Premiada en multitud de festivales, esta dura película francesa es un auténtico examen de conciencia para una sociedad que tiene que afrontar el maltrato por todas las vías posibles
Hay películas que te pillan con la guardia baja. Son sorpresas por el tema, por el director, por el planteamiento, por la dureza del tono… o por todo ello junto…
Antes de que el director francés Xavier Legrand ganara en el Festival de Venecia el premio al mejor director y a la mejor opera prima por Custodia compartida, sólo sabía que había trabajado como actor en un par de películas y que había sorprendido con un asfixiante mediometraje –Antes que perderlo todo– que se había colado directamente en los Oscar con una nominación a mejor cortometraje de ficción.
Y me imaginaba una película de cine social… y me encontré con un thriller de terror.
En Custodia compartida Legrand recoge algunos personajes, tramas y actores de su mediometraje para contar la historia de un matrimonio recién divorciado que pelea por el cuidado de sus hijos. Lo que empieza siendo una producción de cine social, con el debate de la custodia compartida de fondo y presentando la historia de un padre abandonado y amante de sus hijos y una mujer nerviosa y siempre alterada dispuesta a hacer valer sus derechos como madre, se convierte en una auténtica película de terror.
Confieso que salí del cine noqueada. Es impresionante lo que hace Legrand con el espectador: contarle una historia, hacerle tomar partido y luego retorcer el punto de vista, el tono y la propia historia hasta el límite, hasta hacerle comprender que ningún drama se vive desde la asepsia y que hay crisis familiares que son auténticas pesadillas de las que a veces solo se sale con los pies por delante. Y todo esto con un niño como protagonista, para que no haya puertas de salida por las que escaparse.
Una de esas cintas que provocan reflexión y debates encendidos, que nos hacen salir de la zona de confort para afrontar una compleja cuestión social
Hay quien considerará que Legrand exagera, pero lo cierto es que lo que cuenta el cineasta francés desgraciadamente lo relatan los periódicos casi a diario. El mérito de Legrend es tratar las piezas de esos lamentables sucesos de una forma cinematográfica: con unos personajes bien construidos –sin que en ningún momento se les vean las costuras- con un tempo narrativo cuidado y con una realización que imprime nervio, realismo y angustia.
Una de esas películas que hacen retirar las palomitas pasados los diez primeros minutos y que se quedan en la retina y en el cerebro durante muchos días.
Una de esas cintas que provocan reflexión y debates encendidos, que nos hacen salir de la zona de confort para afrontar una compleja cuestión social.
Una historia que necesita ser contada con esta dureza para despertar nuestra conciencia.
En definitiva, una película imprescindible, a pesar de los pesares.
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