable en una sociedad donde la mayoría de las mujeres no eran vistas fuera del hogar y durante uno de los periodos más turbulentos de la historia. Lo increíble además es que lo hizo como madre soltera.
Tuvo una vida apasionante recorriendo países y asombrosos palacios. Sus memorias constituyen una visión excepcional de la historia europea.
La familia de Elisabeth, una familia de artistas
Elisabeth era hija de Louis Vigée, un retratista especializado en pintura al pastel cuya reputación le consiguió acceso a la sociedad de la alta burguesía. Él mismo le dijo a su hija:
“Serás pintora, hija mía, como yo”.
Como las propias Artemisia Gentileschi o Rosa Bonheur, Elisabeth Vigée Le Brun también se formó con su padre. Cuando éste descubrió la precocidad de su primogénita, le dio acceso a su taller y le enseñó los procedimientos más avanzados de su arte. Sin embargo, no tuvo una infancia muy feliz pues desde los 6 a los 11 años, vivió en un internado, dedicada a pintar. Tenía solo doce años cuando murió su progenitor y quedó devastada por el dolor. Debido a los problemas económicos a la muerte del padre, su madre se volvió a casar con un hombre al que la niña detestaba. Como distracción, para apaciguar su infelicidad, su madre le animó a continuar su educación artística y fomentando su vocación.
A los quince años ya tenía su propio estudio y atrajo a un gran número de figuras prestigiosas para posar para ella.
Con solo 19 años ya pintaba retratos de calidad de manera profesional. Le confiscaron sus lienzos y pinturas porque no pertenecía al gremio de artistas. Trató de ingresar en la Real Academia de Pintura y Escultura de Paris, sin conseguirlo (algo hasta entonces reservado exclusivamente a hombres). Contra viento y marea, sin permisos, siguió pintando pero todo lo que ganaba se lo quedaba su padrastro. El hermano de la artista, Étienne, también muy creativo, era escritor, pero no pudo protegerla.
Con 21 años, para escapar de casa, Elisabeth se casó con Jean Baptiste Pierre Le Brun, un marchante de arte que se había formado como artista con los maestros mas reputados de Francia: François Boucher y Jean Honoré Fragonard. Siete años mayor que Elisabeth, Jean reconoció su talento innato y se convirtió en su mentor. Le prestaba cuadros de su propia colección para que los copiara y fueron para ella una gran fuente de inspiración. Pero desgraciadamente, pasó de servir de sustento a su padrastro para sufrir el mismo abuso por parte de su marido. Ahora era él quien se quedaba con sus ganancias. El matrimonio supuso una especie de acuerdo bilateral para ambas partes. Los sueldos de ella contribuían a saciar el apetito insaciable de su esposo que gastaba más de lo que se podía permitir. Para colmo, era adicto al juego y a las prostitutas. En compensación, Jean Baptiste hizo todo lo que pudo para completar y promocionar la carrera artística de su mujer. A principios de 1780 la llevó a un viaje por los Países Bajos que le ayudó a conocer y profundizar en la pintura holandesa. Allí la joven se sintió especialmente fascinada por el empleo del color del gran maestro Peter Paul Rubens, quien se convirtió en una de sus influencias artísticas principales.
Retratista y amiga de la Reina
Elisabeth Vigée-Le Brun tenía solo 23 años cuando fue invitada a la corte de Versalles. La Emperatriz María Teresa de Austria le encargó pintar un retrato de su hija, la reina María Antonieta, en un vestido regio. No solo tenía la misma edad que la Reina, sino que además compartían los mismos gustos. Se hicieron buenas amigas. Le gustó tanto su obra y su personalidad, que tras su primer retrato, la Reina le pidió muchos más. Presentándola a príncipes y nobles que se convirtieron en sus nuevos clientes. Tuvo tal éxito que pronto se convirtió, de manera casi oficial, en artista de la corte, siendo extremadamente bien pagada. La pintora prefería el estilo sencillo de los vestidos de muselina, en lugar de los elaborados trajes de la realeza. La artista apenas llevaba el cabello empolvado en un momento en el que el maquillaje de la Reina era casi imperceptible. El gusto de ambas por esta estética sencilla y bucólica quedó plasmada sobre sus lienzos. Pero pronto se convirtió en un escándalo por algo que hoy nos parecería normal. El detonante fue el retrato que hizo de María Antonieta (1783) vistiendo solo un ligero vestido blanco muy sencillo. Chocaba tanto con los rígidos y recargados modelos de la corte, que la obligaron a retirarlo del salón de palacio.
Según un crítico de la época:
“Muchos encontraron ofensivo ver a tan augusta persona en público, vestida con prendas reservadas para la intimidad del palacio”.
Refiriéndose a estos cuadros íntimos, la propia Elizabeth hizo hincapié en el encanto natural y el propio estilo de la monarca, pintándola con discretos diseños, alejados del exuberante estilo rococó que imperaba en Versalles:
“He retratado varias veces a la Reina y siempre preferí hacerlo sin el gran traje de la corte.”
Otro cuadro muestra a la reina luciendo un gran sombrero de paja con plumas grises y un ligero vestido de muselina blanca. Cuando este retrato se expuso en el Salón, las mentes más perversas no tardaron en decir que la Reina había sido pintada en camisón. Sin embargo, con el tiempo, sus retratos llegaron a tener una enorme aceptación e incluso crearon una nueva moda.
La artista inmortalizó a la reina María Antonieta más de treinta veces. En más de una ocasión, con una rosa en la mano, flor que la soberana adoptó como su propio símbolo.
En un momento extremadamente delicado, cuando ya se le atribuía la ruina del país, llamándola con apelativos como “Madame Deficit”, la Reina comenzó a crear su propia propaganda haciendo hincapié en su imagen de madre. Esto la alineaba con los valores familiares que defendía para las mujeres, el filósofo Jean-Jaques Rousseau. La corte quería sustituir la obra del pintor sueco Wertmüller, donde aparecía la soberana con sus hijos, por una obra francesa más apropiada. Esta vez se le encargó a Elisabeth un nuevo retrato familiar pero le exigían que no fuera vestida de muselina, sin rosas ni sombrero de paja. María Antonieta aparece con un atuendo mucho más formal, un vestido de terciopelo rojo con plumas blancas, rodeada de sus tres infantes. La cuna vacía a su lado, era una alusión a su cuarto hijo, recién fallecido.
Además de ser una de sus clientas habituales, María Antonieta también fue clave en el nombramiento de Elisabeth Vigée-Le Brun como miembro de la Real Academia Francesa en 1783. Desde ese momento se convirtió en la retratista favorita de todo París, en el periodo anterior a la Revolución Francesa.
Escandalizó con su sonrisa
El de María Antonieta no fue su único retrato de tema maternal. Entre muchas de sus pinturas, destacan varias donde aparece ella con su única hija, Julie, apodada Brunette, que siempre fue el centro de su vida. En 1787 escandalizó a la sociedad con uno de esos lienzos. Representa a madre e hija, en un tierno abrazo y ella con una sutil sonrisa en la boca, enseñando los dientes. La pintura conmocionó al público pues ignoraba las reglas de la representación facial de la época. El concepto de la sonrisa enseñando los dientes no era nueva, pero Elisabeth fue muy criticada pues se consideró como si tirara a la basura el libro de normas del arte occidental.
El historiador de arte Colin Jones, profesor en la Queen Mary University de Londres, se basó en esta anécdota para su ensayo “La revolución de la sonrisa en el Paris del Siglo XVIII”:
“En Europa, desde el Renacimiento y, probablemente, desde mucho antes, existía una presión muy fuerte para que las personas educadas mantuvieran sus bocas cerradas. Lo contrario era una señal de falta de refinamiento pues era muestra de descontrol emocional e incluso, de locura”.
Elisabeth es víctima de difamación y de la Revolución Francesa
Como le sucede demasiado a menudo a cualquier mujer que busca hacerse un hueco en un mundo de hombres, el público trató de echar por tierra su talento. Cuando empezó a hacerse popular en la corte, en vez de alabar su trabajo se divulgaron rumores afirmando que era el artista Monsieur Ménageot quien terminaba las pinturas por ella. O directamente, decían que ella no pintaba nada y que su popularidad se debía exclusivamente a sus encantos sexuales. Ser una figura femenina de éxito y para colmo, afín al Antiguo Régimen, la convirtió en víctima de la prensa antisistema poco antes de la Revolución Francesa. Se convirtió en el blanco perfecto para los misóginos liberales pues sus principales patronos eran los propios reyes.
Ilustres y polémicos patronos
Su principal cliente fue nada menos que Luis XVI, el Delfín de Francia. Fue el último monarca antes de la caída de la monarquía por la Revolución Francesa, así como el último que ejerció sus poderes de monarca absoluto.
María Antonia de Habsburgo, nacida en Viena, más conocida como María Antonieta, fue una princesa y archiduquesa de Austria y reina consorte del Rey de Francia y de Navarra. Hija del Emperador alemán Francisco I y de la Emperatriz Maria Teresa de Austria. Se casó con solo 14 años con el entonces Delfín y futuro Rey de Francia en un intento por estrechar los lazos entre las dos dinastías, hasta entonces enfrentadas. Detestada por la corte francesa, donde la llamaban «l’autre-chienne». Es una paranomasia en francés de las palabras «autrichienne», que significa «austriaca» y «autre chienne» que significa «otra perra». La reina se ganó gradualmente la antipatía del pueblo, que la acusaba de derrochadora, presumida y de influir a su marido a favor de los intereses austriacos. No en vano se ganó los apelativos de «loba austriaca». Su famosa frase “Si no tienen pan, que coman pasteles” pasó a la historia.
Hay una interesante película sobre su vida, escrita y dirigida por la cineasta Sofia Coppola, hija de Francis Coppola. El film titulado “Marie Antoinette” (2006), ganó un Premio de la Academia de Cine de Hollywood al mejor vestuario. Verla es una buena forma de revivir los acontecimientos y adentrarnos en esta época tan convulsa, que llegó a transformar el rumbo de Europa.
Tras fugarse a Varennes, el Rey Luis XVI fue depuesto, la monarquía abolida en 1792 y la familia real encarcelada en la Torre del Temple. Nueve meses después de la ejecución de su marido, María Antonieta fue juzgada, condenada por traición y guillotinada en 1793. Tenía 37 años. De sus 4 hijos, solo una sobrevivió, los otros tres murieron en la cárcel durante su infancia. Tras las ejecuciones, se declaró la Guerra entre Francia y Austria, poniendo fin a la breve alianza por el matrimonio real.
Escapó de la guillotina
Entre 1779 a 1800, Elisabeth pintó unos treinta retratos de su amiga la reina y había vivido en la corte de Versalles. Social y profesionalmente había sido dependiente del mecenazgo de la familia real. Por esta intima relación, la pintora corría gran peligro de ser arrestada y ejecutada. Por eso decidió escapar con su hija de nueve años a Italia, en octubre de 1789. Le avisaron justo a tiempo, antes de ser arrestada y tuvo que huir de improviso con su hija, en mitad de la noche.
Elisabeth escapó milagrosamente de ser guillotinada por la Revolución Francesa. Entonces comenzaría un largo exilio de doce años, recorriendo las cortes de toda Europa.
Durante la época del Terror, el gobierno revolucionario obligó a su marido a divorciarse de ella. Elisabeth Vigée, que había conservado su propio apellido, no volvió a casarse nunca más.
No le quedaba otro remedio que confiar en su talento. Separada de su marido y de la corte, ella era la única que podía sustentarse con su hija. Entre 1789 y 1802 consiguió reconocimiento entre los académicos de Roma, Florencia y San Petersburgo. Elisabeth era muy inteligente, con una impactante belleza y carisma inusual. Así consiguió tener doble éxito allá donde iba, en sociedad y como artista. Gracias a los elevados precios que exigía por sus obras, pudo mantener un estilo de vida acorde con su gran reputación. Durante seis años de exilio en Rusia llegó a pintar 67 pinturas de las personalidades más destacadas en la corte del Zar. Además de sus majestuosos retratos, estos viajes por el Viejo Continente la estimularon también para hacer mas de 200 paisajes, tanto al óleo como en pastel.
Pintó hasta su muerte
Viajó incansablemente y vivió, siempre pintando, en Italia, Austria y Rusia hasta que por fin pudo regresar a París en 1802. Allí, enseguida se convirtió en compañera habitual de Josefina Bonaparte, la primera esposa de Napoleón y de la hermana del Emperador, Caroline. Una vez más, gracias a su arte y sus pinceles, célebres por favorecer los rasgos de sus modelos, consiguió volver a hacerse un hueco entre la nueva aristocracia de la época. Los parisinos volvieron a solicitar aquellos retratos que le habían reportado tanta fama en Francia antes de la Revolución Francesa y su obligado exilio. Desde Paris, se contagió aún mas su fama por toda Europa.
Durante sus viajes se convirtió en miembro de las Academias de Arte de Florencia, Roma, Bolonia, San Petersburgo y Berlín, algo inaudito para una mujer.
Solicitada por la élite de Europa, viajó a Inglaterra donde pintó a personajes notables británicos, como el poeta romántico Lord Byron. En 1807 viajó a Suiza donde fue nombrada miembro honoraria de la Societé pour l’Avancement des Beaux-Arts de Ginebra.
Especialmente conocida por sus retratos, Elisabeth es considerada una de las artistas femeninas más importantes de todos los tiempos.
Sus obras en el Museo del Prado
Actualmente, su obra se encuentra en museos de 20 países. Elisabeth fue muy prolífica y llegó a pintar 900 cuadros, de los cuales, 700 son retratos.
El Museo del Prado de Madrid le rindió un pequeño homenaje. En 2020 restauraron dos cuadros suyos que se encontraban ocultos en los almacenes. Este rescate fue gracias a una exposición, que exploró el papel de la mujer en el arte desde finales del siglo XIX a principios del XX. Su título fue “Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España” (1833-1931).
Se trata de dos retratos: María Cristina de Borbón (1790), cuya exacta copia se encuentra en el Museo Nacional Capodimonte en Nápoles. El otro es de Carolina, Reina de Nápoles (1790). Ambos lienzos convierten a Le Brun en la sexta mujer expuesta en el Museo del Prado, junto a otras artistas como Clara Peeters, Sofonisba Anguissola, Artemisia Gentileschi, Angelica Kauffmann o Rosa Bonheur.
Exposiciones como esta son una oportunidad para dar mayor espacio al arte femenino en el Prado. También nos inspira a conocer más de cerca a una de las figuras más interesantes del arte del siglo XVIII.
Exposiciones en Paris y Nueva York
Muchos consideran que el descubrimiento tardío de esta artista llegó muy retrasado. Su gran exposición retrospectiva se inauguró en el Museo Grand Palais de Paris en 2015. Fue la primera muestra monográfica de la artista en su país natal. Esta misma exposición viajó al Metropolitan Museum de Nueva York en 2016.
Sus obras se encuentran hoy en colecciones permanentes de los principales museos del mundo: Chateau de Versailles, Museo del Louvre en Paris, National Gallery de Londres, Museo Pushkin de Moscú, Galeria Uffici de Florencia, Pinacoteca Nacional de Bolonia…
Es admirada tanto por su técnica, como por su capacidad para establecer una relación empática y personal con sus modelos. Es considerada la retratista más brillante del Siglo XVIII.
Algunas de las obras maestras de Elisabeth
Las memorias de Elisabeth Vigée Le Brun
Animada por su amiga, la condesa Dolgoruki, Elisabeth publicó sus memorias (1835 y 1837). Para amantes de la lectura, están disponibles en inglés en internet: “Memoirs of Madame Vigée Lebrun”.
En sus textos muestra una interesante perspectiva sobre la formación de los artistas del final de una época dominada por las academias reales y los cambios de mentalidad en Europa.
Activa hasta los 50 años, la pintora se compró una casa para retirarse, en un pueblo al norte de Paris. Allí vivió hasta que el ejército prusiano se la confiscó en 1814. Tuvo que volver a Paris donde permaneció el resto de sus días. Elisabeth vivió durante tiempos convulsos y dedicó su vida plenamente al arte hasta que falleció en 1842. Tenía 86 años y nunca había dejado de pintar.
En su lápida se puede leer su sencillo epitafio:
«Ici, enfin, je repose.» («Aquí, al fin, descanso.»).
Elisabeth Vigée Le Brun fue una mujer única por tres motivos: consiguió ser admitida en la Academia Francesa y en otras academias europeas (cuando solo había hombres), fue la adorada retratista de reyes y aristócratas de su tiempo y por medio de su arte y sus memorias, es testigo excepcional de una epoca clave de la historia de Europa.
Sus memorias nos permiten conocer los detalles de la fascinante vida de una artista enamorada de su trabajo.
“Esta pasión por pintar es innata en mí. Nunca ha disminuido. Solamente ha crecido con el tiempo. Es a esta divina labor a quien le debo, no solamente mi fortuna, sino también mi felicidad”.
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