“Adorar la Hostia santa debería ser el centro de la vida de todo hombre…” Carlos de Foucauld
“Hemos venido a adorarle” (Mt 2:2)
Queridos amigos de la misión.
Os escribo esta carta de Navidad desde Gumbo, a unos 10 kilómetros de Juba, capital de Sudan del Sur, a orillas del río Nilo. Una misión de las hermanas salesianas, verdadero remanso de paz en este naciente país, tan acribillado por la guerra, la violencia, la miseria inexplicable…
Desde esta pequeña celda escucho el griterío de miles de niños y niñas sur-sudaneses que, arremolinados alrededor de los hábitos de estas hermanas maravillosas, encuentran un lugar seguro para su algarabía y chiquillería feliz. Me imagino el rostro mofletudo de Don Bosco, con su bonete negro, asomado a una nube del cielo, contemplando la maravillosa obra de sus Hijas de María Auxiliadora.
Y veo por la pequeña ventana, muchas hermanas llegar de aeropuertos y estaciones de autobús… hermanas indias, colombianas, vietnamitas, salvadoreñas, sudanesas, italianas (¡cómo no!), coreanas, españolas, ecuatorianas… pronto empezaremos sus ejercicios espirituales… Vidas impresionantes, gastadas y entregadas hasta la extenuación por sembrar esta tierra mártir, sudanesa, del amor de Dios hecho carne en su Hijo bendito…
Hermanas, algunas jóvenes y otras maravillosamente ancianas, que llevan treinta, cuarenta años en Sudán, cuando esto era Sudan a secas y cuando hace solo cinco años han visto nacer este nuevo país, el país más nuevo del consorcio de las naciones.
Os escribo para sencillamente compartir con todos lo que reza en el cabezal de esta carta. Animaros a descubrir que Jesús ha nacido y nacerá de nuevo esta Navidad para eso, para ser sencillamente adorado en la bendita Hostia de la santa Eucaristía.
Porque, si la Virgen nazarena lo puso en un pesebre de animales en la noche del establo, fue para que lo pudiera acurrucar la Iglesia Madre en el pesebre de la custodia, en el ostensorio de nuestro corazón.
Estoy cansado de pozos y ladrillos, de proyectos de esto y de aquello, de promociones de la mujer y cursos de UNICEF, capacitaciones, irrigación, planes educativos o máquinas de coser…
No, amigos no.
No fue para eso para lo que yo me hice misionero, para lo que el Espíritu del Señor me separó de la tierra y de las gentes que yo más amaba, para lo que un día – sin billete de vuelta – eché a andar por los caminos polvorientos de diferentes continentes con la alegría de la juventud sacerdotal aún por estrenar.
Al volver la vista a tras “y ver la senda que nunca se ha de volver a pisar” como dice el gran Machado, pienso mucho en este tiempo de Navidad, cuál es la senda, la “estela en la mar” que ha ido desgranado todos estos años mi vida misionera…
¿Qué quedará de ella? ¿Por qué me recordarán las gentes después de tanto caminar…?
¿Será por los ladrillos y el cemento? ¿Será por los mil proyectos que antes o después el tiempo derrumbará?
Y me doy cuenta de que en la vida, lo que de mí de verdad ha valido la pena es
únicamente lo que he amado, lo que en silencio he adorado… lo que he enseñado a amar y a adorar a los demás… Eso que jamás podrá derrumbar el paso del tiempo…
Es lo que de mi vida quedará para la eternidad… Y lo que verdaderamente importa. Eso intangible, inefable, que deja un verdadero misionero de Jesucristo al caminar tras
las huellas del Nazareno… Eso que nunca se podrá cuantificar en una hoja de Excel y
que para siempre permanecerá esculpido de amor en el corazón de estas pobres gentes.
“Hemos venido a adorarle…” dirán los magos a María y José… Ser como tu estrella, que brilla en lo más hondo de la noche y guía a los hombres mis hermanos a los pies de la Hostia bendita… Y, es que sé bien que, cada vez que mi vida no haya sido estrella para los demás que llevara a todos a los pies de Jesús, mi vida no habrá servido para nada…
Algunas de ellas ni siquiera son cristianas…
Me da tanto miedo la vida de tantos misioneros cuyas vidas se “des-orientaron”; vidas que no reciben ya la luz que de oriente viene y por tanto no guían a los hombres hacia el verdadero oriente que es Jesucristo…
Verlos empeñarse con tozudez admirable en tantos proyectos que no mueven los corazones hacia Cristo en la Eucaristía, hombre y mujeres que lo mismo podrían trabajar para Greenpeace que para la ONU. ¡dan tanta pena!
Lo vi también muchas veces en mis años de Latinoamérica. Allí se decía mucho eso de “la opción preferencial por los pobres” de la Iglesia católica. Yo francamente lo que vi fue que la Iglesia optó por los pobres y los pobres optaron por Cristo y así, millones dejaron la Iglesia Católica y abarrotaron las iglesias protestantes… Guatemala, Puerto Rico, Honduras… ya tienen mayoría protestante… Y en mi querida Etiopía, después de la obra evangelizadora colosal iniciada en diferentes épocas por Comboni, Massaia, Pedro Paez… y una procesión interminable de mujeres y hombres que lo dejaron todo en la playa y sembraron esta tierra de evangelio, de iglesias y ermitas, de cruces y de vírgenes que movieron los corazones a Cristo y a su santa Iglesia…
¿De todos sus esfuerzos qué queda hoy…? Dineros fáciles, dineros paganos, dinero de organizaciones… para fertilizantes y maquinarias ¿Y nuestras iglesias? Cada día más vacías. Es aterrador pensar que en veinte años los católicos en Etiopía hemos pasado del
1% de la población etíope al 0,5%. En ese mismo tiempo el 25% de toda Etiopía (con una población total de115 millones) ya es protestante… ¿Y esto no lo saben los católicos? Claro que sí; ¿No lo saben en Roma? Claro que sí. Y si lo sabe la Iglesia católica, ¿qué hace? Nada.
Seguir alegres y contentos, como si no pasara nada, barriendo la cubierta del Titanic…
Tantas veces le he dado vueltas a lo qué pensaría San Francisco Javier de nosotros los misioneros de hoy… ¿Acaso se dedicaría al apostolado del ladrillo y del canal de agua o a proyectos de criadero de conejos…? ¿O seguiría empeñado tercamente navarro en la salvación de las almas y en bautizar infieles?
Un año más la liturgia de Navidad nos dirá lo mismo; los pastores, magos, Simeón, Ana, exclamarán: “¡Hemos venido a adorarle!”. En brazos de María, en el susurro de su canto, en el entrecruzar de sus brazos, en la ternura de su corazón, en el eco de su voz.
Para eso me hice misionero, para que todas las gentes vengan desde los rincones más recónditos de la tierra y se postren a los pies de Jesús el Hijo de Dios y le adoren como
único Dios verdadero, como único salvador del mundo.
Para eso existe la única y verdadera Iglesia de Cristo, la Iglesia católica, para eso existen los misioneros, para proclamar a Jesucristo como único salvador de mundo, como único mediador entre Dios y los hombres. Para que todos tengan vida en su nombre, entren a formar parte de su cuerpo que es la Iglesia, escuchen su Palabra, participen de la vida de Dios por los sacramentos y se haga así presente en Reino de Dios.
En definitiva, para la salvación de las almas, para que todos vayan al cielo.
Somos misioneros porque no es voluntad de Cristo que dos mil años después de la encarnación del Verbo, el mundo viva en el caos religioso que tanto recuerda al panteón del areópago de los dioses de Atenas. Allí san Pablo alzó la voz y le dijo a los atenienses:
“Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: «Atenienses, veo que sois casi nimios en lo que toca a religión. Porque, paseándome por ahí y fijándome en vuestros monumentos sagrados, me encontré un altar con esta inscripción: «Al Dios desconocido.» Pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo. El Dios que hizo el mundo y lo que contiene, él es Señor de cielo y tierra y no habita en templos construidos por hombres, ni lo sirven manos humanas; como si necesitara de alguien […]Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia, por medio del hombre designado por él; y ha dado a todos la prueba de esto, resucitándolo de entre los muertos.»
Al oír «resurrección de muertos» unos lo tomaban a broma, otros dijeron: «De esto te oiremos hablar en otra ocasión.»
Pablo se marchó del grupo. Algunos se le juntaron y creyeron, entre ellos Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos más. Después de esto, dejó Atenas y se fue a Corinto. (Acts 17:22-18:1)
Somos misioneros para que todos conozcan al Dios verdadero. No es voluntad de Dios Padre que la gente sea ni musulmana, ni ortodoxa, ni budista, ni protestante, ni hare krishna descalzo… No, mis amigos, no.
Y por si a alguno despistado (que los hay entre cardenales, arzobispos y curillas rasos…), nada como el Catecismo de la Iglesia Católica:
1324 La Eucaristía es «fuente y cúlmen de toda la vida cristiana» (LG 11). «Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua» (PO 5).
1325 «La comunión de vida divina y la unidad del Pueblo de Dios, sobre los que la propia
Iglesia subsiste, se significan adecuadamente y se realizan de manera admirable en la
Eucaristía. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre» (Instr. Eucharisticum mysterium, 6).
Es decir, que es voluntad de Dios Padre que todos reciban a su Hijo Jesucristo, Pan de Vida, en su alma, y para ello, es necesario estar en plena comunión con la Iglesia católica. Esto puede parecer evidente, pero creedme que para mucho misionero no lo es; o viven su vida como si esto no fuera verdad, como si en el fondo, todo diera igual, con tal de que las gentes sean “buena gente”.
Somos misioneros porque Cristo dice: “Yo he venido para que tengan vida y vida abundante…” y en otro lugar: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna… si no coméis la carne del Hijo del Hombre, no tenéis vida en vosotros…”
¿Yo de verdad me lo creo?
¿De verdad, de verdad os lo creéis vosotros que leéis esta carta?
¿Nos creemos de verdad que quien no come la carne de Cristo y bebe su sangre, no
tiene vida? Porque si esto es de verdad, entonces los misioneros no podemos por menos que ir corriendo hasta los últimos rincones de la tierra a proclamarlo, a celebrarlo, a enseñarlo…
Creo Jesús que en esta Navidad nacerás, niño hermoso, nacerás… de la carne de tu madre bendita nacerás, y con tus dolorosas manos de llagas y azotes nos llevarás sobre tus hombros como cordero manso, como pasto de tu rebaño, sobre tus hombros, sobre mi pecho, nacerás…
Y me llamarás por mi nombre, para que siguiéndote te ame y amándote te siga, donde tú vayas, pastor, amigo del alma, el que nunca falla y nos ama, entre el crepúsculo y el alba. Compañero de mi vida, de mis sendas, de mi alma… el que solo queda cuando todos voltean la espalda. Nacerás esta noche al relente del establo, nazareno y carpintero, entre pajas y pesebres, entre mugidos y alabanzas.
Bendita Navidad en ciernes, portal de vida nueva donde se amansan las zozobras y congojas de nuestra vida transitoria y pasajera. Noche santa de villancicos, de tamboriles y de flautas… donde renace la esperanza en la oscura noche, de luceros y de estrellas, hasta que raye el alba, la eternidad soñada.
Pienso mucho estos días, al escribir esta carta a orillas del río Nilo blanco (como sabéis el Nilo azul nace en Etiopía y se juntan ambos en Khartoum, donde está enterrado Daniel Comboni). Recorrerá miles de kilómetros este majestuoso río hasta llegar a Egipto… La tierra del exilio para el hijo de Dios, para María y para Jose. Río milenario, río bíblico…
Rezad por nosotros ¡¡No nos abandonéis!! Orad por nosotros, ayudadnos con los donativos que podáis, para que sigamos ayudando donde el Cuerpo de Cristo vuelve a ser crucificado en la carne de los cristianos.
Nada más, mis queridos amigos; a todos os damos las gracias en nombre de tanta gente pobre que no pueden hacerlo por sí mismos. Le pido a la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, Madre de los misioneros y Madre de los pobres, que a todos nos cubra con su manto bendito.
A todos os deseamos una feliz y santa Navidad y un año nuevo repleto de la gracia de Dios para que lo llenemos de obras de amor hacia los que más sufren o están lejos de Dios y de su santa Iglesia.
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