Lo reconozco. Yo sí tenía una favorita para ganar el Oscar. Me deslumbró la elegante y oscura narración de El hilo invisible, me noqueó la crudeza de Tres carteles a las afueras, me atrapó la historia de Katherine Graham en Los archivos del Pentágono, me ganó la audacia de Nolan en Dunkerque… pero yo quería que ganara la que, al final, fue la gran perdedora de los Oscar: Lady Bird.
Llevo horas dándole vueltas a la razón por la que esta gran película, que cuenta con inteligencia, ironía y vitalidad la historia de una chica de 17 años con inquietudes artísticas en la cerrada sociedad de Sacramento, se ha quedado absolutamente fuera del palmarés.
De acuerdo: es una película indie, probablemente la de menor presupuesto de las nominadas. Entiendo que no tiene nada que hacer ante los tanques de agua de Guillermo del Toro convertidos en océanos de Ikea; tampoco pretendo que le den el Oscar al mejor vestuario (que para eso estaba Balenciaga), ni competir con el sonido –protagonista de la historia- de Dunkerque.
¿Por qué –en el año del feminismo- se ha quedado fuera la película más feminista de las nominadas?
Pero ¿y el guion? ¿esa escritura de diálogos? ¿esa agilidad para cambiar de registros? ¿esa narración-río ejemplarmente llevada? ¿la sabiduría para contar con frescura una historia mil veces contada?
¿Y la dirección? ¿Quién es la culpable de que nos creamos a todos –absolutamente todos- los actores? ¿Quién lleva la batuta de un tempo ajustado con lo difícil que es que no se empantane una película cien por cien dialogada? ¿Quién es la responsable de las maravillosas elipsis? ¿Quién dice la música -y concretamente esta música- aquí y no allí?
Y, sobre todo: la gran pregunta, ¿por qué –en el año del feminismo- se ha quedado fuera la película más feminista de las nominadas? Y mi conclusión –que como todo juicio subjetivo puede ser parcial, interesado, acertado o no- es que en la Gala de unos premios tan políticamente correctos como son los Oscar no podía ganar la película más feminista, independiente y políticamente incorrecta de todas. No podía ganar Lady Bird.
Me explico. Greta Gerwig ha rodado una película muy personal. Casi autobiográfica. Con una mirada única, que es la suya. La visión de una mujer de treinta y tantos que interpreta el mundo contemporáneo desde sus propios parámetros, no desde lemas ni premisas ideológicas heredadas. Y, desde luego, a años luz de cualquier sectarismo.
Gerwig –o su alter ego en la película, Lady Bird– es muy crítica con la sociedad que le rodea. Ella es una mujer moderna, artista, creativa, espontánea y libre. Y por eso no le gusta la rancia escuela católica donde estudia, tampoco soporta a su tradicional familia, reniega de su madre porque le parece una pringada y se aparta de su mejor amiga porque, además de gorda, es paleta.
Y vuela. Y se rebela. Y se ríe de la religión. Y deja de hablar con su madre. Y cambia de amistades. Y experimenta con el sexo. Y se vuelve popular.
¿Y?
Pues que el resultado de recitar ese credo postmoderno –no normas, no autoridad, no familia, no religión, no verdad, no compromisos- que solo cree en el principio de la autonomía radical del individuo es una profunda insatisfacción.
Y Lady Bird vuelve a la casilla de salida.
No quiero destrozar la película, pero el modo en el que cuenta Greta Gerwig el viaje de vuelta es ejemplar. Por su profundidad, por su complejidad, por su valentía, por su incorrección y, al mismo tiempo, por su sutileza.
Desde su radical feminismo, Lady Bird lee la cartilla a una sociedad simplista que cree que las cosas se solucionan con cuatro recetas, una pancarta y tres guiños cool aplaudidos por consenso
… y, sobre todo, por su visión femenina. El viaje de vuelta de Lady Bird –quizás también el de ida, pero desde luego, el de vuelta- solo lo puede contar así una mujer. Las razones son varias, no es fácil resumirlas -darían para otro artículo- y, sobre todo, no es fácil escribirlas sin simplificar y terminar enfadando a mis valorados, queridos y estimados lectores masculinos…
Mejor lo hablamos algún día. Y el día que lo hablemos, a lo mejor entendemos todos por qué es importante que haya más mujeres en el cine. Y en la política. Y en la empresa… En el fondo, entenderemos que la Naturaleza es sabia y si en la Humanidad hay un 50-50 (más o menos) es por algo…
Pero, a lo que íbamos: desde su radical feminismo, Lady Bird lee la cartilla a una sociedad simplista que cree que las cosas se solucionan con cuatro recetas, una pancarta y tres guiños cool aplaudidos por consenso.
En resumen: pura incorrección política. Y, además, mujer. ¿En qué momento pensaría yo que le podrían dar el Óscar?
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