Descubrir el valor del perdón es sin duda El mayor regalo.
En Ruanda, una mujer ha perdido a su marido y a sus siete hijos; en España, una joven pierde las dos piernas y tres dedos; en Colombia, solo dos hombres llevan más de mil cadáveres sobre sus espaldas; en Irlanda otro hombre se reconcome por haber sembrado de bombas la ciudad de Londres y, al otro lado del Atlántico, un matrimonio recorre el camino que va de la pasión al desprecio.
Después de documentar la vida del carismático sacerdote Pablo Domínguez en La última cima y recorrer el mundo buscando milagros de la Virgen de Medjugorje en Tierra de María, el periodista y documentalista Juan Manuel Cotelo se adentra en un terreno de minas: el perdón. Y no un perdón de codazo en el autobús, de cortesía, de “lo siento, fue sin querer”. El perdón del que habla Cotelo está escrito en mayúscula porque las ofensas que se nos cuentan son palabras mayores. Tanto, que los ofendidos son directamente víctimas. Víctimas que, a partir de un momento determinado, han visto como su vida saltaba en pedazos por culpa de las decisiones libres de otros seres humanos.
Cotelo nos habla de ofensas tan graves que humanamente solo es posible afrontarlas con los puños cerrados, con el odio y la venganza. Una venganza en la que muchos hombres, con razón, consumen su vida. Y, sin embargo, los protagonistas de las historias de Juan Manuel Cotelo consiguen perdonar. Si el género de esta película no fuera documental, sospecharíamos estar ante una ficción de la Marvel. Definitivamente, los protagonistas de El mayor regalo son unos auténticos superhéroes sin capa pero con el superpoder de recomponer vidas.
Cinematográficamente no estamos ante un producto redondo. Le sobra a la película mucho metraje de ficción que, aunque se entiende el propósito del director –dar un respiro al espectador entre tanta dureza-, no resulta eficaz. Pero el meollo de El mayor regalo, los testimonios personales, tienen un valor extraordinario. Igual que tiene un valor enorme la reflexión que hace Cotelo, la necesidad que tenemos -en una sociedad cada vez más peligrosamente polarizada- de pedir perdón y de otorgar ese perdón. Las consecuencias de negarse a este perdón son mortales, tanto para la persona individual –encerrada en la opresiva cárcel que construye el rencor- como para las sociedades –que terminan asistiendo estupefactas a la escalada de violencia construida muchas veces sobre simples desencuentros-.
Por otra parte, Cotelo se ha especializado en el documental religioso y, si algo queda claro en esta cinta, es que el perdón es un don que muchas veces sobrepasa al ser humano.
Antes hablábamos de superhéroes pero de lo que estos héroes hablan es, directamente, de la ayuda de Dios para perdonar. Es a Dios a quien achacan el cambio en sus corazones, la libertad del perdón, la esperanza necesaria para seguir viviendo. En definitiva, a quien agradecen este gran regalo es a Dios. Un Dios que, aunque no todos lo llaman igual, es el mismo.
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