Tengo que empezar esta crítica con una confesión. Creo que solo he visto 2 capítulos de los 52 que componen la serie Downton Abbey. Los vi en su tiempo, por la insistencia de amigos deslumbrados por la elegancia british de la serie y convencidos –los innumerables premios les daban la razón temporada tras temporada- de que Downton Abbey estaba haciendo historia en la televisión. Sin embargo, conseguí resistirme al embrujo Downton. Dos capítulos fueron suficientes para convencerme de que no merecía la pena engancharme. Y no porque hubiera nada que me desagradara. Aquello efectivamente era elegante y bonito. Y los actores estaban muy bien, pero no tenía yo demasiadas ganas de meterme en intrigas palaciegas protagonizadas por señores y criados. Simplemente, no era mi tipo de serie.
Esta confesión quiere servir como aviso a navegantes. No puedo comparar serie y película, ni puedo señalar lo que Julian Fellowes, creador de la primera y guionista de la segunda, se ha dejado por el camino al trasladar su historia de la pantalla pequeña a la grande. Hay críticos de cine, más concienzudos o más laboriosos o con menos pluriempleo que han visto los 52 capítulos antes de ver la película para poder comparar los dos productos. No es mi caso. Y no lo es, además de por falta de tiempo o por exceso de pereza, porque quise enfrentarme a este título como lo que es: una película de 120 minutos y como se enfrentarán también muchos espectadores que saben que Downton Abbey es una mansión… y poco más.
Pues bien, desde esta perspectiva de espectador neófito o de crítico despreocupado, tengo que confesar –y es la segunda confesión que hago en pocas líneas- que Downton Abbey me ha gustado. Y que, sin ser una gran película, tiene méritos cinematográficos más que suficientes para considerarla una película lograda.
No es una gran película porque se notan las costuras de su origen. El meollo de la historia –la visita real a Downton Abbey– es una anécdota, como suelen ser los móviles de los capítulos de las series. Las subtramas están hilvanadas como se hilvana en una serie, de manera episódica y fragmentada, sin un cañamazo fuerte, sin una base narrativa excesivamente sólida. Ni siquiera el esfuerzo para subrayar la tesis de la película –el debate sobre la vigencia o no de las tradiciones y estructuras sociales- constituye un cimiento firme. Al final, la fuerza de la serie, a nivel argumental, está en los personajes y, sobre todo, en “el” personaje de Violet, protagonizado por la gran Maggie Smith.
Sin ser una gran película, tiene méritos cinematográficos más que suficientes para considerarla una película lograda.
Dicho esto, la producción de la película está cuidada al detalle: desde las localizaciones, la puesta en escena, el vestuario a la música. El reparto –compuesto en su mayoría por los actores de la serie- funciona a la perfección. La historia –o las historias- están contadas con un ritmo y un tempo ajustadísimo. La película, en una palabra, funciona.
Y funciona tanto para los aficionados de la serie, que indudablemente disfrutarán más al reconocer cada guiño del guión, como para los nuevos espectadores que quizás quieran habitar entre las cuatro majestuosas paredes de Downton y para eso tienen 6 temporadas.
Hay algunos que han criticado la película diciendo que parece un capítulo doble especial navideño. Pero también podría ser un capítulo piloto. Y, sí, sé que se ha anunciado la película como el final de la serie, pero no pondría yo la mano en el fuego… Que los Crawleys pueden tener cuerda para rato…
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: