Muchos sueños de ser modelos, comienzan en un concurso de belleza de las fiestas de un pueblo. Esas chicas, que en la gran mayoría de los casos están cursando estudios de ESO y que son muy jovencitas, tanto que deben de ir acompañadas de sus padres, quizás tengan la suerte de ir haciendo sesiones de fotos, desfiles que las vayan dando a conocer y empezar a ser consideradas en ese mundillo.
Algunas de ellas quizás no se lo planteen como una profesión, otras dejando volar su imaginación crean que ese es su futuro, sueños que se alimentan en la mayoría de los casos en la propia familia (“que guapa eres”, “que cuerpo tienes”, ¿les suena?). El ir engordando el ego y el culto al “gym”, puede ser un cóctel peligroso si no está fundado en la realidad. No valen los piropos faciles, aquí o se vale o no se vale, y las que valen no lo tienen nada fácil.
Las hay con las ideas muy claras y con los pies en la tierra. Esa tierra las puede engullir, si no piensan en lo efímera que pueda ser una carrera en el mundo de la moda. Las hay que llegan y que valen. Y las hay que no. Lo sueños se quedan esparcidos por la moqueta de la pasarela, o delante del espejo de su habitación o en el gimnasio y en las fotos de Instagram.
Los comienzos son duros, pero a la vez son bonitos y dejan buenos recuerdos en muchas chicas. Pero detengámonos por un momento en una chica de un pueblo pequeño, guapa, alta y que de la noche a la mañana, de pasar mas o menos desapercibida, pasa a ser el centro de todas la miradas y todas la criticas. Eso le crea una gran inseguridad. Y esos comentarios, esas insinuaciones, muchas veces infundadas y fruto de la envidia, pueden hacer tambalear la estabilidad emocional de esa chica, dejando a un lado al baboso de turno, personaje que también pulula por estos mundos. Porque, la modelo profesional, esa a la que los grandes diseñadores les confían sus creaciones, para que la luzcan, en lo efímero de ese paseo por una pasarela, muchas veces esconden en el backstage una carrera universitaria, un negocio propio, una familia e incluso hijos. Y sobre todo, lo más importante: es persona.
No se les enseña o más bien no se “adiestra” a soportar la presión psicológica, al vivir muchas veces escuchando halagos que son fruto de la falsedad reinante en el mundo efímero de la moda, o todo lo contrario. Pero si se les exige clases en academias especializadas o un book fotográfico, que es como su carta de presentación.
Por eso el mejor consejo que se le puede dar a una niña, que quiere llegar a ese mundillo es, que se forme. Que estudie y que se rodee de profesionales que la cuiden, que no pierdan su esencia y que siempre tengan algo que decir. Huir del “camino fácil” o dicho de otra manera, querer coger atajos poco recomendables y oscuros, en muchos casos, calles sin salida.
Chicas que en lo más profundo de su ser, lo que desean es ser tratadas con respeto. Y ese respeto incluye, no ser un producto de usar y tirar. Detrás de esa chica que vemos en la fotografía de un anuncio de ropa en una marquesina de una para de un autobús o encima de la pasarela, hay una persona, con la misma dignidad que cualquier otra e igual de respetable.
Es una profesión difícil, donde llegan unas pocas. Ciertamente hay que tener físico, pero también la cabeza muy bien amueblada y soportar mucha presión, mucho estrés, pasar muchas horas fuera de casa, incluso estar diez horas antes de un desfile, en peluquería y maquillaje para lucir un vestido durante unos minutos encima de una pasarela con unos zapatos que les destrozaría en el pie a cualquiera.
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