A veces vemos niños muy agradables por la calle, o en el colegio, y pensamos qué suerte han tenido esos padres… Pero nada más lejos de la realidad. Es cierto que puede haber niños con temperamento tranquilo, que saben mirar con calma, con una sonrisa, educados, pero lo habitual es que lo estén aprendiendo de sus padres, de su familia, y haya un trabajo esforzado escondido tras esa conducta.
Porque, la persona se construye en la familia. Es donde encuentra ese ambiente saturado de cariño y confianza, donde ve y aprende la realidad a través de los ojos de su madre, de su padre, donde percibe cómo se tratan entre si… etc. Y todo eso le ayuda a construir su personalidad, y le va dejando una huella indeleble en su vida.
Los niños no salen buenos o malos…, sino que se hacen y rehacen en la familia, insisto, al saberse queridos de ese modo tan específico y entrañable, simplemente por lo que son, por ser personas singulares, únicas, y por tanto con esa inefable dignidad.
Cada persona es un regalo: el mayor regalo podamos imaginar. Por eso hay que tratar a los demás como personas, como seres relacionales, de aportaciones, con sus características y fortalezas, con su capacidad de pensar en los demás.
Cada persona se construye en la familia
Por otro lado, los padres somos sus custodios, y no tanto sus “propietarios” en el sentido de hacer de ellos alguien a nuestro gusto, según nuestras preferencias o intereses… Tenemos que ayudarles a lograr su mejor personalidad, ¡¡la suya!!
Como decía, cada persona se construye en la familia. Es donde aprende lo importante de la vida con el enfoque adecuado, donde puede ser él mismo, único y singular, y, a la vez, ayudar a los demás, con cariño, con sus ideas, su tiempo, sus cualidades cultivadas…, y por tanto donde aprende a amar.
Resumiendo, lo que vemos en un niño bueno, su amabilidad, su sonrisa, sus buenos modales, su mirada chispeante, su ilusión, sus ganas de aprender, el mirar el mundo con ojos nuevos…, el ser obediente, alegre, o generoso, es lo característico de la persona, y lo que va configurando su personalidad naciente.
Pero lo que no se suele ver son esas acciones continuadas, como un trabajo de artesanía, y llenas de amor de los padres, o maestros, cuando van creciendo, que van guiando su personalidad y aprendizaje a base de cariño, paciencia, de explicar una y otra vez lo que está bien o mal…, de unas normas claras que vayan marcando un sendero transitable, y encauzando su comportamiento…, de comprensión exigente a la vez…, de darles la necesaria autonomía, y sobre todo de mostrarles un modo de ser y de comportarse adecuado, propio de una persona.
Para todo ello se precisa tiempo y cariño para conversar con ellos, sabiendo escuchar, no solo con los oídos sino también con el corazón. Hay que prestarles atención, dedicarles espacios de tiempo, y saber motivarles con la belleza de los valores, con nuestra personalidad, y con optimismo. Así transmitir con coherencia un ideal de vida, que intentamos vivir, aunque a veces fallemos… Es la forma de seducir con unos valores auténticos, basados en principios, que tratamos de encarnar. Y es lo que confiere una personalidad con belleza interior.
“No te preocupes si tus hijos no te escuchan…, ¡te están mirando todo el día!” Madre Teresa de Calcuta
De ese modo lo ven personificado en sus padres, y es lo que aprenden e imitan con naturalidad. Siempre estamos educando con el ejemplo: como decía la Madre Teresa, “no te preocupes si tus hijos no te escuchan…, ¡te están mirando todo el día!”
Todo esto se concreta en pensar entre los dos “planes de acción”, con pequeños objetivos alcanzables, con unos medios específicos para lograrlos, y con una motivación adecuada en cada caso… Así se va configurando un proyecto personal de educación de cada hijo, atendiendo a sus distintas facultades, como son la inteligencia, sin olvidar el corazón, ni la capacidad de actuar de forma libre. Es decir, con una voluntad entrenada en pequeñas cosas, para que aprendan a actuar en libertad según vayan creciendo.
De esta forma, serán capaces de acometer los retos que se planteen, si se conjuga con una buena motivación. Y de esta suerte, aprenden a pensar en los demás, a hacer las tareas de la casa y encargos por amor, y a demostrar el cariño, a preocuparse de todos. Primero, en la propia familia y luego con amigos, en colegio… etc. Se desborda eficaz en otros ámbitos.
Porque el fin último de toda educación es hacerles capaces de amar. Por eso la necesidad de recibir cariño del bueno, de que se sientan realmente queridos, y de que vean cómo se quieren sus padres entre sí. Es lo que les permitirá aprender a amar, y, como consecuencia, serán más felices.
CONSTRUIR EL EDIFICIO DE SU PERSONALIDAD
De modo sucinto, se puede decir que, cada hijo, para construirse como persona, con su singularidad y sus fortalezas, precisa unos ingredientes básicos como son el cariño y la confianza, sin los cuales todo resulta en vano. Son como los cimientos imprescindibles. Pero además necesita ver cómo se relacionan sus padres, porque es lo que tiende a imitar… Somos su modelo en todo momento.
Y se precisan hábitos operativos buenos que vayan modelando su carácter y su forma de actuar. Aprovechando las oportunidades que nos brinda cada día, para ir haciendo más reales esas cualidades que posee, o que queremos desarrollar, centradas en unos valores y principios que no pasan de moda. Son como las piedras o ladrillos para ir construyendo su personalidad.
La autoridad no está reñida con el cariño…, ¡¡al contrario!!
Para realizar esto, necesitamos la autoridad de los padres en el progresivo crecimiento y autonomía de los hijos. Es como una fuerza que guía su desarrollo, para que sean capaces de abrir caminos y de transitarlos… Conjugada con la libertad necesaria, según van creciendo; a mayor edad, más libertad para que vayan siendo responsables. Por eso es bueno darles cierta autonomía para aprendan a ser responsables.
La autoridad no está reñida con el cariño…, ¡¡al contrario!! “Porque te quiero, te animo a lograr lo mejor de ti, a ser bueno”, ¡seduciéndoles con valores hechos vida! Es una autoridad-servicio-por-amor a los hijos, dando la necesaria libertad, progresivamente, para que lo vayan haciendo con libertad responsable. Y siempre, con cariño, poniendo el corazón, confiando en ellos, para que lo puedan intentar, y generalmente lograr.
Y es bueno tener unas normas en familia, pocas, claras y sobre todo importantes, para que sepan lo que está bien o no, y marquen un camino por donde puedan transitar. En el resto de cuestiones, dar más libertad.
Finalmente, para poner las últimas piedras, hace falta tener unos pequeños objetivos, concretos, y exigir en esa línea, pero complementado con comprensión…, como señala el profesor Oliveros F. Otero. Es decir, firmes en los objetivos, pero flexibles en los modos de alcanzarlos. O como dice José Manuel Mañu, «exigir sin quebrar». Es la forma de que vayan madurando, de que sean capaces de actuar con libertad.
Todo esfuerzo, ¡merece la pena! Está en juego la plenitud personal de cada hijo, y la felicidad de toda la familia. Y es lo que nos permitirá estar alegres, porque luchamos por conseguir la mejora de cada uno, en ese intento de dar lo mejor de nosotros en la propia familia, para hacer felices a los demás… Además el que lucha está alegre, porque no da las batallas por perdidas. Siempre se puede mejorar con optimismo…
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