-Mamá, cómprame un globo -le suplicó a su madre al atravesar la plaza.
Frente a ellas había un señor con un montón de globos.
-Espera, Alma. Primero vamos a ver algunas tiendas. Te prometo que cuando acabemos te lo compro -le contestó su madre, tirando de la niña hacia el interior de un comercio.
Alma no quería ir de compras. Tampoco pasear con su madre sin apenas poder hablar con ella. Prefería estar con ella en casa, pero, como siempre, su madre tenía que hacer cosas: ir al supermercado, al zapatero, acabar de limpiar en casa, darse una ducha rápida -nunca un baño, porque no hay tiempo-. En fin, un ajetreo. Además, la madre de Alma también trabajaba fuera de su casa, así que cuando llegaba tenía que hacer las mil cosas que durante la jornada no podía.
La niña iba siempre de la mano de su madre de un sitio a otro. Cabizbaja. Mirando al suelo. Distinguía los zapatos de las empleadas del supermercado. Sabía de memoria cada cuántos pasos había un roto en las aceras de su barrio. Conocía la huella de los chicles pegados en el suelo que no habían podido ser limpiados… No le interesaban las conversaciones de los adultos, tampoco las entendía. Entonces ¿para qué mirar hacia arriba?
Al ver al hombre que vendía los globos, se puso triste. Los padres, las abuelas se le acercaban a por uno para sus hijos o sus nietos. Entonces se fijó en su madre, que con una mano escarbaba en el interior de su bolso, y con la otra tiraba de ella. No pudo más y se puso a llorar.
Su madre le preguntó qué le pasaba; se agachó para consolarla. Alma, por su parte, miraba a través de las lágrimas al rincón de los globos y al vendedor canoso, que también fijó su mirada en ella. Éste le sonreía, como dándole ánimos. Entonces su madre la cogió en brazos y la llevó hasta un banco de la plaza, no muy alejado de los globos. Se sentó en él con Alma entre sus brazos y comenzó a besarla. Alma por fin pudo articular unas palabras:
-No quiero ir de tiendas. No quiero hacer recados. Solo quiero estar contigo -y la abrazó con tanta fuerza que pareció que fuesen una sola persona.
Entonces su madre entendió que no tenía importancia si en su casa no queda betún para repasar los zapatos del colegio para el día siguiente, ni la falta de patatas para hacer el acompañamiento del pescado para la cena.
<<Pondré un poco de arroz>>.
La mujer sintió una mezcla de culpabilidad, tristeza y alegría a un mismo tiempo.
-Gracias, hija, por la paciencia que has tenido conmigo, por acompañarme, sin rechistar, a todos esos sitios que para ti no son importantes.
Entendió que Alma necesitaba que ella le leyera cuentos, que hablaran sin prisas del colegio, de las amigas… que soñaran con las vacaciones del próximo verano. Tan solo eso.
Su madre le arregló el pelo, sacó un pañuelo del bolso y le secó las lágrimas. Se puso en pie y puso en pie a Alma.
-Ahora, señorita, vamos a comprar tu globo. El que elijas. Luego nos tomamos un helado y me cuentas todo lo que has hecho en clase.
El globero le ofreció el montón a Alma, para que eligiera el color que más le gustara. Escogió uno verde manzana.
-Buena elección -dijo el vendedor-, es el color de la esperanza.
Entonces Alma se quedó pensativa, apretó fuerte la mano de su madre y sonrió al señor. Por primera vez en mucho tiempo miró hacia arriba y soltó el globo, que fue ascendiendo a merced del viento.
Duna Oltra
Ganadora de la XIV edición
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