Hablamos de padres o madres que no están físicamente, otros que, aunque están, se despreocupan de sus hijos, personas inmaduras y/o que justifican su poco tiempo con ellos con un «algo es algo».
Sabemos que la infancia es una etapa crucial en el desarrollo de los niños, y lo que suceda en ese tiempo, con los padres y con cómo se esté con ellos, formará parte de cada pequeño y les hará ser de una determinada manera, afrontar ciertas situaciones y relacionarse con otros.
Hemos de entender y valorar que se trata de dos partes, pero que una de ellas, el adulto, es un ser que se vale por sí mismo, con raciocinio, una cultura que lo abala (sea cual sea, siempre superará a la de alguien cuyo cerebro se está desarrollando), bagaje social y que puede entender que la persona que está a su cargo tiene unas necesidades fisiológicas, también emocionales, que cubrir. Un crío depende de alguien y espera arropo y protección.
No se trata de justificar las largas jornadas de trabajo, los problemas en la relación de pareja, las tensiones familiares, que por supuesto existen. No se trata tampoco de justificar que la infancia de este o del otro también ha sido complicada y no sabe ejercer como debiera. Todo esto se trata de seres indefensos y de la responsabilidad de un adulto que ha decidido convertirse en progenitor.
Efectivamente esto va de dos personas y como suele decirse «el tiempo pone cada cosa en su lugar» y cuando el niño abandone la infancia o adolescencia podrá valorar y decidir, en esta ocasión, sí por él mismo, qué desea hacer. Y ahí, permítanme, creo que no hay espacio para el juicio. Un padre es un padre, una madre lo es también, sí, pero el niño, es el ser más puro, inocente y amoroso que hay y al que ante todo habría que amar sin condiciones. Entonces, los pocos instantes dedicados a los niños, ¿sirven de algo o cortan el cordón afectivo y dejan heridas para siempre?
La importancia de estar para todo
El padre o la madre puede no estar por los motivos que hemos comentado, pero el sufrimiento por la ausencia de tiempo, el no ver al hijo -que también puede ocurrir si el adulto fallece- se incrementa y es difícil cuantificar por cuánto, si tiene que ver con algo emocional, de afecto, de deseo por estar y formar parte de su vida. ¿Qué será del hijo cuando crezca? ¿Miedos, inseguridad, búsqueda de aprobación y afecto en las personas equivocadas? incluso, ¿exigir demasiado a otros?
El Estudio PsiCE (Psicología basada en la evidencia en Contextos Educativos) en nuestro país, donde han participado 9.000 alumnos de secundaria y ciclos formativos para abordar la salud mental infanto-juvenil y la intervención a nivel psicológica en entornos educativos, determinó que el 6% de los adolescentes se relaciona con síntomas graves de depresión y el 15% con síntomas graves de ansiedad. Por otro lado, el 4,9% señaló su intención de haber intentado quitarse la vida en alguna ocasión.
Como afirma Esther Vázquez Hurtado, psicóloga sanitaria y fundadora de Fleurir Psicología, una presencia activa, esto es, conectados a nivel emocional, cognitivo y corporal, por parte de los padres y madres, resulta fundamental para el desarrollo afectivo, mental y físico del niño.
La profesional recuerda que los progenitores presentes físicamente, pero no emocionalmente, se muestran poco accesibles o disponibles y no responden a las necesidades de los hijos.
Miedo, sentimiento de abandono o inseguridad
La falta de acompañamiento y conexión emocional de los progenitores con sus hijos tiene un gran impacto en el desarrollo de los más pequeños, como:
- Ausencia de seguridad en ellos y el entorno.
- Dificultades de identificación y gestión emocional.
- Baja autoestima y autoconcepto.
- Inseguridad.
- Sentimientos de abandono y soledad.
- Búsqueda constante de aprobación.
- Miedos o fobias.
- Baja tolerancia a la frustración.
- Falta de motivación.
- Dificultades para aceptar normas y límites.
- Dificultad para establecer vínculos sanos.
- Bajo rendimiento académico.
Vázquez destaca que los niños necesitan por parte de sus padres, tiempo de calidad y presencia, de manera activa y conectada.
Todos somos conscientes de las dificultades para conciliar familia y trabajo, además pueden existir procesos de separación/divorcio con la consiguiente ausencia física y/o emocional de uno de los progenitores. “En casos de este tipo hemos de compartir actividades con nuestros hijos, mostrándoles de forma verbal y física muestras de afecto y cuidado, explicándoles la temporalidad y circunstancias de no poder compartir más tiempo del deseado con ellos u organizarse entre los progenitores para que cuando uno no esté, lo haga el otro”, señala.
Los niños dependen completamente de los padres, biológica y psicológicamente hablando. Ángela Esteban Hernando, psicóloga sanitaria, divulgadora y coordinadora de Gaman Psicología, aclara que, a través de las interacciones que tengamos con nuestros padres, iremos construyendo los conceptos de ‘quién soy’, ‘cómo son los demás’ y ‘cómo es el mundo’.
Tipos de padres ausentes
La ausencia del padre o de la madre resulta una de las interacciones que más dañan al menor. La profesional explica de qué se trata:
- Padres ausentes físicamente: Físicamente ausentes en casa (ya sea por decisión propia o ajena) y que, por lo tanto, apenas están presentes en la educación, alimentación, tiempo libre y desarrollo personal del hijo. Puede mencionarse a padres que están mucho tiempo fuera trabajando, que no asumen -o muy poco- su función parental, los divorciados y que no viven en la misma unidad familiar que el niño o a quienes no se les permite la participación por parte del otro progenitor.
- Padres ausentes emocionalmente: Aunque puedan estar físicamente presentes, no lo están emocionalmente. Los niños necesitan amor, cariño y confianza y si como padres no se expresa lo importante o válido que es el hijo o que se está ahí para él, para escucharlo, no se crea un vínculo seguro, reconfortante y presente para él. Estar presente, se demuestra con interés genuino, afecto y acompañamiento.
“Un niño puede entender que su padre no está en casa porque está trabajando y, aunque le genere tristeza y le gustaría que estuviera con él, si se le explica correctamente la causa de su ausencia y el otro progenitor está presente, no tiene por qué influirle negativamente en su desarrollo”, perfila.
Lo que no puede entender el niño -considera Esteban- es que su padre/madre esté en casa, pero no pase tiempo con él, no muestre interés y no exteriorice que le quiere. “El niño no se sentirá válido, y creerá que ha de ganarse el tiempo, atención y amor del adulto. Esto tiene unas consecuencias muy negativas y perjudiciales en el desarrollo psicológico del pequeño”.
La psicóloga resalta el valor de que el otro progenitor sí esté y realice un correcto acompañamiento del hijo. “No es lo mismo que este piense, por ejemplo, que su padre se fue porque su madre y él ya no se querían, a que piense que se fue porque él nació. Este tipo de creencias irracionales es una de las consecuencias más comunes y visibles en los hijos de padres ausentes de cualquier tipo”.
El hijo podrá presentar dependencia emocional, necesidad de aprobación y/o llamadas de atención, tendrá problemas relacionados con las habilidades sociales, a la hora de implantar límites personales, con el rechazo, una alta probabilidad de sintomatología ansiosa y depresiva y en los casos más graves, trastorno límite de la personalidad y narcisismo, entre otros.
“Las explosiones de ira, las faltas de asistencia a clase, las peleas… suelen ser llamadas de atención y los mecanismos de defensa que han aprendido, inconscientemente, para sobrellevar su situación actual y su sensación de vacío”, especifica la coordinadora de Gaman Psicología.
Finalmente, y desde luego pensando en que cada caso es único, el cómo sean los progenitores no determina cómo actuarán sus hijos con ellos. Por todos son conocidos casos donde la necesidad de saber, buscar y encontrar respuestas puede más que el dolor vivido por la ausencia y el desapego del adulto.
En muchas ocasiones para sanar esas fuertes heridas es necesario comprender o mirar desde otra perspectiva, quizás es liberador el deshacerse de esa mochila que pesa tanto y dejar de odiar, dejar de lamentarse, aceptar, asumir y volver a tender o a acariciar una mano tras muchos años de distancia emocional. Puede que no se haga solo por un padre o una madre precisamente por serlo, sino por uno mismo, por merecerlo.
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