En un dramático giro de guión, una villana ha venido a salvarnos de la medianía casi soporífera en la que se encontraba la cartelera casi desde que empezó la pandemia y, desde luego, desde que se acabó la –también regulera- temporada de premios.
Estoy hablando de Cruella, claro. Y no voy a quitar mérito a Mank, ni a Los siete de Chicago, ni a Minari ni a otro buen puñado de títulos notables que nos han salvado en estos meses. Unos meses en los que además hemos descubierto que no todo en las plataformas es serie B reciclada.
Pero la última película de Disney, sin ser quizás una obra maestra ni un alarde de originalidad, es algo que no veíamos en muchos meses: un espectáculo. Una de esas películas que hacen que uno se plantee seriamente volver a las salas si no lo ha hecho hasta ahora. Porque Cruella es una película enorme que hay que ver en una pantalla cuanto más grande, mejor.
El australiano Craig Gillespie, director de Yo, Tonya, cuenta el origen de la malvada de 101 dálmatas -esa elegante y maquiavélica dama que vestía con abrigos de pieles de perros- adoptando un arriesgado tono que va desde la locura asesina de Joker hasta la frivolidad lúdico-cínica de El diablo viste de Prada. No es una película para niños, ni muchísimo menos. Es una cinta protagonizada por dos mujeres narcisistas que se enzarzan en un duelo cruel por la genialidad. Que las dos villanas estén interpretadas por actrices tan carismáticas como Emma Stone y Emma Thompson es un golpe maestro que sitúa la película en una dimensión impensable con un casting más flojo. Las actrices no dejan de disfrutar, ni de rivalizar, en ningún momento y ese combate festivo se contagia al espectador.
Además, la película es un espectáculo visual y musical. Desde los títulos de crédito y el cartel, hasta la puesta en escena o el diseño de vestuario están planteados para sorprender, para impresionar y divertir.
La banda sonora es una mezcla ecléctica, una ensalada de temas, géneros, grupos y solistas de diferentes décadas que funciona de maravilla. Una música rotunda y omnipresente que, sin embargo, no distrae, no nos saca en ningún momento de la historia.
En resumen, una apuesta arriesgada que funciona como un reloj suizo durante 134 minutos que se pasan rapidísimo. Una película para volver a las salas de cine y disfrutar del cine a lo grande.
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