“Nos va a costar llevar a la gente al cine” me dice contundente Carlos Agulló cuando le cuento que he tenido 15 días su película en mi casa sin atreverme a verla. Este madrileño de 42 años que, después de haber trabajado muchos años montando películas de otros, saltó a la dirección con un premiadísimo documental, Plot for peace, es muy consciente de que su apuesta es arriesgada. “Plot for peace era un thriller político, casi de intriga, un género que pega fuerte ahora mismo dentro de los documentales. Esto es otra cosa…”.
Si, Los demás días es otra cosa. Aunque Agulló explica bien que su película no es sobre la muerte, sino sobre la vida, la realidad es que estamos ante un documental sobre los cuidados paliativos que ahonda en los últimos momentos de una serie de personas –que no personajes- que van a ir muriendo mientras se rueda la película. Suena fuerte. Y lo es.
Se entiende la reticencia de un público que, de primeras, prefiere que ganen los buenos, el chico recupere a la chica, sean felices y coman perdices… Consciente de esto, Agulló atrapa al valiente espectador en los primeros 30 segundos. Una vez que se sienta en la butaca no le deja volver a dudar. Y si no, hagan la prueba.
Parte del mérito de Los demás días es su radical arranque: una pelea de boxeo y la sentencia de un médico con pinta de hippie –luego sabremos que es el doctor Pablo Iglesias, el protagonista de la cinta- que resume en diez palabras la esencia de la película: “si te tomas la vida como una lucha contra la muerte, estás perdido”.
Me pareció de una agudísima inteligencia el ágil “reframing” que Agulló plantea al empezar la película. No vamos a hablar de unos hombres que mueren porque eso no es noticia: todos vamos a morir. Vamos a hablar de cómo estar vivos hasta que llegue ese momento. Como resume la genial ilustración de Paco Roca que sirve como cartel a la película “Todos vamos a morir algún día…pero los demás días, no”.
Y esos “demás días” se pueden vivir de muchas maneras y es importante vivirlos de la mejor de las maneras posibles. A eso se dedican el grupo de cuidados paliativos donde trabaja el doctor Pablo Iglesias. El documental recorre tanto la actividad del médico y de su equipo del Servicio Madrileño de Salud como la de un grupo de pacientes muy distintos: algunos mayores, como Juan, que ha dedicado su vida al cine; otros, jóvenes, como Ángela que a sus 43 años afronta que hay muchas cosas que ya no hará pero se le iluminan los ojos cuando habla de las que ya ha hecho. Unos afrontan su realidad con socarronería, otros, con agradecimiento y otros con mal genio, que esto no son las novelas ejemplares. Pero todos, desde el realismo, la paz y la ayuda de los médicos y los cuidadores. Y en este sentido, aunque cada historia es una joya, reconozco la debilidad que siento por María, una joven que –abandonada por su padre a los 13 años- decide hacer las paces con su biografía y pide la baja en su trabajo para cuidar a su padre en sus últimos momentos. Solo por esta historia merecería la pena ver la película.
El origen del proyecto
“¿Cómo conseguiste “liar” a un médico de lidia a diario con la muerte para hacer algo tan frívolo y efímero como rodar una película?” “Conocía de oídas a Pablo. Le expliqué el proyecto y lo entendió. Yo no quería provocar las lágrimas, sino la reflexión. Una reflexión sobre una realidad de la que a veces no se habla pero que es una evidencia. Nos vamos a morir, y el saberlo y ser conscientes, nos puede ayudar a vivir mejor. A cambiar en nuestras vidas lo que haya que cambiar, a no dejar que pasen los días sin más”, señala Agulló.
“Antes de hablar de la muerte digna, hay que hablar del derecho a una vida digna”
Fruto de ese respeto, de esa delicadeza, es la desnudez formal del documental: no hay música, ni subrayados sentimentales, no hay iluminación artificial, ni muchas veces un mínimo trabajo de planificación “Grabé yo mismo con una cámara de video. Las circunstancias del rodaje eran las que eran y yo no podía meter conmigo a un equipo, ni sugerir que se repitiera el gesto cariñoso de un cuidador. Había que captar el instante, y en silencio, con la luz que hubiera, sin atrezzo… y, por supuesto, sin nada que no fuera lo esencial. A mí, cualquier añadido me hubiera parecido agredir al espectador”.
Eutanasia vs paliativos
Aunque sé que es una pregunta recurrente no tengo más remedio que hacerla: “¿y qué me dices de la eutanasia?” “En España la eutanasia no es legal -me contesta- pero creo que, si lo fuera, mi película no sería muy diferente… En cualquier caso, el debate en España –como casi todos los debates- está politizado e ideologizado. Somos muy de mantener las dos Españas. No se llega al fondo, se debate de una manera simplista y se mete en el mismo saco lo que es un homicidio –cuando tú quieres decidir sobre la muerte de otro- y lo que no es eutanasia, y por eso es legal, que es evitar el encarnizamiento terapéutico. Pienso que antes de hablar del derecho a una muerte digna hay que hablar del derecho a una vida digna. Si me condenas a una vida miserable, probablemente no quiera vivir, pero si –sea cual sea mi situación económica- tengo acceso a unos cuidados, a unas medicinas, a un fisioterapeuta, a un psicólogo, al respiro de mis cuidadores… pues quizás, entonces, ya no quiero morirme antes”. Escuchando su discurso se entiende que el doctor Álvaro Gándara, una de las máximas autoridades en cuidados paliativos, haya dicho que esta película ha hecho, y va a hacer, más por esta disciplina que muchas leyes, propuestas y movilizaciones.
“El debate actual sobre la eutanasia en España, además de estar sumamente politizado, es simplista”
Dos años ha tardado Carlos Agulló en rodar su película. Dos años en los que ha enterrado a todos sus protagonistas…menos a uno. Cristina. Una atractiva y joven enferma de esclerosis que ingresó en una unidad de paliativos (la del Centro de Cuidados Laguna) muy deteriorada y sin ganas de vivir. Sorprendentemente, mejoró. Ahora es la mujer de Pablo y hace unos días pudo asistir al estreno dejando por unas horas la silla de ruedas. Suyos son algunos de los momentos más entrañables del documental. Le pregunto a Carlos si en algún momento no le tentó la idea de desarrollar más esta increíble historia de amor. “La verdad es que sí –me confiesa- hubiera sido un peliculón”.
Otro peliculón, que este documental también lo es. De todas formas, y vista su buena mano con las historias humanas le animo a no dejar de lado la idea. Que tiempo le queda para seguir llenando la pantalla de personajes de carne y hueso y de historias que nos despiertan y nos hacen estar más vivos…aunque hablen de la muerte.
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