Como la línea contundente que separa el bien del mal, encontramos en la historia a mentores de excelencia o de decadencia. Aquello de que las cosas importantes no dependen de hombres o mujeres, sino de personas, se ratifica. Así fue, así es y así será.
Escuchaba en una entrevista[1] al Dr. Luis Rojas Marcos: “En mi vida ha sido muy importante el papel del mentor o de la mentora, personas que en algún momento ven en ti algo, algo que tú no ves”.
Opuesto a los mentores con los que se cruzó el Dr. Rojas Marcos, en el libro “El proxeneta” [2], Mabel Lozano habla de”Miguel, el músico” y de su mentor. Aquel guía, -porque no merece recibir el nombre de maestro,- le decía: “Paso corto, mala leche. Primera regla del proxeneta: no mires a las mujeres, son tus esclavas y tú su dueño”.
El buen mentor guiará hacia el bien, el mal mentor hacia el mal, no queda margen para la ambigüedad. Sí para el error involuntario, para la deformación incluso, cuando el mentor, -errado per se-, piensa que enseña hacia el bien. Aun así, el bien o el mal no admiten ambigüedades. Sabemos que el conocimiento es una de las premisas para llegar a ser plenamente libres, como tampoco ignoramos que las perturbadoras puertas del mal se alimentan de conocimiento, pero del perverso que esclaviza a las personas.
Tres ejemplos entresacados de la historia: Bárbara Medea, Hildegarda de Bingen y Juliana Morell, tres mujeres europeas separadas por siglos. Tres mujeres con orígenes y destinos peculiares. Dos de ellas guiadas por mentores, otra nunca tuvo a nadie y… así le fue.
Bárbara Medea nace en 1531, alcanza cierta notoriedad por ser hija del genio, ingeniero y relojero del Siglo XVI, Juanelo Turriano. Y Bárbara es conocida porque era analfabeta, hecho sorprendente para nuestra mentalidad actual y, me atrevo a decir que para la de entonces. Un padre que pasó sus mejores años envuelto en el ambiente de la Corte del Emperador Carlos I, ¿Y no hubo nadie a quien le pidiera instruir en letras a su hija? De un ausente mentor brota una hija analfabeta. De contradicciones se hilvana la vida.
Para salir en defensa del genial Turriano, sin caer en la falsa comprensión hacia el genio, demos espacio al beneficio de la duda y concluir cómo debía ser el dicho relojero. Contamos con la descripción de Gerolamo Vida[3].
“… Tan rudo, deforme y rústico es de cara y figura, y de aspecto tan poco distinguido, que no revela dignidad alguna, carácter alguno, indicio alguno de habilidad. Contribuye a aumentar su repulsión el verle siempre con la cara, cabello y barba cubiertos y tiznados de abundante ceniza y hollín repugnante, con sus manos y dedos gruesos y enormes siempre llenos de orín, desaseado, mal y estrafalariamente vestido, de forma que se le creería un Bronte o Esterope o algún otro siervo de Vulcano, que todo lo que hace lo moldea en el yunque con sus propias manos, trabajador de fragua nato”.
Parece más bien que Juanelo era presa de su temperamento y talento naturales, autodidacta, nadie le enseñó, una especie de esperpento desagradable lleno de ciencia. Y como consecuencia tuvo una hija, sí, pero nada más.
“Y, para que nadie se figure que algún maestro excelente en Matemáticas le prepara el cálculo de las órbitas, de los movimientos o de los astros, y que se lo da resuelto previamente porque él de estas cosas no entiende nada, sino que sólo es ducho en la artesanía, sepa que todas ellas las inventa y las fabrica sin ayuda de ninguna clase por sí mismo, con su propio talento, con su propia investigación, con su propio magín –según suele decirse–, inventor y realizador a la vez, destacado como único entre todos aquellos conciudadanos nuestros –a que aludí arriba– en lo que toca a Astrología, siendo así que jamás se formaron culturalmente ni trabajaron bajo la dirección de ningún maestro. No sólo en esta materia penetra los fenómenos del firmamento mismo, sino que, además con su inteligencia alcanza mediante cálculos las propias causas y las tiene bien conocidas; es más: muchas veces, con aplomo y sabiduría, contradice a reconocidas autoridades en Astrología, autores de libros, y en no pocas ocasiones, los convence con argumentos apodícticos, obligándoles a conocer su error y tropiezo”.
Pobre Bárbara, el genio la engendró sí, pero su genialidad no fructificó. Y aunque fuera por omisión, el ausente Turriano contribuyó a que su hija viviera en la ignorancia y la pobreza. Y es que las cosas importantes no dependen de hombres o mujeres, sino de personas.
[1] “El Divan” – TV3Cat 18/03/2018
[2] “El proxeneta” – Mabel Lozano. Editorial Alrevés
[3] Gerolamo Vida, Obispo de Alba. Fundación Juanelo Turriano
Retrato de Juanelo Turriano por Eulogia Merle
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