Un buen día, me fui con un grupo de compis del trabajo a tomar unas cañas, después de una jornada que había empezado puntualmente a las 8 de la mañana. Como todos los días, incluso en vísperas de Navidad. Nos queríamos despedir hasta después de las vacaciones. Y mi cabeza comenzó a redactar este Cuento de Navidad.
Volví a casa, sobre las 19:00 horas después de pasar el día con mis compañeros de trabajo. Me acomodé y puse la televisión, hice un poco de zapping…
El Gordo
Encontré un programa en el que una chica miraba a la cámara esbozando una sonrisa. Comenzaba la ardua labor de entrevistar a un grupo de personas que daba saltos de alegría con un cartel en el que figuraba un número: 12754.
Eran de Málaga, y los protagonistas, que regentaban un ultramarinos, se bañaban en champán, ¡les había tocado el gordo de la Navidad!
La dueña, algo más serena que su marido, quien se había retirado a llorar de alegría, se acercó al micro. El cámara, hizo un plano general de la feliz escena y se detuvo en Ana, una malagueña de 56 años, que había comprado un décimo de lotería por casualidad, no solía jugar y menos tentar a la suerte.
Pero aquel día su vida cambió. Y con ella, la de su familia y la de su negocio. Un modesto ultramarinos de barrio, que iba tirando, pese a la enfermedad de su marido, Paco, un hombretón de 60 años, que trabajaba con muchas limitaciones, de lunes a domingos al mediodía.
Los dos eran conocido por todo el barrio, no se les caían los anillos a la hora de ayudar a la gente, y nunca ponían mala cara al “Paco dame una docena de huevos y 150 g. de jamón cocido y me lo apuntas en mi cuenta.”
Siempre había un bocadillo y un zumo en su ultramarinos para esas personas que no tienen que llevarse a la boca. Paco y Ana siempre atentos a las necesidades de su gente, de su barrio. Ana, una mujer sencilla y amable con todos. Ella era la muleta donde se apoya Paco, para llevar la enfermedad y su negocio, abierto desde hacía 35 años, los mismos que tiene su hija mayor.
A la pregunta de ¿y qué van a hacer con tanto dinero…? Ana Respondió amablemente: “seguir tirando…”
Querían otro Gordo por Navidad
A Ana solamente lo que le importaba de esas navidades eran los turnos de diálisis de Paco para poder programar la Cena de Nochebuena y el almuerzo de Navidad, y el verdadero premio gordo: el trasplante de riñón.
Terminó su minuto de gloria en ese programa y la reportera se despidió. El dinero iría para el banco y para Hacienda y rápidamente volvieron a su rutina. Su economía se había saneado, se dieron algún que otro capricho, pero la realidad era la que era. La diálisis, el ultramarinos y una hija autista.
La Nochebuena tuvo un preámbulo en casa de Ana y Paco. Ese día no había que subirse en la ambulancia que llevaba a Paco a la diálisis. Se abrió la tienda y comenzaron a venir los clientes, la mayoría vecinos del barrio, también muchos operarios de la obra del Metro Málaga, que terminará algún día y que tendrá una parada muy cerca de su casa.
Eran las compras de última hora, para poner la Cena de Nochebuena. Esa mañana tradicionalmente se cocina para la familia. Ana ya lo tenía todo preparado cuando su marido cerró el negocio familiar. Lo volvería a abrir el día 26, y tampoco tendría que ir a diálisis.
Nochebuena… Noche de paz, noche de Dios
Por la noche, toda la familia se reunió en torno a una acogedora cena de Navidad, después de felicitaciones, abrazos y algún que otro regalo de Ana hacia sus dos nietos. Paco presidía la mesa del salón comedor, esa que se abre solamente en las grandes ocasiones. Para celebrar cosas importantes, como la Nochebuena.
Habían servido el segundo plato cuando sonó el teléfono. Ana limpiándose las manos en el delantal, lo cogió. Preguntó y la voz del otro lado de la línea le dio la noticia que estaban esperando, se le iluminó la cara, al momento comenzó a llorar de alegría, ¡Había un donante de riñón!
Ana lo comunicó entre lágrimas de alegría y sollozos: ¡Paco, nos vamos para el hospital, hay un riñón para ti…! Era el momento más feliz de sus vidas, después del nacimiento de Patri, su hija mayor. Después de 20 años conectado a una máquina, el verdadero “premio gordo” les había tocado.
Han pasado varios años desde que Paco se trasplantó… de repente una llamada me despertó. Eran las 7 y cuarto de la tarde. ¿Por qué no contestas a los Whatsapp? Era Paco, para felicitarme la Navidad y recordarme que tenía razón cuando le decía que no hay mejor premio gordo que la familia, los amigos y la salud.
Paco no sabe, ni lo sabrá jamás, que el riñón que lleva es el de mi hermano pequeño, muerto en accidente de tráfico.
La Navidad se hace real cuando nace en el corazón de las personas. Solamente es verdadera Navidad, cuando ese sentimiento es de amor hacia los demás, para eso vino Jesús al mundo, para mostrarnos el camino al Cielo por el amor.
Feliz Navidad (versión 2.1)
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