Hay películas que tienen una historia detrás tan poderosa…que lo de menos es lo que se proyecta en la pantalla. Lo que de verdad importa es una de esas películas. Si se me pregunta mi opinión, como crítica, podría decir que es una película bien rodada, bien interpretada, con un buen diseño de producción y algunos problemas graves de ritmo. Diría también que le falta un poco del agudo sentido del humor que si tenía Maktub, la primera película de Paco Arango, una cinta mucho más lograda aunque Lo que de verdad importa sea más compleja (por su reparto internacional y su desarrollo de subtramas) y ambiciosa.
Pero hablar de esta película en estos términos es realmente quedarse en un nivel muy pobre. Entre otras cosas, porque sería muy pobre valorar el trabajo de Pablo Arango como el de un cineasta más.
Paco Arango no es un director de cine. O mejor dicho, no es fundamentalmente un director de cine. Arango es un músico y creador de series de televisión que, desde hace 10 años, se dedica en cuerpo y alma a la Fundación Aladina. Una ONG que trata de mejorar la vida de los niños con cáncer y, de paso, transmitir una serie de valores que, de una manera u otra, están relacionados con esta realidad del sufrimiento infantil. Quien se haya acercado a un proyecto de la Fundación Aladina habrá comprobado que, además de preocuparse por conseguir fondos para construir un hospital, costear un tratamiento o montar un campamento para niños enfermos, la gente que trabaja en Aladina –Paco Arango el primero- tratan de contagiar cariño, esperanza y amor a la vida. En cualquiera de estos proyectos se refleja qué importante es para los enfermos el apoyo de la familia, la ayuda de la fe y las creencias y la solidaridad de las instituciones. Y qué importante es también saber descubrir lo que la enfermedad puede enseñarnos. Paco Arango repite con frecuencia que se le han muerto muchos niños, demasiados, que sufre con cada uno…pero que, paradójicamente, es mucho más feliz ahora que hace diez años. Arango ha descubierto las monedas de oro que se esconden en una realidad tan inmisericorde, injusta y dolorosa como la muerte de un niño. Y como lo ha descubierto, quiere contárselo al resto. Es consciente de que su descubrimiento es importante porque estamos en una sociedad que vuelve la espalda al sufrimiento tratando de ignorarlo y, cuando, tarde o temprano, se topa con él no sabe hacerle frente.
Esto es lo que hay detrás de cada película de Arango. Mucha experiencia vital, muchas ganas de trasmitir valores y, en definitiva, muchas ganas de ayudar. Para eso quiere Arango su película, para contagiar esperanza…y para conseguir fondos para los niños enfermos (el dinero recaudado irá a la Fundación Aladina). Hay que reconocer que pocas películas se hacen hoy con tan nobles motivos. Y ya solo por eso merecería muchos aplausos.
La cruzada contra el gris
Cambiando de tema, pero siguiendo con este estreno, reconozco mi sorpresa cuando mucha gente me ha preguntado, con cierta preocupación, si la película de Arango –so capa de conseguir donativos- era una película poco más o menos que perniciosa para los jóvenes, inmoral en sus contenidos y anti-religiosa. Después del susto e incredulidad que estas afirmaciones me provocaron me enteré de que todo provenía de un comentario malintencionado o excesivamente celoso de la ortodoxia y la pureza absoluta (que cada uno juzgue) que se había difundido y que hizo que el propio Arango contestara con una magnífica réplica. En esa contestación, el director aclara que en su película habla de hombres que sufren, que dudan, que hacen las cosas mal…pero que recomienzan.
Lo que de verdad importa, esto no lo dice Arango, lo digo yo no es una vida de santos. No todo lo que se cuenta en la película es ejemplar, ni lo pretende. Además, Arango no es santo Tomás. Ni tampoco lo pretende. No estamos ante la Suma Teológica. Hay conflictos –como la crisis de fe del sacerdote o la relación entre la pareja protagonista- que podrían contarse de otra manera. Y quizás, si, más ortodoxas. Se me ocurren muchas alternativas. El sacerdote, por ejemplo, podría haber sido como san Alejo y dormir debajo de una escalera mostrando a todos su heroísmo y el protagonista, en vez de ser un bala perdida, podría gastar sus horas repartiendo bocadillos a los pobres. Y la pareja protagonista, en lugar de pasar la noche juntos, se podrían haber casado de blanco y haber terminado la película con un beso. Y, con la que está cayendo, la excusa de la chica que no quiere que el bala perdida se le abalance (nunca mejor dicho) podría haber sido otra excusa menos comprometida con los temas de género. Pues sí, quizás sí. Pero entonces quizás estaríamos hablando de otra película.
Arango sí quiere hablar, alto y claro, de la realidad del sufrimiento, de cómo afrontar la pérdida y de cuál es el papel que puede tener la fe y Dios en todo este proceso. Y en este último tema, por cierto, Arango es valiente cuando muestra a un hombre de Dios que duda.
Y, sobre todo, estas cuestiones, que además están tratadas con respeto y elegancia, son absolutamente menores y secundarias frente a los temas de calado que aborda la película. Dudo mucho que Arango quiera decir algo sobre la sexualidad en esta historia, excepto que ni las balas perdidas ni las personas infieles llegan muy lejos, mensajes ambos, muy positivos. Creo que tampoco quiere decir nada sobre la ideología de género. La película no pretende abordar a fondo todas y cada una de las cuestiones que pueden afectar a la vida de una persona. Por algunas pasa de puntillas. Y, sin embargo, Arango sí quiere hablar, alto y claro, de la realidad del sufrimiento, de cómo afrontar la pérdida y de cuál es el papel que puede tener la fe y Dios en todo este proceso. Y en este último tema, por cierto, Arango es valiente cuando muestra a un hombre de Dios que duda. Porque los hombres de Dios no están exentos de dudas, tentaciones y caídas. Y si alguien se escandaliza de esas caídas es mejor que no lea el Evangelio porque va a morir de un infarto.
Cada uno es muy libre de juzgar un producto cultural y de consumirlo. Y hay tantos espectadores como títulos, por eso soy enemiga de “recomendar” películas y muy amiga de hablar de ellas…y que cada uno elija. De todas formas, lo más triste de estas críticas, u otras, que se hacen desde unos postulados inflexibles, es que permanecen ciegas a los valores principales de una obra. Parecen medir todo según una plantilla en la que además hay aspectos –especialmente los relacionados con la moral- que terminan tiñendo todo el juicio. Esa plantilla es omnicomprensiva y si hay un tema importante que no está tratado se pone una tacha (olvidando además que el metraje da para lo que da). Y además en esa plantilla solo hay dos tonos: el blanco y el negro. Cuando la gran mayoría de las obras culturales, como la gran mayoría de las personas, todo hay que decirlo, se mueven en la extensa, compleja y maravillosa gama de los grises. ¡Qué batalla tan triste la de los que abominan del gris!… Y cuántas buenas y enriquecedoras películas dejarán de ver.