Dicen que uno termina siendo su Timeline. Quizás. Lo cierto es que llevo unos días sumida en una vorágine de decepción y descontento por la decisión del senado argentino de no aprobar la legalización del aborto.
Decenas de amigos y compañeros, muchas buenas amigas y familiares se han manifestado estos días en las redes con frases contundentes de rechazo. He leído historias terribles de jóvenes que casi mueren por someterse a abortos clandestinos, espeluznantes testimonios de matronas que cuentan sucesos teñidos de machismo, pobreza e insolidaridad, he leído argumentaciones solventes y defensas emotivas a favor de la legalización del aborto. Ninguna o casi ninguna cuestionando esta legalización. Sé que esto significa poco porque las redes sociales no son un campo apropiado para el debate ni la discusión. Y en temas tan conflictivos como este sé que la espiral del silencio es abrumadora. Nadie quiere morir mártir en Twitter. No se gana nada. Es un debate ideológico y sectario en el que unos y otros acusan de crimen y fascismo con tanta contundencia como falta de mesura. He llegado a leer a personas que niegan directamente la palabra al que consideran “bando contrario”.
Como no he nacido para ser mártir y creo firmemente en el diálogo (no en los gritos), tampoco yo he hablado en Twitter y si lo hago ahora es para compartir algunas reflexiones porque, a pesar de todo lo que he leído y hablado estos días, sigo sin terminar de ver claro lo del aborto libre y gratuito. Y no lo veo porque pienso que el aborto es una tragedia y no hay ninguna tragedia libre ni gratuita.
Eso no significa que quiera ver a nadie en la cárcel ni, por supuesto, que mueran mujeres por prácticas primitivas, ni que no me conmueva ver a madres que no pueden sacar adelante a los hijos que ya tienen… como para sacar adelante a un niño más, ni quiero añadir un peso más a la mujer que se ve en esta situación, y me rebelo ante el hecho de ver adolescentes embarazadas fruto de un abuso. Todas estas situaciones son trágicas y hay que encontrarles una solución. Quizás la solución sea el aborto y no dudo que el aborto resuelva –al menos temporalmente- algunas de estas situaciones pero mi duda es… ¿es la mejor solución? ¿Es la única? ¿En tantos siglos de civilización no somos capaces de pensar una alternativa mejor? ¿De verdad pensamos que el aborto va a terminar con el abuso, la pobreza o la precariedad que rodea a muchas mujeres?
Quizás en esto de no convencerme el aborto como solución pese mi experiencia vital. Como cualquier mujer, he vivido de cerca –en amigas y familiares- embarazos no deseados. Unas han decidido abortar y otras no. No hablo ahora del segundo grupo para que no me tachéis de demagoga pero la realidad es que ninguna se ha arrepentido. En el primer grupo hay algunas que tampoco lo han hecho. Otras, sí. Y os aseguro que yo era de las que pensaba que el trauma post-aborto era un cuento chino inventado por grupos provida… hasta que he estado horas durante meses escuchando pesadillas y tratando de sacar de un pozo a mujeres que, hasta ese momento, eran felices.
Siempre me ha parecido que el aborto es una puerta de salida excesivamente rápida y cómoda para muchos, pero no para la mujer
Prescindiendo de esto, lo que me ha llamado la atención es que, en el aborto, siempre me he encontrado a la mujer sola. Quizás le ayuden a decidirse, la acompañen a la clínica y le pregunten como está un par de días. Pero luego, la mujer se queda sola. Al final, el daño físico y psíquico –poco o mucho- lo sufre solo una persona: la mujer.
Sin embargo, quien decide seguir adelante con su embarazo termina “comprometiendo” –por las buenas o por las malas- a toda la sociedad: empezando por su pareja y terminando por los gobiernos.
Por eso siempre me ha parecido que el aborto es una puerta de salida excesivamente rápida y cómoda para muchos, pero no para la mujer. Es una solución fácil para muchos hombres (que ven como en unas horas desaparece una pesadilla), para algunas familias preocupadas por el “qué van a decir”, para muchas instituciones que tendrían que ayudar a las mujeres con escasos recursos y se quitan un problema, para los Gobiernos que tienen que diseñar políticas que favorezcan la maternidad… Para casi todos… excepto para la mujer.
Y quizás también por este motivo –llamadlo si queréis prejuicio- cuando veo a hombres con ganas de convertir el aborto en ley cuanto antes, para pasar a lo siguiente, sin preocuparse de las políticas familiares, ni de programas integrales de educación sexual, ni de mejorar las políticas de adopción, ni de invertir en ayudas a la mujer, desconfío… Y el miedo (como en el caso de otras políticas que legislan temas complejos) es que el mismo sello que convierte una tragedia en ley pueda servir para cerrar la puerta a futuras y mejores soluciones para la mujer. Un parche que sea pan para hoy y hambre para mañana.
A pesar de la casi unanimidad, hay algo que no me termina de encajar. No sé, quizás soy la única y, desde luego, sé que estoy en minoría y no en el lado de lo políticamente correcto. Pero prefiero seguir pensando. A lo mejor, esto sirve para abrir un debate serio que se centre en los verdaderos perjudicados. Y quizás entre todos, encontramos una salida que no sea de emergencia.
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