Obras de arte del Museo del Louvre desvelan el papel femenino en la antigua Roma
La literatura antigua y la mitología clásica narran historias sobre un sin fin de féminas, humanas o imaginarias, que tienen un papel protagonista, ya sea histórico o legendario. La compleja naturaleza de las mujeres en el Imperio Romano, sólo puede comprenderse si, además de estudiar el legado textual, exploramos las obras de arte donde aparecen representadas y el material arqueológico asociado con el universo femenino.
De todas las culturas antiguas, la Romana ocupa un lugar destacado en nuestra historia. A diferencia de otras, que nos quedan lejos en el tiempo y en el espacio, el Imperio Romano se desarrolló en nuestro “Mare Nostrum”, el Mediterráneo. Sus leyes, filosofía de vida e incluso sus carreteras, permanecen vigentes en nuestros días. Los últimos hallazgos de arqueólogos e historiadores nos permiten descubrir, no solo cómo era la Roma imperial, sino la vida cotidiana de nuestras antepasadas romanas. Admirando sus bellísimas tallas, bustos y joyas podemos imaginar cómo eran sus vidas.
La mujer romana era al mismo tiempo objeto de amor y temor, de deseo y desprecio. Tanto si era una respetable matrona o una meretriz, una sacerdotisa o una emperatriz, era considerada inferior según las leyes. Su estatus legal era calificado de “menor” y sus derechos, idénticos a los de los niños, sólo por encima de los esclavos. En primer lugar, dependían de la autoridad de sus padres y cuando se casaban, de sus maridos. Con razón, la palabra “virtus” (virtud) deriva etimológicamente de “vir” (hombre). Dado que la virtud era una característica del mundo masculino, las mujeres quedaban relegadas de la vida cívica. Ellas eran seductoras, maternales, excesivas y sumisas. Acudían a escuelas mixtas hasta los 12 años, edad que se consideraba madurez sexual. A partir de entonces se casaban, siempre en boda concertada, por mandato paterno. Los romanos, monógamos, concebían el matrimonio como un contrato, no entre dos personas, sino entre dos familias. A pesar de este papel secundario (de madres y esposas), las mujeres del Imperio Romano consiguieron adquirir un papel destacado, especialmente si comparamos con sociedades anteriores, como la egipcia, la judía y la griega.
A diferencia de los griegos, los romanos sintieron una gran atracción por la vida doméstica. La mujer aparece como compañera y cooperadora del hombre, se sienta a su lado en los banquetes, comparte la autoridad sobre hijos y criados y participa de la dignidad del marido en la vida pública. En la sociedad romana hubo cierta evolución en la condición de la mujer, perceptible en las costumbres, pero también reflejada en la mentalidad, la representación y la decoración del lar familiar. Este cambio de mentalidad genera una contradicción entre una imagen tradicional de tipo aristocrático y la realidad de una sociedad en la que la mujer empieza a emanciparse y donde sus logros le permiten superar el rol ancestral asignado. Los retratos femeninos, dan testimonio del prestigio y la libertad que obtuvo la mujer romana, un hecho excepcional en el mundo antiguo.
Aprendían literatura griega y latina, a tocar la lira, cantar, bailar, bordar… Salían a hacer compras, educaban a sus hijos, gobernaban a los esclavos, organizaban banquetes, escribían cartas y tenían una intensa vida social. Las “termas”, baños romanos, eran colectivos. Había departamentos separados para hombres y mujeres. En algunas ocasiones especiales, se permitió el baño conjunto.
Los romanos pudientes fueron grandes coleccionistas de arte y entusiastas anticuarios. La clase burguesa, enriquecida con el comercio y cargos públicos, se convirtió en grupo dominante y hubo auténticos mecenas del arte. El estatuto de cierto privilegio de la mujer en Roma se traduce en distintas representaciones de la mujer bajo el prisma de la mitología. Su fuerza materna es tan protagonista como la alegoría de la seducción y el exceso del lujo.
A pesar del papel subalterno de madre y esposa, que cumplía, las leyes y costumbres, la mujer protagonizaba las representaciones artísticas desplegadas en la decoración, con frecuencia de temas mitológicos. Era común entre emperadores, patricios y plebeyos nobles, encargar comisiones a los artistas para que representaran a sus mujeres (esposas o concubinas) como diosas o figuras semi divinas de la mitología. Los burdeles o “lupanares” eran considerados un bien social para evitar el adulterio. En raras ocasiones, se ocultaban en los templos, donde las sacerdotisas, generalmente expertas bailarinas, ejercían la prostitución sagrada como servicio a los dioses, cobrando sus favores en ofrendas para el templo.
Mitología
Los mitos eran importados (por no decir plagiados) de la anterior civilización griega; simplemente les cambiaban de nombre. La mitología, panteón politeísta con infinidad de dioses y diosas, era la religión griega adoptada por los romanos. La figura femenina es constante protagonista: Desde las musas, inspiradoras del espíritu, hasta Venus, imagen prototipo de belleza y seducción. Desde las virtuosas Minerva y Diana, férreas defensoras de la virginidad y la virtud, hasta las monstruosas sirenas y Medusas Gorgonas. Desde las mujeres creadoras, generadoras de vida, que personificaban las fuerzas y ciclos naturales, hasta las forjadoras de terribles tragedias y aciagos desastres, como Medea o Pasifae.
La diosa o semi diosa femenina es constante, tanto en la mitología griega como en la romana (prácticamente idénticas). Una de las obras maestras mas sublimes del arte del Imperio Romano, es el «Ara Pacis», templo tallado en mármol para celebrar las conquistas de Augusto por toda Europa, norte de Africa y Próximo Oriente. Representa a Teyus, figura femenina personificando la fertilidad de la tierra, acompañada por dos ninfas que simbolizan el aire y el agua. La decoración del templo, representa una alegoría de la paz del Emperador Augusto, simbolizada por los tres elementos del mundo, tierra, aire y agua, dominados bajo el poder romano.
Ropa y peinados
La vestimenta romana se componía de elementos bastante simples. La prenda básica era la “túnica”, casi siempre sin mangas y ceñida a la cintura, que llegaba a las rodillas o a la pantorrilla. Las mujeres llevaban sobre la túnica la «stola», una prenda de mangas cortas con sus pliegues cuidadosamente dispuestos para obtener un efecto elegante. Se sujetaba a la cintura por un cinturón que, en ocasiones especiales, era una verdadera joya. Al salir de casa se cubrían con un manto llamado «palla», con el que también podrían taparse la cabeza. El tipo de calzado más habitual eran los «calcei», semejantes a sandalias. Los instrumentos indispensables eran el peine de bronce, hueso o marfil y el «calamistrum», un hierro cóncavo (especie de tijeras) que se usaba para marcar los rizos húmedos después de calentarlo sobre las brasas. Se empleaba una abundante cantidad de horquillas, lazos, redecillas, pelucas y postizos, que aumentaban la consistencia y el volumen de los peinados. Un objeto de lujo era el espejo, generalmente cuadrado, de bronce, plata o cristal soplado. La peluquería romana servía para diferenciar casadas de solteras y era indicio distintivo de la clase social. La moda de los peinados femeninos varió tanto en distintas épocas, que constituye un elemento valioso para fechar los bustos y estatuas de las mujeres retratadas.
Joyas y perfumes
La verdadera orfebrería romana nació en el siglo I a. C. cuando los botines de guerra llevaron a Roma, además de obras de arte, piedras preciosas y perlas de los pueblos conquistados. Los collares encontrados en Pompeya y Herculano pueden darnos una idea de las joyas en el Imperio Romano. Las preferidas eran combinaciones muy coloridas, aunque no estuvieran demasiado elaboradas. Los collares podían ser «monilia», gargantillas o «catellae», de una longitud de hasta dos metros, que servían para realzar la figura femenina. Muy apreciados eran los pendientes, «inaures», de diversas y variadas formas. Las perlas eran enormemente apreciadas. Las de mejor calidad, importadas del mar rojo, alcanzaban precios exorbitantes. Los camafeos eran muy sofisticados y desvelaban la señal de pertenencia a la nobleza. Se hacían con materiales variados: cristal de roca, sardónice, ágata o la más modesta pasta de cristal. Los temas de la imagen central de los camafeos eran retratos, representaciones de dioses o episodios mitológicos.
Cosmética
También la cosmética era objeto de un comercio floreciente. Ungüentos y perfumes se envasaban en elegantes vasijas de cerámica o alabastro y en botellitas de cristal. Las mujeres romanas gustaban de dedicar mucho tiempo al maquillaje y a la complicada elaboración de mascarillas de belleza. Estas contenían ingredientes muy variados, desde vegetales hasta distintos compuestos orgánicos. Como base se usaba la «cerussa», mezclada con miel y sustancias grasas. Para obtener un colorido más rosado se mezclaba con colores como ocre rojo, espuma de salitre o el poso del vino. Las pestañas y cejas se realzaban con hollín y los párpados se pintaban con sombra verde o azul. Una nota de refinamiento era un lunar pintado sobre la mejilla con un pincel , resaltado con toques de colorete. Las matronas más pudientes se hacían peinar y maquillar por la «ornatrix», esclava cuya labor exclusiva era cuidar de la belleza de su ama.
Hombres y mujeres de diversos lugares y épocas se han enfrentado de distinta forma a las grandes cuestiones universales. Una forma clave para ampliar las perspectivas sobre el mundo es indagar a partir de las más recientes investigaciones históricas y arqueológicas. La complejidad de las culturas del pasado nos ayuda a comprender la del mundo actual; la diversidad de los pueblos antiguos, nos da claves para descifrar la sociedad de nuestros días.
“Mujeres de Roma” es una exposición que reúne 178 piezas romanas, exquisitas obras de arte, procedentes del Museo del Louvre (Paris). Organizada por Caixaforum, lleva cuatro años viajando por toda España. Se trata de una muestra de carácter arqueológico enfocada a la imagen de la mujer en la decoración de los templos y las villas romanas. Una mirada polifacética a obras excepcionales asociadas al mundo femenino en el imperio que fue cuna de nuestra civilización.
Las obras representan a mujeres, diosas y seres mitológicos que nos transportan a lo más íntimo de la vida de aquellas mujeres: la decoración doméstica y los objetos que las acompañaban en su vida cotidiana. La muestra nace del deseo de estudiar, restaurar y dar a conocer las colecciones de pintura mural y placas de terracota del Departamento de Antigüedades Griegas, Etruscas y Romanas del Louvre. Entre las piezas seleccionadas destacan el conjunto de pinturas murales procedentes de Pompeya o las denominadas “placas campanas”, una treintena de bajo relieves en terracota restaurados recientemente. Pero lo más sublime son las numerosas esculturas y bustos en mármol. Hay también, mosaicos y muchos objetos de uso cotidiano: lámparas de aceite, candelabros, espejos, horquillas, camafeos y otras joyas.
La exposición es una excusa perfecta para la inspiración de este artículo, con la figura femenina de protagonista. La emoción de admirar estos vestigios, nos lleva a sumergimos en el papel de la mujer en los tiempos del Imperio Romano, base de toda nuestra civilización occidental. Una visión histórica y versátil de aquellas mujeres romanas, seductivas, maternales y mas influyentes de lo que podemos imaginar. La antigüedad sigue siendo fuente infinita de sorprendentes descubrimientos que, poco a poco, moldean y redefinen nuestra visión del pasado y nos permiten vernos reflejados, con nuevas perspectivas, en el espejo del presente.