Alba era una coleccionista compulsiva: cada objeto que encontraba era la excusa que utilizaba para comenzar un nuevo muestrario. Collares, piedras, discos de vinilo, monedas… todo era interesante y valioso para ella, que había llenado su casa de los muebles antiguos que había ido acumulando a lo largo de los años, de ediciones limitadas de todos los géneros, de tinteros, plumas, sellos, cajas… Sus colecciones parecían no tener límites.
Cada vez que ponía un pie en la calle, tenía la certeza de que iba a encontrarse algo nuevo, porque un buen coleccionista sabe dónde mirar. Rápidamente, sus bolsillos se llenaban de hojas con formas extrañas y botones perdidos. Cuando llevaba los brazos repletos de nuevos objetos, comenzaba a coleccionar también miradas: curiosas, alegres, indiferentes, reprobatorias… ¡Cuánta variedad!
Probó a hacer fotografías, a pintar cuadros y a escribir un diario, pero en cuanto volvía a la memoria de esos instantes, no sentía la misma euforia.
Aun así, Alba había aprendido que uno no puede coleccionar todo lo que se le antoja. Por ejemplo, de pequeña se empeñó en guardar los momentos felices de su vida. Probó a hacer fotografías, a pintar cuadros y a escribir un diario, pero en cuanto volvía a la memoria de esos instantes, no sentía la misma euforia; ni siquiera, a veces, era capaz de sonreír, como no fue capaz de guardar las risas de sus amigos en ningún estuche. Si las grababa en un magnetofón, al escucharlas ni siquiera se parecían al tono de voz de sus dueños.
Con el tiempo se dio cuenta de que era inútil intentar coleccionar las emociones, porque no todas las cosas bonitas se pueden guardar en los bolsillos para exponerlas en una vitrina. Algunas tienen que sostenerse en la mano, otras vivirse como un recuerdo y a muchas hay que dejarlas ir, aunque dejen la duda de si uno volverá a encontrarlas.
Los coleccionistas saben que parte de su pasión consiste en mantener en buen estado aquello que atesoran. Por eso, Alba se hizo experta en salvaguardar las amistades. A pesar de no poder exhibirlas en el salón, sabía que las cosas preciadas, aquellas que más valen, las que dan brillo al coleccionista… necesitaban de toda su atención.
Belén Ternero
Ganadora de la XV Edición de Excelencia Literaria
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