El lugar destacado que ocupa el arte de las mujeres en este grupo puede observarse en las obras expuestas en la exposición temporal en el Thyssen hasta el día 22 de Mayo de este año.
Amalia Ávila, Antonio López, Francisco López, Julio López, María Moreno, Isabel Quintanilla y Esperanza Parada nos muestran su arte realista, representado en lo “cotidiano”. Estos son los motivos que eligen para representar habitaciones, jardines, lugares e incluso momentos de su vida, como el cuadro a lápiz de Isabel Quintanilla que toma de modelo a su marido mientras hacía un retrato de Antonio López. Toda una composición histórica que representa los lazos entre ellos.
Las obras históricas con motivos exteriores vienen representadas por visiones panorámicas de Madrid desde diferentes ángulos o incluso distintas visiones de un mismo paisaje urbano, sin olvidar los muros y jardines.
Es peculiar la historia de estos pintores ya que compartieron y siguen compartiendo gran parte de su vida, se da la curiosidad de que hay dos matrimonios entre ellos y los dos escultores son hermanos.
Nacieron un poco antes de la guerra Civil y se conocieron en Madrid a comienzos de los años cincuenta. Estudiaron juntos, trabajaron y expusieron juntos y siguen exponiendo, siendo amigos desde entonces.
Fue en la academia de Bellas artes de San Fernando de Madrid donde empiezan su formación académica, que transcurre además entre el museo del Pardo y el Casón del Buen Retiro de Madrid, donde hacían carboncillos de las estatuas.
Uno de los cuadros emblemáticos de la exposición y carta de presentación de la misma es el “Lavado y espejo”, de Antonio López, que para el director artístico del Museo Thyssen, Guillermo Solana, funciona como un autorretrato invisible, si bien es el mismo autorquién puntualiza “de serlo, sería un retrato involuntario”. El autor realiza en óleo una serie de cuadros a partir de este motivo desde distintas perspectivas y con distintas técnicas, en óleo y a lápiz, “Taza de váter y ventana”, “El cuarto de baño”. Siempre el mismo cuarto de baño, que estaba situado en el semisótano del edificio donde vivía la familia en aquella época y siendo este el estudio donde más obras realizó el autor. Cuadro icónico del autor que fue cedido por los herederos de los primeros propietarios del mismo al Museo of Fine Arts of Boston donde descansa habitualmente. En palabras del autor “si no fuera demasiado cursi, diría que este cuadro es casi como un altar. Por la frontalidad y la seriedad que se contempla. También, por la fascinación que creaba en mí el tema: cómo se reflejaba la luz en la luz en las cosas. Había algo en ese lugar que me parecía muy mágico. Como los bodegones de Zurbarán…En España hay un tipo de composición con objetos cotidianos que tienen algo lejanamente religioso. Es laico, pero hay un respeto en la mirada y una suspensión que puede acercarte a lo religioso. Estuve años trabajando incansablemente sobre estos temas.”
Otra Teoría de Guillermo Solana es la de que los objetos que Antonio López pinta en el cuadro pueden ser descifrados como instrumentos de pintura. No sé lo que pensará Antonio López sobre esto, pero el tema reiterativo del baño, lleva a pensar en la importancia de lo cotidiano, lo más básico e intimo es a la vez un cuarto de baño. Los objetos que aparecen son, al mismo tiempo, la parte que nos muestra que hay vida en ese baño, son instrumentos de la vida diaria, donde empiezan todos los días. Lo que siempre se esconde, Antonio López lo destaca, siendo este un modelo intocable para el pintor ya que lo mantuvo sucio y con “roña acumulada” durante el tiempo que estuvo pintando las diferentes perspectivas del mismo.
En esta línea de mostrar estancias es su mujer, María Moreno, quien pinta diferentes versiones de la casa de Tomelloso, de su entrada, de su jardín, antes y después de modificaciones arquitectónicas. Pintaba otra vez lugares que formaban parte una vida.
El realismo madrileño fue difícil de imaginar sin el cine neorrealista o sin una novela como El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio, y aunque parezca mentira también influyó en ellos la abstracción informalista de la época. Su reivindicación de la realidad quizás fuese precisamente resultado de querer contrarrestar la moda del arte abstractoLa naturaleza muerta es un género central de los realistas de Madrid. Las composiciones hablan permanentemente de la figura humana que no aparece excepto en algún retrato como el de María López de niña, recurriendo a la luz como instrumento para introducir la vida ausente y definir las formas.
La representación de habitaciones desde un espacio anterior, a través del marco de la puerta es un recurso muy utilizado en sus cuadros que usaron muchos artistas de la pintura holandesa del siglo XVII, donde es frecuente representar una habitación desde el espacio anterior, a través del marco de la puerta, llegando a pintar a veces incluso una serie de puertas, que separan distintas espacios para dar mayor profundidad.
El patio o los jardines son también parte de las estancias vividas, como extensiones de la casa, el muro y la vegetación. El Jardín, de Isabel Quintanilla, inspirado en los frescos de la Roma antigua, muro rojo sobre el que se reflejan los arboles frutales. Y las vallas junto a fachada de la casa de Tomelloso que es motivo reiterativo en los cuadros de María Moreno, quizás por pasar muchas horas en ella.
A pesar de que los cuadros de Amalia Ávila reproducen las calles de Madrid, no hay sensación de estar en un exterior, debido a la ausencia plástica de luz natural, así como la ausencia de cielo que está cubierto por paredes de edificios que no dejan que este aparezca.
En los primeros paisajes urbanos de Antonio López predomina el sentido de exterior, Madrid (1960), Madrid hacia el Observatorio (1965-1970), pintando la primera Gran Vía (1974-1981) pisando asfalto mientras que la segunda Gran Vía fue pintada desde un interior.
En Vistas de Gran Vía I (1989) de María Moreno el pretil en primer término vuelve a ser la excusa visual para entrar en el cuadro.
La introducción de la figura humana en la exposición viene en su mayoría de la mano de las esculturas de Francisco y Julio López, hermanos, y cuyas estatuas reflejan el diferente estilo por el que se sienten atraídos. Mientras a Francisco le atraen los orígenes de la tradición académica, el temprano estilo clásico en la escultura griega, a Julio le atrae la crisis de la tradición escultórica europea y la escultura de finales del siglo XI, además de verse la impronta de Rodin
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Francisco concibe sus figuras con referencia a los planos paralelos de un cubo imaginario. Tanto en sus bustos como en las figuras escultóricas domina la contención, el silencio.
Julio López, sin embargo desarrolla la expresión y el gesto, por lo que la forma se pone al servicio de lo narrativo, El alcalde (1972), Parte de su familia (1972).
Fuentes: Exposición temporal Museo Thyssen, Entrevista a Antonio López en ABC