Eso es exactamente lo que me ha pasado al escribir para Woman Essentia esta crónica de los Goya. Quizás es el efecto de una Gala rodeada de la buena gente del Sur, en la preciosa ciudad del Guadalquivir. O también el efecto de una resaca, no de fino, sino de muchas horas de alfombra roja y entrevistas y pocas horas de sueño.
Sea lo que sea, la realidad es que empecé a escribir de cine y he terminado escribiendo de Santo Tomás. Porque este año los Goya se pueden explicar desde los clásicos trascendentales. Había películas que hablaban de la verdad y del bien. Ganó el bien. Un poquito menos la verdad. Y convenció la belleza. Si se están liando no se preocupen que se ve más claro poniendo ejemplos.
El siete no es la plenitud (o la complejidad de la verdad)
Eso es lo que debió pensar Rodrigo Sorogoyen (El Reino) después de ver cómo se le escapaba en el último minuto un Goya que todo presagiaba que sería para su película. El Reino había ganado siete premios, algunos de ellos de esos que se consideran autopista hacia la gloria: mejor guión, mejor director y mejor actor. Mejor casi todo, vaya.
Se lo merecía porque El Reino es, sin duda, diga lo que diga la Academia, la mejor película española del año.
La verdad era esa. Un thriller con toneladas de buen hacer cinematográfico –un guión que no deja hilos sueltos, un reparto brillante y un montaje, música y sonido de quitar el hipo-, y que, además, realiza un abordaje ético de la corrupción sumamente arriesgado e interesante.
En fin, una cinta muy valiosa que desgraciadamente no ha sido bien recibida por el público porque, eso sí, es una película sumamente incómoda para el espectador.
Sorogoyen no ha escrito una película de buenos y malos, corruptos y ángeles. Una de esas películas que uno ve desde la trinchera de la superioridad moral y que simplemente sirven para comprobar qué mala es la otra trinchera. Uno tiene que tener la piel muy gorda para no sentirse interpelado por esa escena que cierra El Reino y que no deja de ser una pregunta abierta: la corrupción antes de ser sistémica es personal, tiene nombres y apellidos y hay que estar muy vigilantes para que no se cuele en nuestras vidas.
O, dicho de otro modo, contra la corrupción hay que vacunarse, nadie está inmunizado. Y vacunarse significa no pactar con la mentira, el chanchullo, la frivolidad o la codicia.
Como no nos suele gustar que nos recuerden las enfermedades, ni las del cuerpo ni las del espíritu, es normal que la película no haya convencido al gran público. La verdad es, a veces, incómoda y dura…
Las buenas intenciones (o el triunfo del bien)
Campeones es otra cosa. La película de Fesser llegó, se vio –mucho- y venció. Ha ganado muchos millones y se llevó el premio de los productores (normal, son los que ponen la pasta), el premio Feroz (aunque en estos se premia también el drama, que fue para El Reino) y ahora ganó el Goya. El único que no ha ganado es el premio de los Escritores de Cine. La medalla CEC fue para El Reino. Significativo que los críticos hayan apostado sin duda por ella.
Lo del Goya grande a Campeones se entiende desde la emoción y las buenas intenciones. Desde el bien. Desde el cine, un poquito menos. Fesser ha dirigido una comedia divertida, fresca, un punto irreverente y muy, muy emotiva. El mensaje de Campeones es muy positivo y, aunque hay crítica social, es mucho menos incómodo que el mensaje de El Reino.
Toda España en el bolsillo (ovación para el bien)
Prueba de esta corriente de simpatía hacia Campeones (que, todo hay que decirlo, es una corriente que nos hace mejores como seres humanos, estamos hablando del bien, no lo olviden) fue la unanimidad con la que toda España aplaudió el que fue el mejor discurso de los Goya. El de Jesús Vidal. Vidal subió a recoger su Goya al mejor actor novel por su papel en Campeones y se metió a España en el bolsillo.
El actor agradeció el premio en primer lugar a sus compañeros «Este trabajo representa también a mis nueve compañeros”, empezaron los aplausos, primero tímidos. Luego agradeció a la Academia de cine española «Señores de la Academia, han distinguido a un actor con discapacidad, no saben lo que han hecho. Ahora solo se me ocurren tres palabras: inclusión, diversidad y visibilidad», más aplausos, “qué emoción”, exclamó el actor con espontaneidad mientras asomaban en la platea las primeras lagrimillas. Y terminó, con un rotundo, sincero y atrevido agradecimiento a sus padres: “Mamá, gracias por darme la vida y por enseñarme a ver la vida con los ojos de la inteligencia del corazón, te quiero todo», aquí ya el personal había empezado a sacar el pañuelo. «A mi padre, gracias por haber vivido y gracias por luchar tanto por mí. Eras la persona con más ternura del planeta y con solo una sonrisa cambias el mundo. Queridos padres, a mí sí me gustaría tener un hijo como yo, para que tenga unos padres como vosotros. Muchísimas gracias».
Fue el acabose. El momentazo de los Goya, la demostración más clara de que el ser humano –a pesar de los pesares y por muy canalla que sea- tiende al bien y sabe reconocerlo cuando lo encuentra.
Cinco minutos de puro cine (o la conquista de la belleza)
E igual que reconoce el bien, reconoce la belleza, que eso es lo que pasó cuando salió en escena Rosalía. Quienes estábamos en la Gala vimos correr por los pasillos a dos decenas de jóvenes vestidos de rojo. “Serán los de Rosalía” y pensamos en una frenética coreografía o en una rotunda danza de flamenco fusión. O quizás solo lo pensaba yo.
La sorpresa fue encontrarse que los jóvenes eran parte del coro casi invisible, casi angelical que acompañaba una maravillosa versión de una mítica canción de Los Chunguitos que eligió Carlos Saura para la secuencia final de su película Deprisa, Deprisa. No tengo tiempo ni espacio, pero se podría explicar lo que el cine hace con la realidad explicando lo que hizo Rosalía con el tema de Los Chunguitos. Había guión, dirección, interpretación y puesta en escena. Y había sobre todo arte. Y belleza. Fueron apenas cuatro minutos, cuatro minutos de puro cine.
En resumen, y con otras palabras, por la alfombra roja de este año se pasearon el bien, la verdad y la belleza y todos tuvieron su momento de gloria.
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