Chimwemwe, una joven de una pequeña localidad en el Malaui rural, tenía solo 12 años cuando se casó con un chico de 17 para huir de la pobreza en su casa. Su relación sexual comenzó cuando ella tenía 10 años porque, confiesa, él le ofreció dinero y regalos mientras que en su casa no podían permitirse el lujo de proporcionar alimentos suficientes. Chimwemwe se quedó embarazada poco después y fue obligada a casarse con el chico. “Fue mi única solución de la pobreza, y yo estaba embarazada”, explica a Agnes Odhiambo, investigadora de la División de Derechos de la Mujer de Human Rights Watch. Chimwemwe asegura que nunca ha experimentado la felicidad en su matrimonio ni ha visto el beneficio de estar casada: casi muere en el parto y su marido la maltrata. En su estremecedora confesión, declara que nunca ha pensado en dejar a su marido porque, si lo hace, se tendría que enfrentar a la comunidad.
El drama que vive Chimwemwe es algo habitual en el África Subsahariana, cuya tasa de matrimonio infantil es una de las más altas a nivel mundial. Por ejemplo, según los últimos datos de UNICEF, más del setenta por ciento de las niñas en Níger y República Centroafricana de Chad se casan antes de cumplir los dieciocho. En Malaui, una de cada dos niñas se casa antes de esa misma edad.
Ante esta desgarradora realidad, es reconfortante que la líder africana de Dedza (en el centro de Malaui), Theresa Kachindamoto, utilice su autoridad para acabar con los matrimonios infantiles y luche por los derechos de la infancia.
Kachindamoto asumió el poder como jefa del distrito de Dedza en 2003, aunque no empezó su gesta hasta 2015. Ese año, Malaui aprobó una ley que prohibía el matrimonio infantil, sin embargo, podía saltarse siempre y cuando hubiera el consentimiento paterno y el de los líderes tribales. Según explica Kachindamoto, “la pobreza hace que decidan organizar estas uniones. Si la familia del chico tiene ganado, pueden intercambiar un pollo, cabras o vacas por la niña. Los padres quieren casar a las hijas para que puedan cuidar de sí mismas y abandonen el hogar”.
Consciente de que el número de matrimonios infantiles no disminuía con esa ley, la líder africana consiguió que los jefes territoriales que tenía a su cargo suspendieran cualquier tipo de unión entre menores. Desde entonces, con su política, ha anulado más de 2000 matrimonios infantiles.
Además, la líder también ha prohibido las prácticas de iniciación sexual en las niñas. Esta última costumbre es muy común en las tribus africanas, en las que las niñas son sometidas a abusos sexuales por parte de los líderes tribales. En consecuencia, las jóvenes están expuestas a contraer graves riesgos para su salud, como infecciones de trasmisión sexual y embarazos precoces.
En Malaui, cuatro de cada cinco niñas casadas no terminan la educación primaria. Por ello, Kachindamoto también se encarga de ofrecer y buscar financiación para todas aquellas niñas que, cuando se casan, se ven obligadas a interrumpir su educación por una unión que -en la mayoría de los casos- se resuelve con violencia, abusos, relaciones sexuales forzadas y embarazos.
La atroz realidad de los matrimonios infantiles en África (trece millones de las niñas casadas en el mundo viven en este continente) supone un círculo vicioso de violación de derechos y desigualdad. Si las niñas no tienen acceso a la educación o tienen que abandonarla cuando se casan, se ven obligadas a subordinarse y ser miembros de una sociedad que cuando mira a una niña ve a una novia.
Para romper este círculo es necesario acabar con la base del problema: el acceso a la educación y la pobreza. La líder africana pone todo su esfuerzo para que las niñas tengan un futuro digno, para que puedan acceder a la educación y para que cuando terminen sus estudios, puedan encontrar un trabajo que genere ingresos para sus familias.
Kachindamoto cada vez recibe en su casa la visita de más jefes tribales interesados en saber cómo está logrando el cambio y poder ser partícipes de todo el camino que les queda por recorrer.
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