Historias de enfermeras, voluntarias, combatientes… féminas todas ellas, que desean ayudar a otros desde la retaguardia o en el frente de batalla en el conflicto ucraniano
Nadia come con ansia. Colma la cuchara con sopa. Muerde con avidez el mendrugo de pan. El hambre se ha convertido en su único compañero de juegos. Larisa, su madre, observa a su hija de cuatro años. No puede reprimir las lágrimas. Vive en medio del frente de combate. Por un lado, tiene a la artillería ucraniana; y por el otro, las tropas prorrusas, quienes le roban los pocos alimentos que tienen en la despensa. “He estado semanas sin comer nada de nada, salvo algunas hierbas que crecen en mi jardín. Mis vecinos se apiadan de nosotros y nos dan algo de comer”, se lamenta esta mujer madre de cuatro hijos y que lleva meses sin poder cobrar su salario. “Nosotros no vivimos, sólo sobrevivimos”, denuncia.
Esta madre, como muchas de las que viven en la ciudad de Pervomaisk, tiene que explicar a sus hijos que no puede comprarles chocolate o dulces porque no tiene dinero. “Muchas veces no lo entienden y se enfadan conmigo. Yo siempre les digo ‘mañana, mañana compraremos algún dulce’. Pero es mentira”, Larisa rompe a llorar. La ansiedad y la angustia acaban por desbordarla. “No quería venir a este comedor. Nunca he pedido nada en mi vida. Me avergüenzo de mi situación y de no poder mantener a mis hijos con dignidad”.
El llanto de la mujer es ahogado por el sonido de las cucharas golpeando los platos de sopa vacíos. Un ejército de caras tristes y cansadas abarrota el comedor social de Pervomaisk. La comida escasea en la ciudad y cientos de personas llenan, cada día, los diferentes comedores de la ciudad donde reparten un plato de sopa caliente y un pedazo de pan. “Damos de comer a más de 2.000 civiles. Son tiempos muy difíciles. La comida escasea. El frío aprieta y la gente no tiene dinero. Hemos contabilizado más de 10 muertos por culpa del hambre”, afirma Viktoria. Esta joven, de 17 años, se ofreció como voluntaria en este comedor social tras no poder volver al colegio por culpa de los bombardeos de la artillería ucraniana.“Mi responsabilidad era ayudar a mis vecinos. Ayudar a las familias que…”. Viktoria hace una pausa. Las ventanas de la vivienda vibran. La onda expansiva de un mortero las hace temblar. “… más lo necesitan puedan sobrevivir”.
12 momentos clave del conflicto
- 21 de noviembre de 2013. Comienzan las protestas en la plaza Maidan contra las políticas de Viktor Yanukovich (presidente electo de Ucrania
- 20 de febrero de 2014. Denominado Jueves Negro. 60 manifestantes mueren en enfrentamientos con la policía.
- 22 de febrero de 2014. Cae el gobierno de Yanukovich.
- 11 de marzo de 2014. Las regiones de Crimea y Sebastopol declaran su independencia de Ucrania para unirse a Rusia.
- 30 de marzo de 2014. Se producen manifestaciones en las provincias de Donetsk y Lugansk a favor de una mayor autonomía.
- 12 de abril de 2014. Se inician enfrentamientos entre milicias prorrusas y el ejército ucraniano en las provincias del Este de Ucrania.
- 24 de mayo de 2014. Las autoproclamadas Repúblicas Populares de Lugansk y Donetsk anunciaron la creación del Estado Federal de Nueva Rusia
- 26 de mayo de 2014. Se inician intensos combates en el Aeropuerto Internacional de Donetsk y sus alrededores.
- 13-26 de junio de 2014. Se intensifican los enfrentamientos en el Este de Ucrania.
- 17 de julio de 2014. El Boeing 777 de Malaysia Airlines es derribado cerca de la localidad de Grabovo. Sus 295 pasajeros murieron en el accidente.
- 18 de julio-14 de agosto de 2014. Ofensiva del ejército ucraniano sobre Donetsk y Lugansk.
- 14 de febrero de 2015. Se inicia una tregua entre prorrusos y el gobierno de Kiev.
Viktoria trabaja junto a su madre, que es la cocinera, y junto a media docena de voluntarias del pueblo. “Cada día vemos a nuestros vecinos agradecidos. Nos agradecen tener algo caliente que llevarse a la boca. Pueden repetir todas las veces que quieran…”.
Sobrevivir en un refugio
Pervomaisk es una ciudad fantasma. De sus más de 50.000 vecinos sólo unos pocos han decidido quedarse y resistir el envite de la artillería que castiga, con dureza, las posiciones prorrusas situadas en la ciudad. Los que han decidido quedarse lo hacen escondidos en sótanos o en refugios antinucleares.
Sus ojos miran al infinito. La tristeza de su alma se dibuja en su rostro. El tictac de un pequeño reloj rompe el silencio de la habitación. Katia respira profundamente. Permanece sentada en una modesta butaca desvencijada por el paso del tiempo. Esta anciana de 82 años es consciente de que su vida se va apagando poco a poco. Tictac. Katia vive en un refugio construido durante la Guerra Fría y cuya función era la de albergar a cientos de civiles en caso de ataque nuclear y que, desde agosto, se ha convertido en su hogar. “No puedo volver a mi casa porque todas las ventanas están rotas y hace mucho frío por la noche. No tengo a dónde ir”, se lamenta la anciana que vive hacinada en una destartalada habitación, de paredes mohosas y desconchadas.
“En la Segunda Guerra Mundial la situación no era tan mala como ahora. He visto a varios vecinos morir de hambre y no quiero que eso me pase a mí. Yo no quiero morirme así”, comenta entre sollozos. Katia tenía sólo seis años cuando los nazis asolaron su ciudad, pero aún conserva destellos de aquellos funestos días. “Había combates, bombardeos, había hambre… pero no nos matábamos entre hermanos. Nos ayudábamos entre nosotros”, afirma volviendo a mirar al infinito y a quedarse silente mientras ojea una biblia de color azul.
Nina Timofeevna cuida de Katia. Tiene 67 años y vive desde hace meses en el mismo refugio que ella. Los bombardeos destrozaron su casa y se refugió en el subsuelo junto con su hija, que tiene una discapacidad psíquica. Nina ha colocado varias rebanadas de pan duro en una sartén que se calienta al fuego. “Esa será nuestra cena hoy. Eso y un vaso de café”, se queja. “Nosotros no podemos ir a los comedores sociales porque están muy lejos. Si empiezan los bombardeos nos pillarían en medio de la calle, sin poder huir y moriríamos. Katia, con 82 años, no está para correr”, explica Nina.
Las mujeres de Donetsk
La figura del imponente Donbass Arena surge entre la espesa niebla que cubre la ciudad de Donetsk Cientos de personas aguardan paciente su turno bajo la lluvia. Esperan para sacar un ticket con el que llevarse a casa una bolsa de alimentos. El hambre campa a sus anchas por la capital del carbón. “Hace meses que no recibo mi salario. Sólo me queda la caridad para poder sobrevivir”, se queja Anastasia mientras sostiene a su recién nacido.
“La situación se está volviendo insostenible para la población civil de Donetsk. Sin la ayuda que les brindamos la mayoría de las personas morirían de frío y de hambre en cuestión de semanas”, se sincera Anna. Esta joven ucraniana siempre ha tenido vocación para ayudar a los demás. Antes de la guerra trabajaba en un centro de ayuda a mujeres maltratadas. “Ahora dedico mi tiempo a mis vecinos para ayudarles a sobrevivir”, comenta.
Anna se encarga de registrar a todas las personas, anotar sus necesidades y gestionar el reparto de comida. “Hay familias que viven atrapadas en el frente de batalla y no pueden arriesgarse a venir hasta aquí, así que nosotros les llevamos la comida hasta sus refugios o sus casas”, afirma esta joven voluntaria que forma parte de un equipo de más de 50 personas que trabajan los siete días de la semana.
Mientras Anna sigue registrando más y más civiles; a unos kilómetros de allí, en la mina de Chelyuskintsev, las hermanas Voronok están cruzadas de brazos. Hace meses que la mina está parada por culpa de una inundación; la artillería dejó sin luz los generados que extraen agua del interior anegando los pozos. “El carbón es nuestro pan. Hace meses que no cobramos un céntimo pero tenemos que seguir viniendo a trabajar para que, en pocos meses, la mina vuelva a funcionar”, afirma Galina, la mayor de las dos hermanas. Su trabajo consistía en separar las impurezas y los desperdicios del carbón. Pero ahora mira con nostalgia como las cintas transportadoras permanecen paradas.
“Esta mina se fundó en 1913. En estos 100 años sólo había dejado de funcionar durante la II Guerra Mundial y en 1976 para poder mejorar algunos túneles”, cuenta Mikhailovna, la otra hermana. No saben cuánto tiempo llevarán las reparaciones para que la mina vuelva a funcionar. “Seis meses. Un año. Depende de si la guerra vuelve a dejarnos sin luz en los generadores”, se sincera la mujer que lleva seis meses sin cobrar. “Aún así, tenemos que venir a trabajar todos los días”.
Desde que comenzó la guerra en el Este de Ucrania (12 de abril de 2014), la artillería afín al gobierno de Kiev ha alcanzado esta mina hasta en seis ocasiones provocando diferentes destrozos. “Han conseguido que la producción se reduzca. De los 2,5 millones de toneladas de carbón que producíamos anualmente en 2014 no vamos a alcanzar ni el millón”, denuncia Galina cuyo marido también trabaja allí y han visto cómo su situación financiera comienza a ser precaria. “Si no tengo pronto un salario no sé cómo voy a poder alimentar a mis hijos”. Este mismo problema lo tiene Yana Ivanova, jefa de enfermeras del psiquiátrico de Donetsk. Hace meses que no cobra y muchas veces no puede ir a trabajar porque no tiene ni dinero para pagar el autobús. Lleva 11 años trabajando en el hospital y para ella, sus pacientes forman parte de su familia. “No pienso abandonarlos a su suerte y esperar a que mueran de inanición. Esta situación no puede prolongarse más en el tiempo. En unos meses nos quedaremos sin medicamentos”, denuncia.
“La mayor parte de los pacientes son bastante tranquilos y, a pesar de que algunos no reciben la medicación adecuada —muchos tienen, además, tuberculosis o sida— no hemos registrado ningún altercado violento. Pero necesitamos ayuda urgentemente. No podemos trasladar a 400 enfermos y cruzar los puestos de control que separan la zona rebelde de la ucraniana”, se resigna la enfermera jefe.
“En la Segunda Guerra Mundial la situación no era tan mala como ahora. He visto a varios vecinos morir de hambre y no quiero que eso me pase a mí”. Katia, 82 años
En el exterior del edificio, una docena de pacientes se calientan alrededor de la lumbre mientras, a través de un viejo transistor, suena música pop. “Los pacientes nos ayudan cocinando o limpiando. La mayor parte del personal huyó durante los combates y estamos muy justos”, comenta Yana.
Mujeres en la trinchera
Pero en esta guerra, no todas las mujeres están en retaguardia, las hay que también luchan en primera línea. Las hay que combaten al lado de los hombres. Natacha tiene 27 años y es madre de una niña de cinco años, pero eso no le ha impedido pertrecharse con su uniforme de camuflaje, coger su AK-47 e ir al frente. “Mi abuelo era cosaco. Mi padre es cosaco. Mi marido también lo es… y yo estoy orgullosa de serlo. Por eso estoy aquí. Para defender a mi pueblo y dar mi vida por mi gente”, comenta orgullosa.
Además de combatir, Natacha es la encargada de alimentar a sus compañeros de batallón. “Al final, los hombres no son nada sin las mujeres”, ríe. “Ellos cuidan de mí y yo de ellos. Somos una gran familia bien avenida”, confirma.
Natacha rehúsa responder a la pregunta sobre el combate. Sobre si ha matado o no. “En una guerra se hacen cosas para sobrevivir. Cosas de las que no se puede estar orgulloso. Y yo he hecho cosas de las que no me siento orgullosa. Pero es una guerra…”, sentencia.
La guerra saca lo mejor y lo peor del ser humano. Y estas mujeres valientes están dispuestas a dar su vida por ayudar al prójimo.