Alguien dijo una vez que la infancia es la auténtica patria de los hombres. Al menos lo es en el sentido de que en ella se forjan las bases de la personalidad, se afrontan los primeros miedos, se plantean las primeras preguntas y se hallan las primeras respuestas. Aún más, está aceptado por la comunidad científica que los sentimientos, emociones y situaciones ocurridas durante el tiempo de vida prenatal también tienen una influencia destacable en el futuro de las personas.
En todo caso, y sin ánimo de caer en un determinismo simplificador, parece claro que así como los primeros alimentos son fundamentales para el desarrollo del cuerpo, las primeras lecturas constituyen un caudal imprescindible de experiencias y conocimientos que contribuyen a la cimentación de la personalidad, tan necesario en los tiempos del pensamiento líquido, el voluntarismo sentimental y la corrección política y social.
Permítanme que les comparta mi propia experiencia.
Se cumplen ahora 90 años de la publicación del primer tebeo del afamado reportero belga creado por Hergé: Tintín. Sus aventuras, además de proporcionar un enorme caudal de entretenimiento, suponen, en la edad temprana, una suerte de enciclopedia geográfica, étnica, meteorológica, astronómica, histórica, geopolítica, etc. sensacional.
Leyendo al rubicundo reportero uno tiene la oportunidad de hacer un viaje en el tiempo al mundo inca y descubrir los misterios de Rasca Payac; o enrolarse en una guerrilla centroamericana dispuesta a derrocar al dictador que desalojó al anterior sátrapa caribeño.
Junto a Tintín, se puede sentir el temor de toparse con la mafia de Al Capone -para vencerla, obvio-, la emoción de adentrarse en las selvas amazónicas en busca de la tribu de los Arumbayas, recorrer una reserva en el Oeste norteamericano o, por qué no, viajar a la mismísima Luna.
Descifrando sus viñetas, se puede recorrer China, ascender al Himalaya, ser considerado un ‘bula mathari’ en África, descubrir un templo extraterrestre en una isla asiática, desmontar una operación de tráfico de esclavos o adentrarse en los mares del sur en un minisubmarino con forma de tiburón.
El bueno de Hergé documentaba de una manera exquisita cada una de sus aventuras, de tal forma que un niño menor de 10 o 12 años absorbe una cantidad ingente de conocimiento casi sin darse cuenta.
Pero no sólo eso. Tintín es un personaje de moral íntegra, valiente, esforzado, curioso, caritativo, con un sentido de la lealtad y la amistad a toda prueba, etc. En él se condensan una serie de virtudes que bien merecen ser admiradas en la primera infancia.
Desde luego, Tintín no es el único buen ejemplo de estas lecturas que pueden servir de resorte para que amanezcan en las almas más bisoñas sentimientos de magnanimidad, generosidad, prudencia, fortaleza o amistad verdadera.
Otros fantásticos compañeros de viaje
La aldea de irreductibles galos que resiste ahora y siempre al invasor ideada e ilustrada por Goscinny y Uderzo es otro potosí de cimientos aprovechables para la formación en la etapa infantil.
La amistad a prueba de romanos de Astérix y Obélix, el sentimiento noble de pertenencia al grupo, la disponibilidad para ayudar al necesitado, la necesaria bonhomía… son virtudes que calan en el joven lector.
Y, al igual que sucede con Tintín, las aventuras de Astérix permiten atesorar un surtido de conocimientos reseñable. Antes de entrar en la adolescencia, el lector de Astérix ya reconoce con familiaridad nombres como Julio César, Cleopatra, Bruto o Cayo, que pronto le resultarán familiares en sus estudios. Y, por cierto, como dice el druida Panorámix respecto de Cleopatra, “¡qué nariz!”.
El lector de Astérix sabrá pronto, mucho antes que algunos de sus compañeros -que nunca llegarán a sospecharlo- que París fue un día Lutecia o Lyon, Lugdunum.
También que los fenicios se distinguieron siempre por su capacidad para los negocios; que no hay que fiarse de los echadores de cartas, adivinos y agoreros; que los godos en realidad eran muchos diferentes; que en las legiones romanas había decurias, centurias y cohortes o que una guarnición es, además de eso que acompaña el filete, un grupo de tropas que defiende una posición.
En Astérix y Obélix los jóvenes pueden hallar un ejemplo de disponibilidad, buen humor, sagacidad, astucia y nobleza…
Más allá de los tebeos, existe -al menos en España- una ingente cantidad de títulos de literatura infantil asequibles a todas las edades con los que abonar la mente y el alma de los más jóvenes.
En ocasiones se abusa de las lecturas facilonas e insustanciales, pensando que los niños no se enteran o que se aburren con textos algo más elaborados que los que puedan encontrarse en el bocadillo de un tebeo.
Sin embargo, existen colecciones de adaptaciones de novelas clásicas que, llegada la edad apropiada, ponen en ventaja a nuestros jóvenes respecto a los que no han sido iniciados por sus mayores en el mundo literario.
Al mismo tiempo, existen biografías adaptadas de grandes personajes de la historia (gobernantes, filósofos, políticos, religiosos, etc) que merecen ser ofrecidas.
Otra vía muy interesante de aprovechamiento lector temprano son los almanaques de efemérides históricas, o los libros que explican quiénes eran las personas que dan nombre a las calles de una ciudad. Suelen ser textos breves, sencillos, nada pretenciosos, pero que resultan de gran provecho intelectual.
No pierdan la oportunidad de forjar una personalidad completa, consistente, abierta, coherente, sacrificada, generosa y libre. Sí, claro, con el propio ejemplo. Pero no descarten ayudarse de los libros para ayudar a sus hijos.
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