El doctor Benito Yáñez nunca había lidiado con un caso tan extraño: en sus veinte años de psiquiatra había conocido todo tipo de personas, pero nunca unos prometidos que dudaran de su amor mutuo.
Dada la extrañeza del caso, había visitado numerosas páginas web, consultado libros y revistas e, incluso, había preguntado a sus compañeros de facultad. Sin embargo, no había hallado en esas fuentes nada que le sirviera. Más aún, parece irónico reconocer que la solución la había encontrado en su antigua novia, con la que aún mantenía buenas relaciones.
—Bien, señorita Pérez —. Su paciente irradiaba suficiencia—; imagínese que está en un tren junto a su futuro marido, de camino a una ciudad donde guardan tal cantidad de dinero que han decidido no llevar equipaje. Pero su esposo desea apearse en la estación anterior a su destino, que se encuentra en un pueblo paupérrimo. Así que usted se encuentra en el dilema de tener que elegir entre quedarse con él en ese pueblo o continuar su camino hacia la otra ciudad, en la que le aguarda el dinero…
La joven no tardó en contestar:
—Obviamente, me quedaría en el tren. Pedro no es el único hombre en el mundo. Seguro que encontraría otros en la ciudad.
El psicólogo sonrió.
—Muy bien; haga pasar a su novio.
Pedro y Beatriz aguardaban la respuesta del psiquiatra. Éste se retorcía las manos, pensativo… Estaba buscando las palabras adecuadas para no ofender a sus pacientes, pues la respuesta no era agradable.
—Bueno, deben saber que les he propuesto a ambos el Problema del Tren Psicológico. Y he de decir que me han dado la misma solución—el chico y la chica se miraron con cierto sonrojo en las mejillas—. He sacado conclusiones de estos resultados… No me queda otro remedio que recomendarles que dejen su relación lo antes posible, para que no se arrepientan de gastar su preciado dinero en una boda que será la puerta de un fracaso.
—¿Cómo que un fracaso? —se enfadó Pedro, levantándose de la silla con gesto amenazante.
—Déjalo, mi amor. No perdamos el tiempo discutiendo con este ignorante—Beatriz le cogió del brazo y se dirigieron a la puerta—. Doctor, el día que nos divorciemos, vendremos los dos a su clínica y le pediremos perdón de rodillas -le soló con retintín.
Benito sacó su agenda.
—¿Cuándo se casan? —preguntó mientras pasaba las hojas.
—En junio.
—Muy bien. Les daré cita para noviembre. ¿Qué día les viene bien?
Roberto Iannucci
Ganador de la XIII edición
Modalidad Relato breve
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