Hace mucho tiempo que no veía tanta unanimidad entre la crítica. Desde que La La Land se vio por primera vez, en el Festival de Venecia, los críticos se pusieron a sus pies. Y eso que la película de Damien Chazelle, un joven director de 31 años que sorprendió el año pasado con la intensa Whiplash está muy lejos del producto que suele encandilar a la crítica. Esas películas de corte experimental que bucean en nuevos formatos y coquetean con la trasgresión.
La La Land está a años luz de ese cine. Es más. A algún despistado La La Land le podría parecer una película antigua, un poco pasada de moda, excesivamente clásica. Este despistado podría no reconocer que, en su clasicismo, La La Land es probablemente la película más fresca y nueva que se estrena desde hace meses, incluso años.
Lo explico. Es cierto que, como explica el propio Damien Chazelle, su película conecta directamente con el musical clásico (ha llegado a citar como referencia Los paraguas de Cheburgo). Es cierto que la base argumental es tan vieja como el chico encuentra chica. Es cierto que su narrativa es lineal y su realización sigue las reglas más básicas del género. Sin embargo, Chazelle ha conseguido convertir este material en una película diferente, una cinta que consigue actualizar un género –el musical romántico que no parte de un musical propiamente dicho- aparcado en vía muerta. En estos años hemos visto adaptaciones más o menos conseguidas de grandes musicales –Los miserables, Casino- pero las películas proyectadas originalmente como musicales, con libretos originales o brillaban por su ausencia o eran productos menores.
Chazelle se ha tomado en serio su película. Ha escrito una historia sobre los sueños, la ambición y el precio de la fama (tema, por cierto, ya explorado en Whiplash) de una gran profundidad. La La Land es, en el fondo, una reflexión sobre los mimbres que sostienen una vida lograda. Ha desarrollado con acierto un puñado de personajes consistentes, con un arco de transformación coherente y los ha puesto a dialogar (con magníficos diálogos, por cierto) y ha recorrido con ellos una historia de amor muy sencilla pero muy creíble.
La La Land es, en el fondo, una reflexión sobre los mimbres que sostienen una vida lograda.
Y a todo este “armazón” lo ha rodeado de una banda sonora de muchos kilates, de una puesta en escena cuidadísima, de un trabajo de fotografía e iluminación francamente inspirado y de un casting que ha dado en diana.
Ahora solo le queda enamorar al público (lo hará) y recoger los premios. De momento, ya le han caído siete importantes Globos de Oro. Todos los que podía ganar. Y la carrera solo ha comenzado.