En la película «Libres, duc in altum» van apareciendo personas, de ninguna sabremos sus nombres, excepto de una, la hermana Garbiñe, una vasca simpatiquísima. Quienes nos hablan son monjes y religiosas contemplativas. Unos sacerdotes, otros hermanos o frailes, alguna abadesa y casi todos españoles, más un italiano, un inglés y uno que por el acento quizá sea mexicano. Cada uno con su historia personal de conversión y amor con Dios. Ellos nos abren la puerta a su intimidad, y creo que además logran abrir la puerta tan personal e intransferible de nuestra propia intimidad ante nosotros mismos.
En cierto modo, la película «Libres, duc in altum» logra que a la vez que vemos y oímos, nos adentremos en nuestro propio yo, nuestra verdad y en último lugar, quizá, en nuestro itinerario vital respecto de Dios.
Este documental nos muestra a personas de todas las edades, desde muy jóvenes, a muy mayores. Sanos y enfermos, y todo con la naturalidad con la que ellos, los contemplativos, lo viven todo. Sin ruidos, ni quejas, ni rarezas, en profunda alegría y servicio mutuo, inmersos en el Misterio. Hace años en otro medio también escribí sobre ellos como… Los necesarios.
España…
Como se dice en la web de la Fundación De Clausura: «En España se concentra una tercera parte de la vida contemplativa del mundo, y es el primer país con el mayor número de monasterios en su territorio».
Antes de comenzar la proyección nos explicaron el porqué se lanzaron a llamar al timbre de varios monasterios y plantearles la osadía de entrar para grabar sus vidas. Durante la pandemia los monasterios pidieron ayuda, los estragos que nos afectaron a todos de una u otra manera, a ellos también. Y quienes bien saben lo que es vivir de la Providencia y de su trabajo, y rara vez piden ayuda material, en el año 2020 lo hicieron. Recuerdo cómo en mi ciudad el obispo hizo un llamamiento especial por esta causa.
Si hay algo ajeno a un contemplativo, precisamente es que forme parte de una película. Lo de ellos, los contemplativos, es otra película, nunca mejor dicho. El guion de su vida va de humildad, anonimato, oración, silencio, intercesión, trabajo manual, cuidar de la naturaleza y recibir de ella. Todo ello resumido en el ora et labora famoso de San Benito.
La naturaleza, la obra de la acción creativa de Dios, no es un adversario peligroso» (N 451. Compendio de doctrina social de la Iglesia católica)
Y así, el corazón de un buen puñado de personas pudo más y nos regalan una película, diría yo, que imprescindible. Se pusieron manos a la obra para conseguir recursos y financiar la producción. La primera parte ya está hecha, le peli se estrenará en unos días. La segunda parte será que cuantas más personas la vean mejor para ellas y aunque no tengo certeza, imagino que mucho de lo que se recaude a través de taquilla irá a parar a los monasterios.
Sin duda, un deseo que brota tras ver la película es que esa libertad de los hijos de Dios no quede encerrado en los monasterios. Sino que la verdad, la belleza del mensaje de Cristo que nos atañe a todos, particularmente a los creyentes, se haga presente en este mundo histérico que nos ha tocado vivir, en esta España y Europa nuestras, de antiguas raíces cristianas hoy putrefactas, que asfixian el alma de tristeza y sin sentido.
Y si de paso, «Libres, duc in altum» sirve para que rebroten vocaciones a la vida contemplativa, todo habrá merecido la pena, porque los necesitamos. ¿Qué son las ciudades y los pueblos sin las campanas de los conventos y monasterios? Esos lugares de oración y descanso como son las maravillosas hospederías, donde además se come de muerte. Sin ese arte que albergan, donde la naturaleza ocupa un lugar primordial, sin esas sonrisas que acogen, sin esas capillas siempre abiertas para quien quiera entrar a rezar, simplemente a eso, a rezar.
Libres, sin más, libres
«Libres, duc in altum» se estrenará en los cines a partir del 21 de abril, no se la pueden perder, ¿por qué? Porque a medida que esos rostros, sus palabras, los bellísimos paisajes, edificios, la música, los espacios del silencio se funden en un ritmo bien medido, suave, al toque de tres palabras: camino, verdad, vida, el espectador se adentra en la paz.
Desde el sillón del cine se capta ternura, simplicidad, pureza, llaneza, simpatía, mucha alegría, orden, sacralidad, naturaleza en estado puro, inocencia, sinceridad, que quizá a los que estamos en el mundo confunda. Sobre todo el espectador toca con sus sentidos algo más a fondo la libertad, la auténtica libertad de los hijos de Dios.
Duc in altum, el subtítulo de la película, se puede traducir de varias formas: rema mar adentro, como narra el Evangelio de San Lucas, o también profundidad, sin más, profundidad. Y de profunda humanidad va la cosa, la profunda humanidad de quien vive inmerso en Dios no sermonea, comunica. No juzga, acoge. No interroga con curiosidad, pero sí mira con una luz particular imposible de ocultar. La llaneza y sencillez con que un hermano narra un sufrimiento incomprensible, tres seres queridos suicidados en un lapso de tres años, y ese silencio profundo, esa mirada tan limpia y serena que te deja… profundamente tocado.
En la película se escuchan algunas historias asombrosas, pocas palabras pero suficientes para tratar de entender esa amalgama que nos conforma con Dios y con la vida: sufrimiento, cruz, amor, alegría, amistad, hermandad, comunidad, familia. Y esa certeza de que Dios interviene cuando quiere y porque quiere en la vida de cada uno, otra cosa es la capacidad o la disposición para dejarse interpelar por Dios.
«Libres, duc in altum» en realidad es un regalo que se nos ofrece en un momento, ¿Quién puede negarlo? Donde necesitamos respirar aires y mensajes de paz, de verdad, aires… en definitiva de Dios y no olvidarnos de Él.
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: