Siempre que me preguntan cuál es mi película preferida, respondo que me faltan tantas por ver como novelas por leer. Son tareas pendientes para cuando <<apruebe la oposición>>, en cuyo estudio ando volcado. En todo caso, si no tuviera más remedio –y con permiso de Francis Coppola– elegiría El Rey León. Pero la primera y original, no la versión fotorrealista de 2019.
<<¿Una película de animación?…>>. Imagino las miradas cómplices y las expresiones socarronas de los cinéfilos. Déjenme explicarme… Efectivamente, El Rey León es una producción de Disney dirigida, aparentemente, a un público infantil.
Aparentemente.
Al igual que hizo Bruno Bettelheim con Caperucita o Blancanieves en su obra Psicoanálisis de los cuentos de hadas, el profesor Jordan Peterson, de la Universidad de Toronto, utilizó la cinta que nos ocupa para explicar a sus alumnos las tesis de Carl Young, uno de los fundadores de la Psicología Analítica. Y alcanzó conclusiones muy interesantes que darían para otro artículo.
Entrando en materia, es evidente que los niños encuentran el filme muy atractivo: una historia lineal, canciones pegadizas, buenos y malos, moraleja, y emociones que quedan grabadas en el corazón de todo aquel que sufra junto a Simba la muerte de Mufasa, o se ría con las ocurrencias de Timón y Pumba. Cualquier espectador aprecia el mensaje del coraje ante las adversidades. Pero el observador avezado se da cuenta de que hay más, mucho más.
En primer lugar, a través de los personajes. Comenzando por Mufasa, líder justo de carácter noble y firme, pero también cercano, que conoce las necesidades de su reino. Simba, el protagonista y heredero al trono, que aspira a ser como él. En el otro lado de la balanza se encuentra Scar, que representa el fracaso, el resentimiento, la envidia y el ansia de poder en beneficio propio. Éste se sirve de las hienas, traidoras, que en sus organizados desfiles hacen un guiño a los ejércitos totalitarios del siglo XX.
Después, un análisis más profundo, la película revela los traumas infantiles y la sensación de indefensión que en un niño ocasiona la muerte de su padre, o las consecuencias de vivir sin asumir responsabilidades y sin propósito. Cuál es el sentido de la vida o los resultados de dejarnos llevar por la pereza y la indolencia. Y, cómo no, muestra la cualidad transformadora del amor.
La música épica del gran compositor Hans Zimmer, así como las extraordinarias ilustraciones y efectos visuales, consiguen que los noventa minutos que dura El Rey León sean una experiencia inolvidable que puede repetirse cuantas veces queramos, pues siempre se disfruta y no solo por parte de los pequeños, sino (especialmente) por los mayores. Y si no me creen, invito al lector a que la vea, por primera vez o de nuevo, bajo la óptica de este artículo. Seguro que les sorprenderá. Palabra de Rafiki.
Autor: Rafael Contreras
Ganador de la VI edición de Excelencia literaria
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