El consumo de imágenes virtuales sesgadas o falseadas, pero irreales, para aparentar lo que nuestra fantasía nos sugiere, incrementa las depresiones, produce insatisfacción y provoca suicidios.
El periodo estival puede ser un buen momento para pensar en el uso que hacemos de las pantallas, para discernir si su influencia, en cada una de las facetas de nuestra vida o en la de nuestros seres queridos, en especial de los niños y jóvenes, es positiva o negativa.
Desde la aparición de las primeras pantallas, pantallas de televisión, en los años 60, hasta nuestros días, se ha producido una invasión de las pantallas que evidencia el poder de la imagen. Tal es así, que el desarrollo de las actividades de cada día está ligado al uso de las pantallas: del móvil, del ordenador, de la tablet, informativas, (…). La pantalla cobra protagonismo y se hace omnipresente en nuestra vida, ya que estamos rodeados de pantallas desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, incluso un dispositivo digital controla nuestro despertar.
Si las pantallas dirigen en mayor o menor medida nuestras vidas, no parece un tema baladí el dedicar tiempo en pensar en cómo hacer un buen uso de ellas. A ello puede ayudarnos el conocer que los colegios, que siguen la pedagogía Waldorf, en los que estudian la mayoría de los hijos de las grandes empresas tecnológicas, las GAFAM, sus alumnos no usan pantallas hasta la educación secundaria. Los colegios Waldorf consideran que el uso de las pantallas disminuye la creatividad, la capacidad de concentración y el rendimiento de sus alumnos. Lo que nos tendría que llevar a preguntarnos por el porqué de la clara contradicción de estos tecnólogos, ya que por un lado promueven su desarrollo y su uso, y por otro lado, limitan su uso en su entorno familiar. Esta forma de actuar se debe a que les preocupa más el riesgo de la adicción de las pantallas que los beneficios del uso de las mismas. Muchos estudios revelan que un uso excesivo de las pantallas en la edad temprana provoca retrasos en el desarrollo integral de los niños.
El crecimiento exponencial del uso de las pantallas en nuestra vida no se ha producido con la necesaria preparación de nuestra mente para poder hacer un uso correcto de las mismas. Sería necesario que nuestro modelo educativo pusiese atención en enseñar, a los niños y jóvenes, a mirar las pantallas, a distinguir los tipos de lenguaje que utilizan. Urge fomentar la educación visual y el espíritu crítico de los consumidores de pantallas.
Los expertos señalan el mal uso de las pantallas y la falta de análisis de las imágenes como causas del aumento de algunas enfermedades como la anorexia o la bulimia. Otra dañina adicción es el consumo de imágenes pornográficas, que deteriora las relaciones afectivas, el cerebro y la capacidad de relacionarse con los demás. Además, el consumo de imágenes virtuales sesgadas o falseadas, pero irreales, para aparentar lo que nuestra fantasía nos sugiere, incrementa las depresiones, produce insatisfacción y provoca suicidios.
Los que diseñan las redes sociales conocen muy bien que las imágenes impactan directamente con nuestra parte emocional, es decir, las imágenes hacen que nos dejemos llevar por nuestras emociones en lugar de activar nuestro juicio crítico para analizarlas correctamente.
Sobre el poder de las imágenes cabe fijarse en lo sucedido en el país de Bután, en el Himalaya. Hasta finales de los 90, los ciudadanos de este país fueron considerados los más felices del mundo, ya que sus gobernantes centraban sus políticas en el desarrollo de la Felicidad Nacional Bruta, impulsando una buena sanidad pública y una buena educación pública, en lugar del Producto Interior Bruto. Según algunos sociólogos, todo cambió con la invasión de imágenes, a través de las pantallas, para la que no estaban preparadas, que provocó un shock social, cultural y psicológico. Sus indices de infelicidad empezaron a crecer y los gustos estéticos, tanto de los hombres, como de las mujeres, cambiaron considerablemente. Por ejemplo, las mujeres al compararse con las modelos y las actrices, que aparecían en las pantallas, empezaron a sentirse menos atractivas y los hombres perdieron interés por sus mujeres. Al parecer, los analistas achacaron esta situación a la insatisfacción producida por la falta de recursos, de los ciudadanos de Bután, para asimilar los efectos de imagen-pantalla, ya que en el budismo toda imagen está asociada a un deseo, el cuál conlleva un cierto grado de insatisfacción hasta que se logra.
Por otra parte, cabe recordar que los desarrollos tecnológicos empezaron a andar desprovistos de un código ético. Hoy en día, aunque algunas de las grandes empresas tecnológicas ya han establecido medidas para limitar el uso del móvil o controlar el acceso a Internet por parte de niños y jóvenes, el problema de la adicción de los dispositivos digitales sigue sin resolverse. Por otra parte, desde hace algún tiempo se suceden las denuncias interpuestas por asociaciones o centros escolares. Entre las que cabe mencionar la denuncia presentada por un centenar de escuelas públicas, del mayor distrito escolar de Seattle, a las grandes empresas tecnológicas Meta (propietaria de Facebook e Instagram), Byte Dance (dueña de TikTok), Alphabet (matriz de YouTube) y Snapchat, por fomentar un uso adictivo de sus respectivas redes sociales entre los niños y jóvenes. Lo que busca una persona adicta es la mejoría de su malestar emocional, es decir, intentando ahuyentar el aburrimiento, la soledad, la ira, el desconcierto o el nerviosismo. Todo este cóctel propicia conductas de escape, de evasión o de anonimato, en las que se pierde el control y aumenta la dependencia.
Los gobiernos tienen la obligación de proteger a los niños y jóvenes, pero, una vez más, los padres son los primeros que deben proteger a sus hijos frente a la amenaza de la adicción digital. Los padres deben ayudar a que sus hijos aprendan a desconectarse en determinados momentos del día, haciéndoles ver que hay un hermoso mundo real, en contraposición al mundo irreal que les muestran las pantallas, y que vale la pena disfrutar de él. El verano puede ser un buen momento para practicar la des-conexión digital y enriquecerse con el trato personal entre familiares y amigos.
Los gobiernos tienen la obligación de proteger a los niños y jóvenes, pero, una vez más, los padres son los primeros que deben proteger a sus hijos frente a la amenaza de la adicción digital.
Sin lugar a dudas, los padres y educadores han de ayudar a los jóvenes a que puedan disfrutar de las enormes posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, pero hay que hacerles conscientes de sus riesgos y de que el centro de su vida no debe girar alrededor de los medios digitales. Para eso,es necesario que los padres y educadores refuercen la voluntad de los niños/jóvenes para que puedan hacer un buen uso de las pantallas, les ayuden a discernir lo verdadero de lo falso, lo bueno de la malo, lo bello de lo feo, y todo aquello que les puede ayudar a ser, no solo buenos estudiantes, sino buenas personas.
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