Silencio de nuevo.
Tomás se había despertado tres veces durante la noche, pero no había osado salir de la cama, y, con pesar, había vuelto a tratar de conciliar el sueño por ser aún demasiado temprano.
Por fin, a las ocho de la mañana, sonó del despertador. Tomás zarandeó a su hermano, dos años mayor:
– ¡Richi! ¡Richi!… ¡Levanta! ¡Han venido los Reyes!…
El otro tardó poco en reaccionar y saltó de la cama.
– ¡Corre! ¡Hay que despertar a los demás!
Fueron al cuarto de Gonzalo, el mayor, y después al de las niñas: Lucía y Jacinta.
– ¡Vamos! ¡Vamos!
Los cinco, mientras se ponían las batas y las zapatillas, fueron a despertar a sus padres, que con tanto alboroto que estos ya estaban levantándose.
– ¡Papá! ¡Mamá!… ¡Venga!…
La puerta del salón estaba cerrada y oscuro su interior. Ninguno de los hermanos se atrevió a tocar el picaporte.
– Primero hay que mover las figuras de los Reyes en el belén.
– Sí, sí. Jacinta, Tomás, Richi, cogedlos.
Los tres pequeños de la familia colocaron a Melchor, Gaspar y Baltasar ante el portal. El nacimiento estaba a la entrada de la casa, frente al salón.
– Venga, ahora en fila de menor a mayor.
– ¡Apagad la luz del pasillo! Y hasta que no estemos todos no la enciendas, papá.
La mano temblorosa de Jacinta presionó con dificultad el pomo. Con el corazón acelerado y dando pasos inseguros por los nervios y la oscuridad, avanzaron.
– Ya estamos. ¡Enciende!
– ¿Ya?…
– Sí, papá, ¡por favor!
Una exclamación de asombro salió de la boca de todos. En torno al árbol de Navidad, la noche anterior cada uno había colocado sus zapatos y ahora todos tenían sus regalos.
– ¡Mira! ¡Han probado los polvorones y el turrón que les dejé! ¡Qué bien!
Fueron abriendo los paquetes.
– ¡El Despertar de la Señorita Prim! –exclamó Lucía, entusiasmada.
– ¡Un hámster! ¡Un hámster!… – voceó alegre Gonzalo, sin dar crédito a lo que veían sus ojos.
– ¡Mirad mi muñeca!
Con ojos brillantes, Jacinta blandía un precioso bebé.
– Eh… ¡Un balón de fútbol!
– ¡Unos zapatos nuevos!
– ¡Una manta! Con lo bien que me viene. ¡Pero qué bonita! –la madre mostró sonriente la prenda.
– Qué maravilla: ¡té del bueno! –añadió el padre al abrir uno de los regalos.
Era seis de enero, cuando los Magos de Oriente visitan los hogares para dejar sus presentes en recuerdo de la primera Epifanía, dos mil años atrás.
Miguel María J. de Cisneros
Ganador de la X edición
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