Hoy en día se ha avanzado mucho en la defensa de la dignidad, del papel y de los derechos de las mujeres. Sin embargo, en la larga historia de la humanidad no se puede poner en duda que las mujeres han contribuido, no menos que los hombres, al desarrollo de la sociedad, y muchas veces en condiciones más desfavorables. Ahora bien, en muchas ocasiones las mujeres para ser consideradas igual que los hombres hemos renunciado a nuestra “condición femenina” o a nuestro “genio femenino”, lo que nos ha llevado a imitar los roles de los hombres e incluso su forma de vestir.
Las cualidades del hombre y de la mujer son diferentes, tanto desde el punto de vista antropológico, como psíquico. Las mujeres vemos e interpretamos lo que nos rodea de distinta forma, y tenemos modos diferentes de desarrollar o dirigir un trabajo. Las mujeres somos más colaborativas y sensibles, cualidades que ayudan a realzar el valor de la persona como tal, no como un ser productivo.
La feminidad y la masculinidad son complementarias, el hombre busca, sobre todo, reconocimiento profesional y productividad en su trabajo. Sin embargo, la mujer desea tener una vida más plena, en la que pueda armonizar su trabajo profesional, su familia, sus relaciones sociales, etc. Por ello, uno de los retos de la sociedad actual para ayudar a las mujeres debería centrarse en garantizarles la plena integración de los distintos papeles de su vida, mujer-trabajadora y madre.
A estas alturas del siglo XXI, la maternidad no debería verse como algo que frena el desarrollo profesional de la mujer y dificulta la actividad de su lugar de trabajo. Por el contrario, la maternidad enriquece a la mujer y también al lugar de trabajo, porque la mujer aporta otras competencias y habilidades, a saber, más capacidad de organización, más sensibilidad hacia los demás, más capacidad optimizar los gastos, mejor respuesta a los imprevistos, etc. Por esto, una meta importante debería ser la racionalización y flexibilización de los horarios, para que las mujeres que quieran dedicar un tiempo de sus vidas a criar y cuidar de sus hijos puedan hacerlo. Hoy en día es casi un imposible, ser madre y no tener que renunciar al desarrollo profesional. Este reto se hace cada día más urgente dado el actual “desierto demográfico”, ya que si no se establecen medidas para garantizar el “relevo generacional” asistiremos a la aparición de nuevos problemas profesionales, económicos, sociales, etc.
Yo quiero aprovechar esta ocasión para realzar el “genio femenino”, la feminidad como algo intrínseco al ser de la mujer. El don de la maternidad debe ser reconocido porque a ella le debe la humanidad su supervivencia. Hay que conseguir que la trabajadora-madre tenga acceso a promociones justas en su carrera profesional, estableciendo criterios para que los años dedicados al cuidado de sus hijos no le supongan una merma de oportunidades, ni una pérdida de derechos.
El don de la maternidad debe ser reconocido porque a ella le debe la humanidad su supervivencia.
Hay que darle un mayor impulso al “genio femenino” favoreciendo la presencia de la mujer en todos los ámbitos profesionales, culturales y sociales. El apostar por una mayor presencia de la mujer en la sociedad favorecería la humanización de los distintos ámbitos profesionales. Para ello, todavía hace falta una renovada toma de conciencia de la dignidad de la mujer, y de todo lo que ella puede aportar al mundo laboral y a la sociedad.
Por otra parte, las mujeres tenemos que enfrentarnos tanto a las “barreras externas”, que todavía dificultan nuestro desarrollo profesional y social, como a las “barreras internas”. Entre esta últimas, se encuentran la falta de confianza en nuestros propios talentos y el reconocimiento de nuestras debilidades. Además, hemos de buscar nuevas oportunidades y estar dispuestas a reinventarnos, pero sin dejar de lado nuestro talento o “genio femenino”. Como decía W. Shakespeare:
“El destino baraja las cartas, pero nosotras somos las que jugamos”.
Actualmente, ya hay muchas mujeres orgullosas de ser jefas, esposas y madres. Son mujeres que han superado sus propios miedos e incertidumbres. En muchos casos, se lanzaron a montar su propio negocio para poder tener una familia. Estas mujeres aseguran que su objetivo se hizo realidad gracias a la corresponsabilidad con su esposo para sacar adelante su hogar y a la flexibilidad que le permite ser la jefa de su negocio.
Uno de los retos de la mujer de este siglo debería ser encontrar el equilibrio entre su propio ser, su familia, su trabajo y sus relaciones sociales. Solo si la mujer tiene claras sus prioridades podrá lograr ese equilibrio entre su vida profesional, familiar y personal, y además conseguirá cumplir todos sus sueños. La mejor tarea de la mujer debería ser sacar adelante su familia. Sin duda, la mujer es el centro de la familia y ésta de la sociedad, lo que hace pensar en la mujer como un “agente de cambio” para lograr un desarrollo más productivo y humano en los distintos ambientes profesionales.
Como nos recordaba Benedicto XVI en su discurso sobre la promoción de la mujer en Angola:
“El reconocimiento del papel público de las mujeres no debe disminuir su función insustituible dentro de la familia: aquí su aportación al bien y al progreso social, aunque esté poco reconocida, tiene un valor verdaderamente inestimable”.
Por último, yo afirmaría que el logro de trabajos más humanos y productivos solo será una realidad si se logra una simbiosis perfecta entre el talento masculino y el femenino.
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