Lo he dicho más veces; hay películas que terminan con los créditos finales y otras que empiezan con ellos. Historia de un matrimonio es de las segundas. Desde que se estrenó en Venecia, crítica y espectadores han coincidido en que es uno de los grandes títulos del año, que Scarlett Johansson y Adam Driver están de Oscar, que es la mejor película de Noam Baumbach con diferencia. Pero mientras suben las estrellitas en las carteleras y los puntos en IMDB, la súper base de datos cinematográfica que premia el título con un 8’4 (para los no expertos, esto es una puntuación sobresaliente), cabe preguntarse si las razones del éxito son solo cinematográficas. Pienso que no.
Historia de un matrimonio es una gran película. Tiene un magnífico guión, una maravillosa banda sonora y los actores están impecables. Pero es algo más. Es una certera, lucida y dolorosa radiografía del fracaso de un matrimonio. Ni más ni menos. Dicho así no suena muy atractivo, pero, a veces, la historia de un fracaso encierra la contraseña de una posible salida. Y es lo que pasa en Historia de un matrimonio.
Un divorcio es un divorcio y es, ante todo, un fracaso y la cinta es muy honesta en este tema. Quizás porque Baumbach escribió la película después de atravesar una ruptura y es el primer interesado en no endulzar una situación que no tiene nada de dulce. A la ruptura se suman, además, otros ingredientes y otros personajes que añaden amargura y dolor a lo que ya es suficientemente triste. Muchas veces, el divorcio parece el final de un camino tortuoso. Baumbach refleja que, en realidad, puede ser el principio de una tortura peor. El espectador, que ha visto en un prólogo de gran riqueza narrativa el amor de la pareja, contempla como se va dilapidando ese amor a marchas forzadas en el proceso de ruptura. La escalada de violencia verbal –que culmina en una escena tan brutal que duele-, el desprecio que va sustituyendo lo que antes eran gestos de cariño, la manipulación cuando no directamente la mentira, van hiriendo, arrasando o matando, según los casos, la complicidad, la compenetración y la pasión que un día hubo.
Muchas veces, el divorcio parece el final de un camino tortuoso. Baumbach refleja que, en realidad, puede ser el principio de una tortura peor.
El paisaje final es estepario y nadie quiere vivir en una estepa. Por eso, cuando se apagan las luces y el espectador se levanta, devastado por el linchamiento al que Baumbach y sus actores le han sometido, comienza otra película. Una película en la que cobran importancia dos cartas, una tercera carta más impersonal –la del menú de un día que no tienes apetito-, y los cordones que solo quien realmente te quiere, te ata.
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