Han vuelto a hacerlo. Y, como consecuencia, han vuelto a meterse al público en el bolsillo con la sencilla –y complejísima- receta que cocina las grandes películas: una historia bien escrita con un magnífico desarrollo visual.
Estoy hablando de Pixar, claro: los “padres” de criaturas como Wall-E, Toy Story, Nemo o Ratatouille. Magníficas criaturas, como también lo es Coco. Una película que confirma que quienes están detrás son unos genios.
Parece fácil hacer Coco… y no lo es en absoluto. La película parte de una pequeña anécdota –un niño que quiere dedicarse a la música frente a la prohibición un poco histérica de su familia- y de una realidad muy local: la celebración del día de los muertos en México.
Es esta una festividad llena de ritos y costumbres muy ajenos a la cultura europea… y a la cultura americana (esto no es Halloween). Sin embargo, Lee Unkrich –que por cierto está detrás de Monstruos SA, Nemo o Toy Story 2 y 3– consigue elevar la visión y, aprovechando esa tradición local, hablar de temas universales con los que cualquier público puede conectar.
En su simplicidad, y a través del viaje del niño, Coco habla de la muerte, del valor de los recuerdos, de la importancia de la familia y del papel que tienen las tradiciones. Y habla no con diálogos convertidos en discursos, sino a través de personajes bien escritos y de secundarios que protagonizan ricas subtramas. Como en las buenas familias, hay muchas historias que se entrelazan y enriquecen porque, si cada persona es un mundo, cada familia, una galaxia. No es corriente desarrollar de una manera tan trabajada los guiones en las cintas de animación. Pero Pixar lo hace: es marca de la casa.
Y junto con esto, la película es una fiesta desde el punto de vista visual. Un envoltorio visual, por otra parte, absolutamente subordinado también a la historia. Nadie le negará a la cultura mexicana su carácter explosivo, grandilocuente, colorido y musical. Y esto es lo que hay en Coco: color, mucho color, ¿qué otra cosa sino el color define el poncho de un mariachi?; exceso, acumulación, una cierta sensación de borrachera, de tequila ingerido en tres golpes; un poco –bastante- de sentimentalismo, porque no conozco a ningún mexicano que no lleve el corazón en la mano, dispuesto a que se lo destrocen, o que no haga de su vida una tragedia…porque siempre es más fuerte que un drama.
Y todo esto con alegría, con muchos gramos de desvergüenza, con una fiesta casi infinita (por algo sigue después de la muerte) y música. Mucha música: porque de las referencias musicales de Coco –igual que de sus referencias culturales- podría uno pasarse días hablando. O cantando…que es como se sale del cine.
Coco es la película de las Navidades. Uno de esos títulos que conquistan a públicos de diferentes generaciones. ¡Qué pocos títulos así y qué felices nos hacen cuando los encontramos en la cartelera! Lo dicho: bien por Pixar…Y qué viva México!
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