Laura está atenta a la comida, en realidad, mitad atenta a la comida, mitad a capturar la escena. Es como si en su interior librara una lucha constante entre lo que está viviendo y lo que quiere mostrar. Le sucede lo mismo cuando van a la montaña, o mientras pasean tranquilamente a la orilla del mar; su ojo calcula atento cuál será el mejor encuadre, la luz perfecta, el juego de imágenes que haga de la realidad la composición más bella.
En los últimos tiempos Laura ha disfrutado de atardeceres cálidos, rosados, magenta; de días de sol dorado; de noches a la luz de las velas; de estampas que casi casi, lograban chillar, salirse del cuadro, gritar a los cuatro vientos su alegría.
Laura vive en un constante sonreír. Es una risa amplia, hermosa, llena de dientes. De esas por las que se escapa la vida y al resto solo nos queda mirar con extrañeza, como si en su existir todo fueran días arcoíris -no se sabe bien por qué, seguramente, la fortuna, la mala, se cebó con nosotros- sin embargo, el suyo parece un trayecto sin asperezas. O quién sabe, tal vez es que Laura es de ese tipo de personas capaz de mantener bajo control todo cuanto le sucede.
Laura está ahora en esa discusión que entabla a diario consigo misma. Le sucede casi desde que se levanta. Tal vez, ese rayo que se ve entre los bloques de edificios ochenteros que se alzan frente al suyo es tan hermoso que debería capturarlo o, mejor aún, la mesa del desayuno con sus colores naranjas, celestes, blancos, sobre un mantel de cuadritos pastel, sí, es la imagen más hermosa de la mañana; sin duda lo es.
Esa es su batalla mental. La que libra a cada instante. Saber en qué momento de su día a día está la foto perfecta. la que encierra todos los matices de una vida plena. Y así, día a día, se queda atrapada en cómo mostrar las escenas de su vida como si fuera una de esas películas edulcoradas en las que Hugh Grant hace de solícito enamorado en el barrio de Notting Hill. A ella le encanta luego recrearse en esas estampas. Es como si se mirara en un espejo en el que, acicalada de boda, le devolviera el mejor de sus reflejos. Y se mira y se remira una y otra vez, siempre con la sensación de tener todo bajo control, en orden, bello.
Luego llega Mario, la grita, le recrimina por qué está todo el santo día pegada al móvil. Más le valía limpiar un poco la casa. Está harto de vivir en ese constante desorden. A Mario se le han pasado las zalamerías de los primeros meses de novios y lo que queda de él es un tipo más bien grotesco y de costumbres machistas. A él le gusta llegar a casa y tener el plato en la mesa, caliente, dispuesto. Da igual si Laura ha estado trabajando en el turno de noche preparando las rebajas, o si ha tenido que reunirse por enésima vez con la maestra porque Saúl insiste en proclamarse el graciosillo de la clase y, después, corre que te corre, lo ha llevado a futbito, se ha recorrido dos supermercados en busca de las mejores ofertas y ha regresado exhausta con tiempo, tan sólo, para sentarse veinte minutos a descansar y regalarle a sus amigas de Facebook las mejores estampas de su preciosa vida. Ha decidido subir la foto que tomó justo cuando llegó al campo con Saúl. El sol estaba cayendo y el niño, radiante en su equipamiento, le había regalado la sonrisa grande y feliz de quien, harto del tedio escolar, por fin, sale a trotar detrás del balón. Y ella, hábil para reconocer la estampa perfecta, había capturado la foto, y ahora, antes de que llegara Mario y la sacara de su otra vida, la de Internet, la perfecta, la que proyectaba la ilusión de sí misma que tanto la atrapa, la está colgando acompañada de muchos emoticonos y un mensaje que dice “Otro maravilloso día, lleno de luz y fútbol”.
– Laura, ¡ya estás otra vez! Me parece increíble, llevo todo el día trabajando y aún no has empezado a hacer la cena. Mario irrumpió en su mundo de luz y color de Facebook sin que él ni siquiera se diera cuenta. Rápidamente, guardó el móvil en su bolsillo y emprendió como cada noche, en realidad, como cada momento en el que estaban juntos una amarga discusión plagada de reproches y frases feas. Pero, en medio de ese desorden, de los gritos y sinsabores, Laura no olvidó colgar en la red una foto bien estudiada de la cena que rabiosa había preparado para Mario, eso sí, acompañada de dos corazones y la frase “Acabando la jornada con una rica lasaña”. Tan sólo se le olvidó contar a sus ciberamigos que la lasaña era prefabricada, al igual que la vida que les mostraba a través de la red.
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