—¡No! Eso no pasó así. Lo estás exagerando —le dijo María a Mercedes entre risas.
Estaban siete amigas sentadas en la terraza de un pub, tomándose unas cervezas. Todas celebraban aquel comentario cuando a María se le interrumpió la carcajada y dio un codazo a Nuria mientras señalaba detrás de ellas.
—Mirad a ese. Al de las gafas —ordenó.
Todas giraron la cabeza para ver a quién se refería. Era un chico de pelo oscuro, delgado y de rasgos atractivos, que iba acompañado por un amigo. Lo más llamativo fue que estaban tocando una canción en la guitarra, el melancólico “Human”, de Christina Perri.
—¿Qué os parece? —preguntó María—. ¿No es una monada?
—¡Me lo pido! —gritó Marta.
—Ni de broma; yo lo he visto primero. Además, le voy a preguntar si puede tocarnos una canción —dijo María con decisión.
—No lo conoces, así que no hagas tonterías —le advirtió Victoria.
—¿Por qué no? —María sonrió pícaramente antes de alzar la voz—. ¡Oye, tú…! El de la guitarra. ¿Puedes cantarnos algo?
El muchacho levantó la cabeza y sonrió tímidamente mientras asentía. El resto de las chicas se llevaron las manos a la cabeza.
—¿Qué quieres que toque? —le preguntó el chico.
—Algo de Ed Sheeran —susurró Marta al oído de María.
—Algo de Ed Sheeran —repitió ella en alto—. “The A Team”. ¿Podrías?…
—Supongo que sí, si me haces tú los falsetes.
María asintió.
Cantaron los dos juntos. Para sorpresa de las seis amigas, sus voces armonizaban a la perfección. Al mismo tiempo, María se quedó embelesada con los hermosos requiebros que el chico podía sacar con su voz.
Al acabar, las otras chicas se animaron a pedirle nuevos títulos. María sacó dos cigarrillos y le ofreció uno al chico.
—¿Fumas?
Él asintió.
—Entonces ven, siéntate conmigo y te invito a un cigarro —le ofreció.
Las chicas volvieron a llevarse las manos a la cabeza.
El muchacho se acercó cohibido y encendió el cigarrillo que María le ofrecía mientras ella hacía lo mismo.
Después de tocar durante al menos una hora, se les acabó el repertorio y esta vez fue el chico quien ofreció un cigarro a María. Conversaron hasta que se hizo tarde. Hablaron de lo trivial y también de temas profundos. A María le resultó divertido que no coincidieran en nada, y eso hizo que aquel desconocido le gustara aún más.
Se hizo tarde. María recogió su bolso y le tendió la mano.
—Soy María.
Se la estrecharon.
—Yo, Jorge.
María miró sus ojos castaños y sintió que podía ser el inicio de algo grande.
María Lucini, 17 años
Colegio Puertapalma (Badajoz)
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