Me he sentado a escribir sin tener una sola idea en la cabeza, probable secuela de la carraca de estudio que llevo encima (si coincide con que el lector es estudiante, aprovecho para agradecerte el rato que me dedica, porque el tiempo para el ocio es un bien escaso cuando se acercan los exámenes). Sea como fuere, con ideas o sin ellas, necesito escribir. Cada vez me ocurre con mayor frecuencia que el alma me pide vaciarse en una hoja de papel , pues la escritura se ha convertido en un pilar de mi vida.
Hasta hace unos años mis producciones literarias se limitaban a las redacciones escolares sobre las vacaciones de verano, los propósitos para el nuevo curso, la Navidad, etc. Pero gracias a las personas que Dios puso en mi camino para brindarme nuevos horizontes, mi humilde obra llena cuadernos y abarca toda clase de temas. En resumen podría la quincena de artículos en medios de comunicación que llevan mi firma, ser una nimiedad para un escritor con experiencia, pero resulta que son un orgullo y alegría infinitas para mí, que recién empiezo.
Todo se originó cuando me animaron en el colegio a participar en el concurso Excelencia Literaria, dirigido a escolares de secundaria y bachillerato de España y algunos países de Iberoamérica. Dicho certamen provocó que, por primera vez, entendiese que la escritura va más allá de la asignatura de Lengua. Aunque para ser del todo justa, debo retroceder a la edad en la que empecé a leer. Mi padre siempre ha tratado de inculcar la lectura en todos sus hijos, como mi abuelo hizo a su vez con él. Recuerdo con especial cariño “Los muchachos de la calle Pal”, «La historia interminable” o “El paquete parlante”, obras que llenaron de color esos primeros años de recorrido literario. De hecho, me doy cuenta de que, a lo largo de mi infancia y adolescencia la lectura ha supuesto una dosis diaria de recursos lingüísticos, de expresión y una fuente de creatividad.
La escritura es un cauce con ramales que atraviesan muchos ámbitos de la vida.
Si no hubiese crecido de la mano de los grandes autores, nunca me habría inscrito en el concurso. Por consiguiente, el lector no estaría leyendo este artículo porque jamás habría sido escrito y, por ende, publicado. En definitiva, la obra de cada escritor es el resultado de un entramado de causalidades, así como de la influencia de muchas personas con las que siempre estará en deuda.
La escritura es un cauce con ramales que atraviesan muchos ámbitos de la vida. Por un lado, allana las obligaciones académicas, porque casi todas las disciplinas exigen cualidades lingüísticas. Además, redactar supone una forma de acercarse a los seres queridos. Mis familiares y amigos más íntimos han recibido alguna carta o dedicatoria de mi autoría, que me han permitido exponer con sinceridad lo que los quiero y agradezco de ellos, estrechando aún más nuestra unión.
En realidad esta afición (que se ha convertido en mucho más que una afición) ha cambiado mi forma de enfrentarme al mundo. Siempre he sido una persona inquieta, pero desde que escribo lo observo todo con mayor detalle, reflexiono y constantemente me pregunto por la razón de las cosas y los acontecimientos. La expectativa de plasmar con palabras aquello que me rodea es una motivación para buscar y encontrar una opinión propia acerca de todo lo que sucede a mi alrededor.
La escritura es una vía de desfogue, de relacionarse con los demás, de conocerse uno mismo, de atesorar recuerdos y de contar al mundo lo que de otra forma quedaría perdido en la nada. En otras palabras, es un medio de mostrarles a conocidos y desconocidos mi forma de ver la vida. Por ejemplo, he dejado plasmados en un cuaderno el aburrimiento y el cruce de emociones provocadas por la cuarentena a causa del coronavirus. Dentro de muchos años se lo leeré a mis hijos y a mis nietos, quienes quizá pensarán que les estoy contando una fábula.
Compruebo que si hace unos minutos no encontraba sobre qué escribir, acabo de terminar un nuevo artículo. Ese es otro de los anzuelos de la escritura: siempre sabes de dónde vienes, pero nunca a dónde te va a llevar.
María Pardo Solano Ganadora de la XIV edición de Excelencia Literaria
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