Sin duda Disney ha dado en diana con este estreno navideño. El regreso de Mary Poppins es una de esas películas que llama a sumergirse en una sala de cine ahora que las plataformas digitales están tan sobrevaloradas. Que si peli y manta, que si sofá y gato. Por supuesto que la suscripción a Netflix, a Amazon PrimeVideo o a HBO tiene sus ventajas. Muchísimas.
Pero El regreso de Mary Poppins es una aventura y para las aventuras hay que desprenderse del pijama y ponerse los zapatos y salir a la calle y meterse en una sala de cine… que es allí donde empieza el viaje.
En realidad, el viaje empezó en 1934 cuando la escritora Pamela Travers dio vida a la famosa niñera. A Walt Disney le costó Dios y ayuda convencer a Miss Travers que dejase llevar a Mary Poppins a la pantalla grande pero cuando lo consiguió hizo historia con un multipremiado y multivisto musical. Entre unas cosas y otras habían pasado 30 años y estábamos en 1964. Desde entonces, muchos niños han crecido tarareando las canciones del musical, intrigados por cómo en un sencillo bolso cabían tantas cosas y conscientes de que con un poco de azúcar todo sabe mejor.
Rob Marshall, director de Chicago, ha hecho una secuela muy inteligente. Podría haberse lanzado a actualizar a la niñera, rodearla de pantallas y sumergirla en un discurso políticamente correcto o haber convertido a Mr. Banks en líder de una comunidad vegana y a su hermana en ferviente opositora de las políticas antimigratorias de Trump. Podría haber hecho muchas cosas y, sin embargo, ha optado por mantenerse radicalmente fiel al espíritu de la película original. La Mary Poppins de hoy defiende exactamente lo mismo que la Mary Poppins de hace medio siglo. Y ha venido a hacer lo mismo que lo que hizo hace medio siglo: salvar a una familia con problemas a través de unos ingredientes muy básicos pero eficaces: cariño, imaginación y tiempo para dedicar a los hijos.
La película es una defensa a ultranza de potenciar los lazos familiares, de pasar tiempo con los más pequeños y de robustecer el hogar. En ese sentido, que toda la trama gira alrededor de un desahucio, de lo que significa perder la casa donde se ha crecido, no es banal.
Pero, si el argumento es el mismo ¿Por qué rodar una nueva película? ¿Dónde dejamos la modernidad? La actualización corre a cargo de la técnica, de lo visual, del diseño de la película que, por cierto, ya era moderna cuando se estrenó. Marshall aprovecha todos los adelantos técnicos para hacer su Mary Poppins más grande, más imaginativa, más hipnótica. Hay secuencias –como el viaje a la bañera o el paseo por la sopera- que merecen una ovación. Y son esas escenas las que animan a ver El regreso de Mary Poppins como se diseñó: a lo grande. En una pantalla lo más grande posible.
Por otra parte, además de una potente historia, un personaje entrañable y unos efectos visuales impecables El regreso de Mary Poppins cuenta con un reparto sobresaliente liderado por una convincente Emily Blunt, que consigue algo casi imposible: que no echemos de menos a la legendaria Julie Andrews. Lin-Manuel Miranda resulta encantador, las breves apariciones de Colin Firth, Meryl Streep y Angela Lansbury son chispeantes y el cameo de Dick Van Dyke es un auténtico homenaje a la nostalgia, a la buena nostalgia, esa que nos hace recordar los buenos momentos y conectar con la inocencia y la infancia. Que es, por cierto, otro de los grandes temas que nos viene a recordar nuestra famosa niñera.
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