Joan Castleman, la buena esposa, es una mujer diez. Atractiva, inteligente, serena. Ha sacado adelante un longevo matrimonio y una familia feliz y ha sido siempre el primer apoyo para su marido, un famoso escritor. Precisamente su marido va a culminar su carrera profesional con el premio que todo autor aspira recibir: el Nobel de Literatura. El interés de los medios y una serie de acontecimientos a raíz del premio harán que salgan a la luz algunos sucesos no tan ejemplares en la vida del matrimonio.
La buena esposa se estrena con mucho retraso en las salas españolas, probablemente porque es una de esas películas poco efectistas.
Dirigida por el cineasta sueco Bjorn Runge, y protagonizada por la solvente Glenn Close es una de esas cintas que se toma su tiempo para contar un conflicto muy poderoso, con contundencia pero sin estridencias.
El argumento de La buena esposa tiene muchas coincidencias con algunas cintas recientes como Mary Shelley o la, aún por estrenar, Colette, pero la mirada –siendo igual de crítica- es mucho más desapasionada, más fría. Joan es una mujer que lo ha dado todo por su matrimonio, por la carrera de su marido, por su familia. Lo ha hecho con convencimiento y libremente. Pero hasta los sacrificios hechos de buena gana tienen que contar con la naturaleza de las personas y, cuando una cuerda se tensa en exceso, hay muchas posibilidades de que se termine rasgando.
La buena esposa, una película para debatir
Este complejo proceso, este estallido –sereno, porque el personaje lo es-, es lo que nos cuenta La buena esposa. Lo cuenta con una realización clásica y con un tempo lento, dando tiempo a los personajes y a los conflictos a desarrollarse. El final, además deja abierta una puerta a la esperanza, a la necesidad de dialogar, de entender las necesidades de la otra persona, a no encerrarlas en los estrechos márgenes de un rol. Al modo de afrontar el matrimonio.
La buena esposa es, en definitiva, una de esas películas que animan al debate y a la reflexión en cuestiones de candente actualidad.
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