“Toda mi familia se ha convertido a la fe católica. La distancia con ellos se hacía cada vez más grande, así que me propuse hacer una película para entender cómo el Espíritu Santo había entrado en sus vidas; y de alguna forma, también en la mía. Una película de cariños, ausencias y distancias…” Este texto que acompaña al cartel de Converso es el mejor resumen de una de las películas españolas más sorprendentes y frescas del año. La cita la firma David Arratibel, un creativo navarro de 44 años, que un día decidió hacer una película con un tema que llevaba comiéndole por dentro muchos años. En un corto espacio de tiempo, su madre, sus dos hermanas y su cuñado habían pasado de ser ateos a convertirse en fervientes católicos. Incapaz de entender este proceso, Arratibel empezó a sentirse cada vez más desplazado y solo. El entusiasmo de su hermana mayor y la alegría de la familia por haber encontrado a Dios solo contribuyeron a que la grieta entre ellos se hiciera más profunda.
Cuando finalmente Arratibel cogió la cámara para grabar este proceso de “exaltación religiosa”, como en algún momento lo define, solo le movía la curiosidad y el deseo artístico de crear algo que presumía interesante. Después de horas de conversaciones, años de dar vueltas al punto de vista de la película y 22 montajes diferentes, el cineasta encontró –además de un magnífico documental- algo que no esperaba: la sanación de profundas heridas personales y la reconciliación con su familia.
“La película cambió el día que mi hermana mayor me dijo, aunque no llegues a estrenar la película, ya está sirviendo, porque de una puta vez hemos podido sentarnos a hablar de algo que no querías abordar porque te daba mal rollo”. En ese momento, me di cuenta que no se trataba de hacer entrevistas a mi familia… sino de conversar con ellos”, confiesa David Arratibel.
Es proverbial porque el documental cambia en ese preciso instante. El director abandona su puesto detrás de la cámara para ser un protagonista más, para dejarse él mismo entrevistar. Ya no se trata de conversiones sino de conversaciones, de la necesidad de hablar de lo que separa, de ponerse en la piel del otro, de reconocer la culpa y de pedir perdón. La conversación con su madre, alrededor de una mesa y afrontando hechos que nunca habían salido a la luz, contiene más verdad y más cine (las dos cosas son compatibles) que lo que hemos visto en la pantalla grande en mucho tiempo.
Converso habla de fe –mucho- y de una forma muy profunda, muy sincera y auténtica. Pero habla sobre todo de la búsqueda de la verdad a través de la reflexión, el estudio… y del diálogo. Y habla de cómo un diálogo, para ser enriquecedor, necesita no solo de dos personas sino de dos personas abiertas a reconocer qué parte de verdad encierra la opinión del otro. Desde la cerrazón solo se puede construir un bunker; nunca un puente. Y si algo es esta película es un puente.
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