En enero y febrero se concentran muchos de los Festivales de Cine más importantes de las diferentes ciudades, con el objetivo de homenajear y premiar a las mejores películas del año. Al día siguiente, los titulares acaparan portadas de periódicos y revistas de cine, incluso de moda. Pocas veces leo artículos interesantes sobre las películas ganadoras, esas historias que merece la pena recomendar, ver o recordar. Parece que lo importante son los errores o aciertos de las galas, o las mejores y peores vestidas de la alfombra roja. Y está claro que a la hora de criticar ¡Los españoles nos llevamos la palma… de oro!
El cine español tiene, desde hace tiempo, sus defensores y detractores, con esa manía nuestra de pensar que lo de fuera siempre es mejor. Pero decir que el cine español es malo, es como afirmar que todo el cine americano es bueno o que el iraní es muy cool… Los actores españoles también tienen sus seguidores, dependiendo de sus discursos o de si están “de un bando o de otro”, políticamente hablando. Y con las galas, ocurre lo mismo.
Hace unos días asistí a la Gala de los Goya. Todo se puede mejorar, pero muchos piensan que es demasiado larga. No lo es más que la de los Bafta o los Oscar. Todas suelen tener un número musical de apertura y otro de cierre. Los Premios son los que son, y todos son importantes, los de delante y los de detrás de la cámara, los cortos y los largos.
En cuanto a los discursos, soy de la opinión de que cada premiado tiene derecho a tener su minuto de gloria, a dedicárselo a su madre o a quien le dé la gana, que para eso le ha costado tanto esfuerzo llegar hasta ahí… Además, son precisamente algunos de esos discursos, los que más divierten o emocionan. Los que nos llevan a reflexionar o a visibilizar desigualdades o injusticias. Los que se convierten en los mejores momentos de las galas o los vídeos más vistos en internet.
Buenas películas que generen debates, que muevan los cuerpos de los asientos, que agiten las mentes acomodadas y abran los ojos somnolientos
En Inglaterra o EE.UU, la audiencia alaba los discursos creativos y reivindicativos. ¿Por qué en España ponemos en la lista negra al que dice lo que piensa o no opina como nosotros? ¿Es peor actor por eso? ¿No debería ser algo bueno aprovechar su poder mediático para intentar cambiar las cosas?
Creo que en la fiesta del cine, debería caber todo. Sonrisas y lágrimas, vestidos glamurosos, discursos reivindicativos (siempre y cuando se hagan con tolerancia y respeto). Pero sobre todo, buenas películas que generen debates, que muevan los cuerpos de los asientos, que agiten las mentes acomodadas y abran los ojos somnolientos. Historias que muestren otras realidades, otras culturas, que cambien ideas, perspectivas y puntos de vista.
Porque si siempre leemos el mismo periódico, vemos el mismo canal y escuchamos la misma música… ¡Puede que se nos raye el disco!
El año pasado la cartelera nacional e internacional se llenó de grandes películas, con temas globales y locales. En los Goya, han triunfado “Dolor y Gloria”, “Mientras dure la guerra”, “Intemperie” o “La trinchera infinita”.
En los Bafta ha brillado “1917”, del director inglés Sam Mendes y la española “Klaus” ha sido premiada como Mejor Película de Animación. Supongo que en los Oscars ganarán “Érase una vez en Hollywood”, “Joker”… y hasta puede que Penélope Cruz vuelva a darle el premio a Almodóvar, por Mejor Película de habla no inglesa.
En cualquier caso, la guerra sigue estando presente, en el cine y en la vida real. Contada a través de los ojos de Alejandro Amenábar, de dos soldados británicos o de una madre a su hija. “Mientras dure la guerra”, “La trinchera infinita”, “1917”, “The Cave” o “For Sama”, son historias reales o ficticias que merecen ser contadas, porque el cine no entiende de lenguas, ni fronteras, ni de razas, ni banderas.
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