Steven Spielberg llevaba décadas queriendo dirigir un musical. Su dominio de la cámara, de la puesta en escena, la planificación y la fotografía y el gusto exquisito de muchas de las bandas sonoras de sus películas apuntaban a que no sonase descabellado su deseo.
Pero cuando Spielberg anunció que lo que iba a dirigir era una nueva versión de West side story más de uno frunció el ceño. Porque una cosa es rodar un musical, así, en general, y una muy diferente revisionar un clásico –en mayúsculas- que además ha envejecido maravillosamente bien. Solo un genio o un loco se arriesgarían a semejante empresa. Y es verdad que Spielberg a estas alturas no tiene que demostrar nada a nadie, pero también es cierto que tropezar al final de tu carrera profesional (a los 76 años) no es un plato de gusto.
Al final, Spielberg ha cumplido su sueño y los espectadores tenemos que agradecerle una obra maestra. Porque su West side story, como el de Robert Wise hace sesenta años, lo es. El veterano cineasta ha cogido la obra original con respeto, casi –podríamos decir- con un temor reverencial a estropearla. Y esto se nota en cómo ha cuidado el argumento –la historia de Romeo y Julieta, la redención del odio por el amor-, en cómo ha respetado cada uno de los temas musicales, en cómo ha –casi- calcado algunas escenas míticas que forman parte de la Historia del cine.
Sesenta años después, y con la experiencia de un director que ha rodado muchas películas de acción, Spielberg imprime a los números musicales una fuerza aún mayor.
Y, después de estudiar, analizar, revivir e incluso mimetizarse con el espíritu, la letra y la música del original, ha puesto todo su talento en llevar la historia al público del siglo XXI. Y para eso ha trabajado en dos líneas. Por una parte, en el guión, subrayando el conflicto entre los jets y los sharks, que, con el telón de fondo de la inmigración, tiene hoy una lectura muy actual y potente. El peso que tiene lo latino en este nuevo West side story –desde el reparto, hasta el desarrollo de los personajes o las escenas rodadas en español- es una de las bazas de la película.
Y, en segundo lugar, Spielberg ha trabajado todo el envoltorio visual de la película dotándola de más fuerza. La versión de Robert Wise, de 1961, bebía directamente del musical de Broadway, y era muy teatral, especialmente en sus coreografías (desde América hasta el baile en el gimnasio). Sesenta años después, y con la experiencia de un director que ha rodado muchas películas de acción, Spielberg imprime a los números musicales una fuerza aún mayor. Una fuerza que viene de los movimientos de la cámara, de las posibilidades técnicas, de la puesta en escena e incluso de la presencia de decenas de extras (como ocurre en el citado América).
Lo dicho, un espectáculo. Spielberg ha esperado décadas para rodar un musical y doce meses para estrenar la mejor película del año.
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