Margarita Rivière en su libro titulado La era de la decencia comenta que tres son las cosas que le movieron a escribir ese libro: la fascinación del mal (de Azúa, 1999; Rivière, 1995) los modelos fundamentalistas y una nueva cultura puritana. Hace más de veinte años que escribió eso, y justamente ahora cobra toda su actualidad.
La palabra decencia nace de la dignidad, es decir, actuar de acuerdo con la naturaleza que nos corresponde.
Pero ¿qué se entiende por decente o indecente desde el punto de vista estético? Para ella (Rivière, 1995, p. 17) es un estado del espíritu de confianza y de cordialidad hacia los demás seres humanos, de realismo en cuanto a la pequeñez humana y de esperanza en la inteligencia (…) y al cultivo de la razón. La palabra decencia nace de la dignidad, es decir, actuar de acuerdo con la naturaleza que nos corresponde, lo decente aprende al convivir con el mal, transforma su escándalo ante el mal en responsabilidad propia y sabe que la muerte es parte de la vida. Frente al indecente que solo fe el mal en lo ajeno y odia la vida (Rivière, 1995, p. 17).
La palabra decencia nace de la dignidad
Así también, Reina Lewis (2013) en su libro Modest Fashion, cuando refiere la posibilidad de una moda “modesta”, experimenta que solo pronunciarlo genera preguntas, comentarios, críticas, incluso incredulidad.
Ya decía Kôning que la ausencia de vestido es un signo de primitivismo.
Bourdieu define la “Mirada pura” es el encuentro adecuado con una obra de arte, (…) es la de un individuo que posee la competencia cultural o capital para decodificar los elementos formales de una imagen y la sitúa en un contexto cultural determinado. Así pues, el encuentro estético es el reconocimiento y la confirmación del poder cultural. Por lo tanto, la mirada “pura” da prioridad a la forma sobre el tema y la autonomía artística sobre la ilustración o la referencialidad, (…) un intento de habilitar a la cultura legítima para trascender el nivel de base del intercambio de bienes.
La pureza del cuerpo femenino depende del cuerpo que es mostrado y del cuerpo que es mirado.
Es interesante tener presente que el concepto de lo estético no ha existido siempre. Su invención tiene lugar en el siglo XVIII, cuando se produce una compensación de la mercantilización de la vida cotidiana afirmando la superioridad del espíritu sobre el valor económico y el apetito inspirado en el mercado.
Como ha escrito Terry Eagleton acerca de lo estético:
“Es precisamente en el momento en que el artista se está convirtiendo en un productor de un bien insignificante cuando ello lleva a afirmar al genio transcendente […]. Lo que el arte es capaz de ofrecer ahora, en esta lectura ideológica conocida como la estética, es un paradigma de una significación social más general: una imagen de autorreferencialidad que en un movimiento audaz se apodera falta de funcionalidad de la práctica artística y la transforma en una visión del bien más elevado” (en Nead, 1998, p. 136).
Partiendo de los planteamientos citados queda claro que la tarea de cultivar la mirada es fruto del crecimiento cultural personal. Legítima y alta, la cultura es entonces constituida por medio de la negación de la diversión más baja, vulgar o venal y la afirmación del placer sublimado, refinado y desinteresado. Desde esta perspectiva, en adelante, las elecciones que realicemos entre los placeres del apetito y el placer estético son actos de diferenciación cultural y social; como señala Bourdieu: Los sujetos sociales, clasificados por sus clasificaciones, se distinguen a sí mismos por las distinciones que hacen (en Nead, 1998).
La pureza del cuerpo femenino depende del cuerpo que es mostrado y del cuerpo que es mirado.
Al final de La distinción, Bourdieu separa lo estético (“placer reducido al placer de los sentidos”), y lo venal (“placer reducido al placer de los sentidos”). Establece así una frontera entre la alta cultura y la vulgaridad.
La pureza de nuestra mirada depende del cultivo de la interioridad. La cultura nos purifica y la ignorancia nos vulgariza, en todos los sentidos del término.
La pureza del cuerpo femenino depende del cuerpo que es mostrado y del cuerpo que es mirado, y es ese espacio, el que juega con las posibilidades de la obscenidad. Como ha indicado Bourdieu, las diferencias culturales registran distinción y es precisamente esas diferenciaciones son las que aportan eficacia. El arte y la pornografía respectivamente ocupan los dos extremos del registro cultural. El desnudo femenino artístico es el símbolo de la mirada pura, desinteresada, sin función y del cuerpo femenino transustancializado; por otra parte, la pornografía, simboliza el ámbito de lo profano y la cultura de masas donde los deseos sensuales son estimulados y gratificados. Entre estos dos extremos -afirma Lyda Nead (1998)- se abre un abanico de diferenciaciones culturales y una frontera que es dibujada y vuelta a dibujar, a lo largo de las líneas de la definición de lo que es aceptable y de lo que no.
En determinados ámbitos se contempla los términos modestia o inmodestia frecuentemente unidos a lo religioso o ideológico. Espero haber abierto una nueva vía para el desarrollo de una estética respetuosa con la dignidad del ser humano- citando de nuevo a Riviere “La decencia tiene su origen en la dignidad”- que es de lo que se trata.
La pureza de nuestra mirada depende del cultivo de la interioridad y del crecimiento cultural.
En resumen:
· La pureza de nuestra mirada depende del cultivo de la interioridad. La cultura nos purifica y la ignorancia nos vulgariza, en todos los sentidos del término. · Espero haber abierto una nueva vía para el desarrollo de una estética respetuosa con la dignidad del ser humano, como la define Margarita Riviere (1995) “La decencia tiene su origen en la dignidad”. |
Referencias
de Azúa, F. (1999). Baudelaire y el artista de la vida moderna. Barcelona: Editorial Anagrama, S.A.
Eagleton, T. (2006). La estética como ideología. (G. Cano & J. Cano Cuenca, Trads.). Oxford: Editorial Trotta, S.A.
Lewis, R. (2013). Modest Fashion. London: I.B. Tauris & Co Ltd.
Nead, L. (1998). El desnudo femenino. (C. González Marín, Trad.). Madrid: Editorial Tecnos, S.A.
Rivière, M. (1995). La era de la decencia. Barcelona: Editorial Anagrama, S.A.
Fotografía: Nacho Salgado
Modelo: Verónica Castrillo
Estilismo: Gloria Rodríguez Mafé
Muah: Lydia Serrano
Agradecimientos: Carolina Rodriguez, Eduardo Medina, Adriana GR y La Modethêque
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