Vivimos rodeados de personas que por cualquier motivo no nos caen bien. Son personas, que sin llegar a ser enemigos, nos hacen sentir mal tan solo con su presencia.
Aunque mi reflexión yo la haya titulado «El amor a los enemigos», tengo que confesaros que a mí, esa palabra me parece demasiado fuerte y que supone un gran acto de amor lo que esa palabra significa.
Nos dice el Evangelio de San Mateo en uno de sus capítulos: «amar a los enemigos y además rezar por los que nos persiguen».
La palabra «enemigo» nos suele sonar a guerra. Gracias a Dios nosotros no tenemos cerca guerras, en las que se disparan armas de fuego, pero sí tendréis que reconocer conmigo que vivimos en una guerra de permanentes desaires y peleas, en las que solemos disparar nuestra boca contra todas aquellas personas que nos caen verdaderamente mal por una u otra razón.
Sin llegar a ser enemigos, son personas que ante nuestro ojos no son agradables por su comportamiento y actitud
Hoy pretendo que mis palabras nos hagan reflexionar sobre las palabras que Jesús nos dice en el Evangelio: Debemos rezar por todas esas personas a las cuales sentimos lejanas en nuestro corazón, por esas que provocan en nuestro interior sentimientos en su contra y que alejan de nosotros toda posibilidad de reconciliación con ellas.
Dice un pensamiento de F. Varillón, «Recé tanto por mi enemigo, que ya estoy empezando a amarlo».
La envidia, en una buena aliada de la enemistad. Ella mueve muchos de nuestros malos sentimientos y nos incita a la indisposición ciega hacia las personas poco queridas.
Por eso tanto Jesús como Varillón, nos invitan con sus palabras a hacer oración porque es la única manera que a través de ella, lleguemos si no a amar de verdad a esas personas que no queremos, por lo menos a suavizar toda clase de sentimientos negativos que albergan en nuestro interior.
Que mis palabras de hoy nos ayuden a ver con otro corazón a esas personas que no forman parte de nuestro mayores afectos.
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