Hoy quiero contaros la historia de una silla vacía, o de varias sillas vacías, unas sillas que hace un tiempo servían para sentar a la mesa a los abuelos, a los padres, a los tíos, a los hermanos, incluso a algún hijo o hija, o algún amigo o amiga que hoy ya no están con nosotros.
Quedan poco menos de 12 horas para que los hogares se vistan de Navidad, las mesas se llenen de ricas viandas, los fogones de las cocinas estén a pleno rendimiento, y la música navideña acompañe a las familias que cada Nochebuena celebran el Nacimiento de Jesús.
Son días de luces, colorido, música, ilusión, compras navideñas, de reencuentros, de escapadas y reuniones a veces improvisadas, pero también son días en los que la melancolía, la nostalgia y la ausencia de los que no están provocan que alguna que otra lágrima ruede por nuestras mejillas.
Son muchas personas las que en estos días estarán echando de menos a esa persona tan especial a la que ya no volverán a ver más en esta vida, y una de esas soy yo, Ana María Ros, la que escribe estas líneas con el permiso de Pilar, la directora de esta revista.
Este año en Nochebuena habrá demasiadas sillas vacías, no estarán ni mi madre, ni mi padre, ni tampoco mis suegros, tampoco estará mi ángel del cielo que hace ya casi 20 años que se marchó, ni estarán mis abuelos a los que tuve la suerte de disfrutar hasta hace muy poco, pero no por eso me siento triste, todo lo contrario.
Porque gracias a esas personas, que con su testimonio de Fe y Vida han hecho de mí la mujer que soy hoy, se valorar la Navidad, y darme cuenta que tengo muchos motivos para dar gracias a Dios.
El primer motivo para dar gracias y el más importante, es estar viva y poder levantarme cada mañana, y es que como leí por ahí, el mejor regalo es hoy, y por eso se llama presente.
El segundo motivo para dar gracias es la salud, soy una mujer sana y fuerte capaz de hacer muchas cosas no solo a nivel profesional sino a nivel personal y eso me enorgullece, Dios me dio inteligencia y corazón como mis principales talentos y yo cada día aprendo a utilizarlos un poco mejor que el día anterior.
El tercer motivo es mi familia, mi marido, mis hijas y todos los demás que me rodean, ver como mis hijas crecen, como poco a poco se hacen más responsables y en muchas ocasiones a pesar de no contar con mi presencia tienen la autonomía suficiente para tomar la decisión correcta.
Acabar el año con salud, con trabajo, rodeada de mi gente, de mis amigos, de mis compañeros de trabajo, de clientes, con un trimestre de curso finalizado con muy buenas calificaciones, y con un 2019 que promete ser un año lleno de proyectos, no son motivos para estar triste, todo lo contrario, son muchísimas razones para la esperanza y para la felicidad, que no debemos de olvidar, no solo ahora en Navidad, sino ningún día del año.
Hace unos días vi en Netflix una película romanticona ambientada en la Navidad, en la que una publicista tenía una gran idea, Navidad 365, y aunque suene a tópico, yo soy de las que se apunta a ese proyecto, al de hacer felices a los que nos rodean cada día, sin importar que sea diciembre, junio o noviembre.
Porque Jesús siempre, siempre está en nuestros corazones, tan solo hay que parar, tomar un poco de aire, cerrar los ojos, y practicar la meditación, y entonces todo fluye, las preguntas encuentran su respuesta, y los miedos parecen ser solo pequeñas dudas que ya nos vemos capaces de superar.
Y todo esto, se lo debemos a esas personas que hoy día ya no están en su silla, y que aunque físicamente no se sienten con nosotros a comer, o a cenar, estarán en nuestros corazones, porque todas y cada una de ellas fueron las responsables que hoy día nosotros volvamos a celebrar la Navidad, volvamos a sentir la ilusión, a ser niños por unos días y a hacer un sitio en nuestra agitada agenda a lo que nos manda el corazón.
Así, que este año, cuando te sientes a la mesa, y veas las sillas vacías que ya no ocupan en la comida su lugar, sonríe, cierra los ojos y recuerda ese momento divertido, simpático, entrañable que disfrutaste con esa persona aquella Navidad que nunca olvidarás, y así seguirás manteniendo vivo su recuerdo y enseñando a los que ahora más te necesitan la importancia que tiene para la familia la verdadera Navidad.
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