«LAS MALAS NOTICIAS CORREN COMO EL VIENTO», nos recuerda el refrán. Pero deberíamos empeñarnos en que «las buenas noticias vuelen». La Iglesia abre este mes de abril con la mejor de las noticias. La que se extendió como un reguero de alegría la Vigilia de Pascua: ¡CRISTO HA RESUCITADO!
Esta buena noticia, «la Buena Noticia», la hemos pregonado en la noche de Pascua. Y como un eco festivo se alarga a lo largo de la Octava pascual: durante ocho días, como si fuera un solo día, celebra la Iglesia, en una hermosa liturgia. Esta es la noticia que hizo exclamar a san Pablo: Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe. Esta confesión desgarrada del apóstol resume el sentido total de la celebración de este Tiempo Pascual. La Resurrección del Señor es la notica que transforma la noche en día, la noticia más deseada, que colma la sed de infinito que todos guardamos, con pudor, en el secreto del corazón: la noticia que anuncia que la angustia ante la muerte ha sido vencida y se ha ensanchado, hasta el Infinito, el camino de la vida y ya la esperanza no es una vana ilusión humana.
Esta es noticia que le da sentido a nuestra fe, que la hace posible y que la mantiene a lo largo de los años: ¡CRISTO VIVE ENTRE NOSOTROS! En cada Eucaristía que celebramos, notamos su presencia, en la lectura de su Palabra y en el Pan eucarístico que nos alimenta: ¡Sí, nuestra fe confiesa que Cristo vive para darnos vida! Así lo hemos mostrado en los signos que nos han acompañado en la Solemne Vigilia Pascual:
Él nos ha abierto de nuevo las aguas del Bautismo, y ha llenado la pila bautismal con el agua que salta hasta la vida eterna, en la que bautizaremos a nuestros hijos y por la gracia del Espíritu Santo los incorporaremos a la gran familia de la Iglesia.
Él es la luz, representado en el Cirio Pascual, que orienta nuestra vida y que será testigo de la celebración de los Sacramentos. Al coger cada uno parte de esa luz en nuestras manos, hemos iluminado lo más profundo de nuestro corazón, para «ver a Cristo y orientar nuestros pasos por el camino del bien».
Él nos ha convocado para celebrar la Eucaristía y, como a los discípulos de Emaús, nos explica las Escrituras y nos invita a reconocerlo al partir el Pan. Al sentarnos a la misma Mesa, ha estrechado nuestros lazos de hermandad y amistad, nos ha constituido en la gran familia de los hijos de Dios, en la que nadie es indiferente para nadie: si compartimos la misma fe, nadie está solo. Dios rompe todas las soledades.
Seamos pregoneros de esta Buena Noticia. Profesemos todos que Cristo ha resucitado: ¡esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia! Y hagamos correr esta Buena Noticia. Los primeros cristianos tenían una formula sencilla para indicar la Resurrección de Jesús. Proclamaban: ¡Jesús es el Señor! Significando que el señorío de Jesús de Nazaret traspasa la cruz y la muerte y sale de la soledad del sepulcro, victorioso y resucitado, en la madrugada de Pascua. También nosotros nos sumamos a este grito de fe y proclamamos: ¡JESÚS ES EL SEÑOR, CRISTO HA RESUCITADO!
Pero este grito no puede ser sólo el eco de una tradición o de una rica herencia. Tiene que salir de lo más profundo del corazón de cada uno de los que hemos celebrado la Pascua y que compartimos la fe en nuestra pequeña comunidad, una parcela de la gran comunidad que es la Iglesia. La noticia se convierte en pregunta: ¿Realmente, la noticia de la Resurrección del Señor determina mi vida y le da sentido? ¿Mi fe soporta las dudas y las vacilaciones, porque no se sustenta en mis solas fuerzas sino en la gracia de Dios? ¿Soy testigo valiente de ella y la proclamo con alegría? El Papa Benedicto, en su Carta sobre la fe, nos deja esta bella reflexión: «La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos…Como afirma san Agustín, los creyentes se fortalecen creyendo».
CRISTO HA RESUCITADO… ¡CORRE LA NOTICIA!
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