La investigación espacial estaría encantada de poder hallar algún vestigio de vida fuera de la tierra. Se conformaría incluso con encontrar algún rasgo o testimonio significativo que fuera obra de seres algo inteligentes, aunque solo fuera el esbozo de un monigote en algún tipo de soporte. Pero en el momento de escribir estas líneas, nada de eso todavía se ha hallado.
Nuestro planeta en cambio, es todo lo contrario. Rezuma en multitud y variopintos testimonios obra de los seres humanos más inquietos y sensibles. Por eso Arthur Schopenhauer (1788-1860) escribió:
«La sensibilidad consiste en contemplar, pensar, sentir, escribir, pintar, esculpir, interpretar música, aprender, leer, meditar, filosofar, etc… cuya decisiva presencia eleva al hombre por encima de todo lo demás». – Arthur Schopenhauer, «Aforismos sobre el arte de vivir», Alianza, 2009.
Y no solo el arte que se puede admirar en la actualidad, sino el que se ha encontrado a lo largo de toda la historia humana como elemento de comunicación. Y es que el arte ha sido muy a menudo también, muestra del momento histórico concreto en que se movieron sus autores.
Cuando el ser humano no ha podido expresarlo de otra forma, lo ha hecho a través de la obra de arte. Ha sido siempre el resultado de un impulso irresistible de comunicar algo personal e intransferible, producto del poder impulsor de su propio espíritu. Al pintor norteamericano Edward Hooper (1882-1967), por ejemplo, se le ha llamado el pintor que mejor ha mostrado la soledad. Solía decir que él solo plasmaba su propio sentir. “Si pudiera decirlo con palabras, no habría razón para pintarlo».
De ahí que el gusto estético haya sido tan variado a lo largo de la historia. En ese sentido también se podría decir que el arte en sí no existe, sino lo que existe son los artistas, hombres y mujeres que intentan expresar su sentir y vivencias a través de sus obras, y que al mismo tiempo confluyen con toda la humanidad. Sobre esto mismo, Joseph Conrad (1857-1924), escritor en idioma inglés de origen polaco, cuya obra explora la vulnerabilidad y la inestabilidad moral del ser humano, considerado como uno de los más grandes novelistas de la Literatura Universal, dice:
«El artista apela a nuestra capacidad para el deleite, para la admiración; a nuestra intuición del misterio que rodea la vida; a nuestro sentido de piedad, belleza y dolor; a la latente sensación de hermandad con todo lo creado, y a la sutil pero invencible fe en la solidaridad que une la soledad de innumerables corazones, y enlaza estrechamente a toda la humanidad».
Cuando contemplamos una obra de arte, no solo vemos su parte material o técnica. También observamos su parte intelectual o espiritual. La disfrutamos, la ‘sentimos’. Esa perspectiva es la que a menudo nos embelesa o nos eleva a estadios muchas veces más allá de la razón. Es como si lo material expresara aquí lo mejor y más excelso del espíritu humano. Como lo expresó el pintor argentino Emilio Pettoruti (1892-1971),
«El Arte tiene una dimensión única, lo infinito, y éste es un misterio, ese algo maravillosamente indefinido e indefinible que está mas allá de nuestra ciencia, de nuestra comprensión y de nuestra verdad intelectual y física. Pues entonces, será hasta donde mi ser, mis fuerzas, mis facultades y mi capacidad intelectual digan finalmente ¡basta!»
Ese espíritu se ha mantenido en lo que tradicionalmente se han conocido como las cinco grandes artes: arquitectura, escultura, pintura, poesía y música. Sin embargo, el concepto de obra artística también se ha extendido a otras creaciones humanas como la danza, el cine, la fotografía, el teatro, el diseño, etcétera.
El conjunto de todo lo que se ha creado en arte es patrimonio de la humanidad. Como muy bien lo expresó Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832),
«No existe un arte nacional o una ciencia nacional. El arte y la ciencia, como todos los sublimes bienes del espíritu, pertenecen al mundo entero, y solo pueden prosperar con el libre influjo mutuo de todos los contemporáneos, respetando siempre todo aquello que el pasado nos legó».
Y parece ser que las personas que se dedican al arte, disfrutan tanto de su labor que hasta viven más. Sobre eso, el dibujante e ilustrador Norman Rockwell (1894-1978) escribió,
«El secreto de que haya tantos artistas que vivan tanto tiempo, es que cada obra suya es una nueva aventura. De modo que siempre están mirando hacia adelante hacia algo nuevo y excitante. El secreto consiste en no mirar nunca hacia atrás».
La vida entera está llena de belleza. Y ésta también se encuentra en el arte. Sobre este misterioso aspecto espiritual de la existencia, Aldous Huxley (1894-1963) escribe:
«La belleza brota cuando las partes de un conjunto se relacionan unas con otras y con la totalidad, de manera tal que las aprehendamos en orden y con sentido. Pero el primer principio del orden es Dios, y Dios es el sentido último y definitivo de todo lo que existe. Dios, así pues, está manifiesto en la relación que da belleza a las cosas. Reside en ese intervalo de amor que da armonía a los sucesos en todos los planos, en donde descubrimos la belleza. Lo aprehendemos en los vacíos y las plenitudes que alternan en una catedral, en los espacios que separan los rasgos más sobresalientes de un cuadro, en la geometría viva de una flor, una concha un animal; en las pausas e intervalos entre las notas de una composición musical, en sus diferencias de tono y sonoridad; por último, en el plano de la conducta, en el amor y en la gentileza, en la confianza y la humildad que dotan de belleza a las relaciones entre los seres vivos». – Aldous Huxley, «Sobre la divinidad», Kairós, 1999.
Jorge Santayana, (1863-1952) filósofo, poeta y novelista estadounidense de origen español dedicó mucho de su pensamiento a reflexionar sobre la belleza y la estética. Cuando lo bello inunda e inspira completamente el alma a través de los sentidos, no solo embelesa sino que incluso va mucho más allá. De ahí que Santayana escribiera,
«La belleza es una garantía de la posible conformidad entre el alma y la naturaleza. Y consiguientemente una razón para tener fe en la supremacía del bien».
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