¿Por qué la industria robótica se empecina en orientarse hacia los robots humanoides, por qué tanto afán por humanizarlos? Y es que no estamos hablando aquí de robots capaces, por ejemplo, de levantar pesadísimas cargas que podrían dañar nuestras columnas sino creados con la pretensión de otorgarles cualidades netamente humanas tales como la empatía.
El científico y profesor japonés Hiroshi Ishiguro –uno de los líderes en cuanto al diseño de robots humanoides– definió al hombre cual “animal que puede usar tecnologías”, afirmando que “la definición irá cambiando con la evolución tecnológica.” La identidad del hombre según él estará, pues, supeditada a la tecnología, desnaturalizándolo y por ende esclavizándolo, apagando su corazón.
Ishiguro fabricó un robot copia de sí mismo por su necesidad de “entender qué nos hace humano” … Qué mal estamos si necesitamos un robot para saber quiénes somos, asusta las respuestas que pueda encontrar. Dijo también hace años: “Una vez que le pongamos voluntad y deseo al robot, será capaz de actuar de forma mucho más humana y comprender los deseos e intenciones de la gente y compartirlo nos llevará a tener relaciones más profundas, a querernos”. Ciertamente no podrán infundir vida humana a un robot pero sí están logrando restarle humanidad y hackear su exquisita identidad.
Esta realidad puede parecer una mera moda extravagante que deviene de los intereses propios de la ganancia y competitividad de la industria, pero cuando descubrimos su explicitada prioridad en la agenda mundial cual parte de “los objetivos sostenibles”, queda en evidencia que no es mero negocio sino que ese “mejoramiento del ser humano a través de la tecnología” responde al movimiento transhumanista.
El científico Ishiguro justifica todos estos avances por el envejecimiento de la sociedad, sosteniendo que la población va a descender casi a la mitad y habrá gran disminución de mano de obra y por esto necesitaremos de robots para mantener la calidad de vida. Frente a tan rebuscada justificación nos preguntamos si casualmente la disminución de la población a la que hace referencia no tiene que ver con las políticas de la agenda mundial que promueve el aborto, la ideología de género, la eutanasia, el transhumanismo... Ishiguro cree que en un futuro no habrá distinción entre los humanos y los robots humanoides y manifestó cual objetivo final “convertirnos en entidades inorgánicas en pos de vivir y sobre vivir por más tiempo, llegando a ser nosotros mismos robots”. Apena profundamente la pobreza existencial de su objetivo, esa búsqueda de super longevidad a costa de atentar contra nuestra esencia.
Lamentablemente, el transhumanismo no implica un delirio, una ficción futurista sin peligro alguno, ya que los robots humanoides ya están influenciando algunos ambientes sociales en el presente.
Ameca es un robot humanoide que “se declara consciente”, sus creadores hablan de “una personalidad única derivada de su programación e interacciones humanas”. Recibe visitas de escolares, con el propósito de generar confianza y entendimiento entre humanos y robots e introduciendo a los jóvenes en esta industria. La gran estrategia de este movimiento que busca una futura convivencia con los robots, está dada por conseguir que los niños tengan una visión tierna y naturalizada de los robots, cuestión gravísima porque como sea su vulnerabilidad e inocencia será atacada, apelando a que también somos animalitos de costumbre.
David Hanson fabricó a Sophia, entre otras cosas, para ser compañero de ancianos y resultó ser “la primera persona no humana que recibió ciudadanía saudí” y fue nombrada “embajadora de la ONU”. Hanson emitió cual predicción lo siguiente: “dentro de veinte años los robots de apariencia humana caminarán entre nosotros… nos enseñarán…”
Ishiguro fabricó a Erica buscando a través de la IA conversacional que “trabaje la empatía y ría como un humano”.
Samantha, al que denominan “robot sexual” deja en evidencia las perversiones a las que han llegado dentro de esta industria, explican que a diferencia de otros “deberá sentirse seducida para acceder a tener relaciones íntimas.”
Sin duda el transhumanismo no ama al ser humano sino todo lo contrario, quiere degradarlo, hacer con él “nuevas especies.” La IA no implica necesariamente evolución y puede ser todo lo contrario, como estamos viendo en estos robots. Si el hombre no entiende su dignidad, su naturaleza, sus límites, ¿cómo podrá hacer buen uso de la IA?
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