Me Las personas mayores seguimos sin entender las explicaciones del pequeño Principito. Es lo que he pensado al conocer la existencia de «La Principesa», una adaptación de la obra clásica «El Principito» en versión inclusiva, realizada por M.H. (se entiende que una mujer). Estas siglas aparecen junto al nombre del autor Antoine de Saint-Exupéry, como si se tratara de una segunda autora del libro. Si Antoine levantara la cabeza…
El proyecto «Espejos Literarios» pretende reinterpretar las obras clásicas de la Literatura, introduciendo en ellas cambios en el sexo o en las orientaciones sexuales de algunos personajes e incluyendo otras razas diferentes de la blanca, para que un mayor número de personas puedan identificarse más fácilmente con sus historias. Han publicado ya «La casa de Bernardo Alba», una reinterpretación de la obra clásica de teatro de Federico García Lorca, y «La Principesa», una adaptación de la inolvidable novela corta «El Principito» de Saint-Exupéry.
En esta adaptación de «El Principito» se utiliza también un lenguaje inclusivo para la mujer y la palabra en desuso «principesa», porque «princesita» tiene unas connotaciones cargadas de estereotipos. Así mismo, para las impulsoras del proyecto es un estereotipo la frágil rosa, llena de belleza y simbolismo en la obra original. Sin embargo, no ponen reparos a términos como «heteropatriarcado» o «género», teorizando sobre ellos hasta construir igualmente otros estereotipos.
¿Por qué surge «La Principesa»?
Los mayores que han dejado de ser niños, siempre tienen necesidad de explicaciones
Las creadoras del proyecto, que por cierto no se identifican, explican que, cuando leyeron de nuevo “como adultas” la novela «El Principito», se sorprendieron de encontrar solo tres personajes femeninos de entre los dieciocho que creó Saint-Exupéry para su famosa obra.
Y, cómo no, comenzaron a hacer preguntas: ¿Por qué un niño principito y un aviador en vez de una «principesa» y una aviadora? ¿Por qué el rey es hombre, aparece también un hombre de negocios y los personajes que desempeñan los oficios son solo hombres: el geógrafo, el farolero, el guardagujas, el mercader?
¿Por qué el Principito le pide al aviador que le pinte un cordero y no una ternera? ¿Por qué los personajes femeninos son, precisamente, la pobre rosa que espera el regreso de su aventurero “dueño”, la pérfida serpiente responsable de la desaparición del Principito y una pequeña flor aislada en medio del desierto?
Además, ¿por qué mostrar violencia con una serpiente boa tragándose a sus presas? ¿Por qué no dibujar un volcán en una pequeña isla que los mayores también confundan con un sombrero?
«El Principito» tiene la validez permanente e imperecedera de lo clásico. Un libro clásico es “capaz de interpretaciones sin término» (Borges) y “nunca termina de decir lo que tiene que decir” (Ítalo Calvino)
Podemos objetar al planteamiento de este proyecto que nunca ha sido un obstáculo para identificarnos con los personajes de los libros clásicos, el que tengan sexo, raza, situación o pensamiento diferentes a los nuestros.
Además, las cuestiones universales que «El Principito» nos plantea: el amor, la amistad, la soledad, el vacío existencial, la contemplación o la muerte, trascienden cualquier planteamiento sexista, racista u homófobo. Este es el poder que tiene un libro clásico.
Consuelo de Saint-Exupéry es la rosa de «El Principito»
Toda obra literaria esconde historias reales o vivencias. El autor siempre se desnuda, de forma más o menos velada, dejándonos en las páginas del libro sus experiencias, sus sentimientos, sus ideas… Siente la necesidad de vaciarse para volcar en el libro su intimidad. Escribe con un sentimiento de comunión con sus futuros lectores e incluso con alguno de sus personajes, si éstos son reales.
La vida del autor de «El Principito» con su mujer Consuelo de Saint-Exupéry, compartida durante un año de noviazgo y quince de matrimonio, es una historia agitada de amor apasionado. A pesar de las incontables separaciones, reencuentros, infidelidades y reconciliaciones, su amor nunca se destruye. Ambos aprenden a conocer sus límites y se van reafirmando como pareja indisoluble.
A las ausencias de Antoine por su profesión de piloto, se añaden las causadas por su afán de independencia y gusto por la vida bohemia. Su éxito como artista y escritor y sus incontables infidelidades le llevan a un fracaso afectivo que le desmoraliza y atormenta. Solo encuentra liberación en el vuelo nocturno en solitario o en el deseo obsesivo de luchar por su patria.
La artista y cosmopolita Consuelo Suncín-Sandoval es de naturaleza violenta, excesiva y barroca. Cuando lleva unos años casada con Antoine, cansada y dolida por la actitud de su marido, termina por aceptar también, en determinados momentos, las atenciones de dos hombres.
Consuelo es la mujer que inspiró el personaje de la rosa al autor de «El Principito». En esta obra, Antoine refleja sus dificultades existenciales y vuelca su remordimiento por haber tratado tan injustamente a su mujer, a pesar de ser “una flor orgullosa y con espinas”.
El autor alude a Consuelo cuando pone en boca del Principito: «¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡Ella perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí! ¡No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla”.
Y a través del aviador, afirma también: «Lo que más me emociona de este principito dormido es su fidelidad a una flor, es la imagen de la rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, incluso cuando duerme…»
«Memorias de la rosa» de Consuelo de Saint-Exupéry, la mujer de Antoine
La salvadoreña Consuelo de Saint-Exupéry escribe «Memorias de la rosa» en 1946, dos años después de la desaparición de Antoine en una misión de reconocimiento a bordo de un avión, el 31 de julio de 1944. No salieron a la luz hasta cincuenta años después de la muerte su autora en 1979, estuvieron hasta entonces encerradas en unos baúles, junto a su correspondencia con Antoine, otros documentos y dibujos.
Como explica el biógrafo y escritor francés Alain Vircondelet en el prefacio del libro con el que se publican estas memorias1, Consuelo las escribe “de un tirón, con esa gracia exuberante que pone en todas las cosas. Aparece en ellas impulsiva y enamorada, ingenua y sumisa, rebelde y enérgica, fiel e infiel, resistente y desanimada”.
La mujer de Saint-Exupéry deja escritas esta bella reflexión: “Me resulta muy penoso sacar a la luz la intimidad de mi hogar junto a mi marido Saint-Exupéry… me veo obligada a hacerlo porque se han contado muchas mentiras sobre nuestra vida familiar y no quiero que esto continúe. A pesar de la pena que me causa recordar los momentos difíciles que se dan en todos los matrimonios. ¡Realmente, cuando el sacerdote dice que estás casado para lo bueno y para lo malo, es verdad!”. Y esta otra: “Tú eres eterno, mi niño, mi marido, te llevo dentro de mí como el Principito, somos intocables. Intocables, como los que están en la luz”.
Por esto, lo más grave que hace ‘La Principesa’ es transformar el personaje de la rosa en un clavel, eliminando el símbolo de la historia real que inspiró ‘El Principito’
El proyecto «Espejos Literarios» sostiene que “las palabras construyen realidades”. No estoy de acuerdo. Es todo lo contrario: son las palabras las que están al servicio de la realidad. Lo que un autor escribe «atrapa» esas realidades como él las percibe y así nos las transmite. No tenemos derecho a reescribirlas con el fin de que se entienda otra cosa.
Las palabras de un libro nos pueden ayudar a construir nuestra historia porque aprendemos de otra historia que no tenemos derecho a tergiversar.
Es cierto, estamos en la sociedad de la posverdad. ¡Cuánto empeño se pone en atacar la verdad de la Historia, la verdad de la Cultura, la verdad de las historias que nos cuentan los libros clásicos!
No se pueden solucionar las deficiencias o errores del pasado ocultando o cambiando la verdad, sino conociéndola y respetándola para aprender de ella, de lo bueno y de lo malo. Dejemos que los clásicos sigan siendo clásicos.
1 ‘Memorias de la rosa’ de Consuelo de Saint-Exupéry. Ediciones B, Barcelona, 2000.
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